![Deportistas que rompen con su pasado](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2025/01/19/deportistas-kv3H-RQViGU7hwcfxwrOJUkB7pcP-1200x840@Las%20Provincias-LasProvincias.jpg)
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¿Qué hay después del deporte profesional, de estar en la cima del fútbol, el baloncesto o el ciclismo? Buena parte de estos referentes, cuando abandonan el escaparate de la competición, continúan estrechamente ligados a esa actividad que les catapultó. Lo hacen como entrenadores, asesores o directivos. Una manera de aportar su legado desde otras posiciones. Otros, en cambio, emprenden un viaje hacia lo desconocido y se aventuran. Influyen factores de muy diversa naturaleza: el agotamiento, el crecimiento de la familia, la vocación, la ilusión de emprender, la pandemia... Es el caso de los valencianos Alfonso Albert, Anna Sanchis, Ángel Dealbert y Quique Medina. Brillaron en la ACB, en el Giro de Italia o en Primera División. Ahora lo hacen en un taller de cerámica, en una consulta de pediatría, en un hotel y en un restaurante. Oficios para romper con su pasado.
Alfonso Albert fue una de las perlas cultivadas en el Joventut de Badalona a principios de los años 90. Con la Penya, levantó una Euroliga antes de triunfar en el entonces bautizado como Pamesa Valencia. El imponente pívot prolongó su carrera como jugador de baloncesto hasta los 42 años y, tras una etapa como entrenador en China y el impacto que supuso el Covid, dio un volantazo para enseñar a los más pequeños el arte de la cerámica. Dirige un taller junto a su mujer en L'Eliana.
Rompió fronteras en el ciclismo nacional Anna Sanchis. La setabense fue seis veces campeona de España, participó en los Juegos Olímpicos de Pekín y acabó séptima en el Giro de Italia de 2008. Compaginó la competición sobre dos ruedas con los estudios de Medicina. Actualmente, habiendo formado una familia numerosa, pasa consulta de pediatría en el centro de salud de Xàtiva y ultima los preparativos para poner en marcha su propia clínica.
Un espíritu empresarial que también ha movido a dos exfutbolistas como Ángel Dealbert y Quique Medina. El de Benlloch, quien vistió la camiseta del Valencia entre 2009 y 2012 a las órdenes de Unai Emery, dejó huella en el Castellón, donde ha ejercido como jugador, accionista mayoritario y directivo. Una etapa finiquitada, ya que ahora está volcado en la gestión del hotel Beleret, en Benimámet. Rescató el alojamiento tras entrar en concurso de acreedores y, posteriormente, superó otra etapa crítica. El negocio resurgió e incluso se ha extendido a un hostal que se encuentra a 80 metros de distancia.
Al igual que Ángel Dealbert y Alfonso Albert, Quique Medina conduce el negocio de la mano de su esposa. El exfutbolista del Valencia y el Villarreal, entre otros equipos, regenta un asador argentino en la avenida Primado Reig. Tras las colgar las botas, decidió alejarse del balón y reinventarse. Su implicación en el restaurante fue en aumento, sobre todo a raíz de la crisis económica de 2008. Entonces dio un paso adelante y, después de actuar como maitre, se colocó delante de las brasas. Desde entonces, la parrilla es suya.
Ángel Dealbert Exfutbolista y ahora gestor de un hotel
El hotel Beleret, en Benimámet, late en plena área de influencia del Velódromo Luis Puig y Feria Valencia. Una puerta que se comunica con el hall se abre y, con la misma gentileza y llaneza que mostraba cuando compartía vestuario con Villa, Silva, Mata o Albelda, da la bienvenida el exfutbolista Ángel Dealbert. Desde hace dos años, cuando se despidió del fútbol al dejar la junta directiva del Castellón, vive dedicado al cien por cien a la gestión de este alojamiento. Lo hace junto a su esposa. Este negocio pasó una profunda crisis, hundiéndose en un concurso de acreedores. Y el que fuera jugador del Valencia salió a su rescate en 2015. Tras unas temporadas en las que permaneció en un segundo plano en cuanto a la administración de la empresa, en 2022 dio un paso adelante para tomar el timón.
Delabert defendió la camiseta del Valencia entre 2009 y 2012, con Unai Emery como entrenador. Un equipo de Champions League. Posteriormente, pasó por el Kuban Krasnodar, el Baniyas, el Lugo y el Krasnodar. Mientras competía en Abu Dabi, sonó su teléfono. Llegó un ofrecimiento que nada tenía que ver con el balón. «El hotel Beleret, que antes lo llevaba la propietaria, había entrado en concurso de acreedores. Me llamó una persona conocida para decírmelo. Yo en ese momento ya estaba pensando en invertir algo para el día de mañana si no me dedicaba al fútbol. Me gusta la idea de llevar un negocio. Esa persona me propuso hacer gestión de hoteles y yo hice una apuesta. Yo puse el dinero y él puso el estar aquí», cuenta el jugador de Benlloch, de 41 años. Sin embargo, el resultado no fue el esperado, ya que se creó un agujero en forma de déficit: «Aquí estaba mi socio anterior. Me salió mal esta persona y fuimos a juicio. Gané y se fue».
De esta forma, desde 2018, Dealbert y su esposa llevan la gestión completa del hotel. El acuerdo original con la propietaria contemplaba la cesión durante 20 años, pero se amplió otros cinco para compensar «el daño» económico que provocó la pandemia del coronavirus.
«Se puso mi mujer a gestionarlo. Invertí dinero otra vez y empezamos de cero. Pagué toda la deuda que había», comenta Dealbert, quien no se volcó personalmente hasta 2022. Y es que, en 2017, el de Benlloch, el también exvalencianista Pablo Hernández y el empresario Vicente Montesinos se hicieron con la mayoría accionarial del Castellón.
«El Castellón estaba en una situación crítica y se me cayó el alma. No lo dudé. Entramos. Para mí es un recuerdo haber podido salvar el club. Me dejé el fútbol profesional para bajar al barro. Yo estaba como propietario y jugando en los campos de Tercera», rememora Dealbert, quien durante la temporada 2017-18 defendió la elástica albinegra en la categoría de bronce. Después colgó las botas y se centró en el trabajo en los despachos. Ejerció como director deportivo de la entidad. Finalmente, en 2022, se desvinculó por completo: «Lo eché de menos al principio, pero terminé bastante cansado mentalmente por todo lo que trabajamos en dificultades». El hotel le esperaba.
«Estoy cien por cien dedicado a esto desde hace dos años, cuando salí del Castellón. Me puse a trabajar con mi mujer. Mi mujer también me requería. Cuando uno invierte hay que estar encima. Y también necesitaba desconectar de esa etapa de despacho en el fútbol, estaba muy involucrado en el club. Fui propietario, luego vendimos el club, luego entré en la dirección deportiva... Y el despacho es mucho desgaste», comenta Dealbert, plenamente satisfecho: «He ganado, he disfrutado de mis dos hijas. Las puedo llevar al colegio, tengo mi tiempo para mis cosas, estoy muy a gusto».
El proyecto prospera: «Hicimos una inversión importante y la hemos recuperado. Tenía clarísimo que quería invertir en algo en lo que el día de mañana pudiésemos estar mi mujer y yo. Queríamos invertir en algo, en llevar un negocio nosotros. Surgió aquello. Salió mal al principio pero lo llegamos a contrarrestar. Y ahora estamos muy contentos, trabajando mucho, yendo poco a poco, sin pedir grandes locuras. No nos podemos quejar porque funciona. Valencia atrae mucho. Todo lo que tenemos aquí a la gente le gusta». En cualquier caso, las raíces siempre tiran. Y residen a 100 kilómetros de la capital del Turia. En Benlloch, donde levantaron una casa familiar.
Hace dos años, ampliaron el negocio: «A 80 metros del hotel, había un hostal. Lo llevaba una familia, que nos ofreció a mi mujer y a mí comprarlo o gestionarlo. Lo valoramos y nos quedamos la gestión para dar otro tipo de servicio, más de paso».
El hotel, de 70 habitaciones, cuenta con restaurante, cafetería y sala de reuniones: «Tiene una antigüedad y necesita que reinvirtamos continuamente». El Hostal RR Feria By Beleret, por su parte, dispone de 11 habitaciones. «Ahora estamos empezando en esto. Y dentro de este mundo intentamos siempre buscar oportunidades», afirma Delabert, abriendo la puerta a gestionar otros alojamientos. También ha llevado a cabo inversiones inmobiliarias.
Una aventura. Un aprendizaje continuo: «Te vas informando. Tenemos gente trabajadora que está desde el principio, gente muy válida, y te vas empapando y tomando decisiones. Te vas curtiendo y vas sabiendo lo que significa llevar un hotel». Muchas personas se quedan desconcertadas al reconocer a Dealbert: «Sobre todo proveedores del hotel. Gente con una cierta edad que me conoce de cuando jugaba en el Valencia. Cuando ven mi nombre me preguntan si yo soy el que jugaba en el Castellón y en el Valencia. Se sorprenden».
No lo duda a la hora de hablar sobre su mejor recuerdo como futbolista: «Mi debut en Primera División con el Valencia. Fue contra el Sevilla y ganamos 2-0». Ahí comenzó una apasionante etapa de tres años: «Fue una época buena con un grandísimo equipo. La espinita que se me quedó fue no haber ganado un título con el equipo que teníamos».
Su experiencia en el deporte profesional le ha aportado algunas claves: «El fútbol me ha ayudado a tomar decisiones y estar tranquilo en muchos momentos». Sin embargo, igual que le ocurría cuando se vestía de corto, le cuesta desconectar: «Yo el fútbol me lo llevaba mucho a casa, tanto si me salían bien las cosas como si me salían mal las cosas. Me lo tomaba muy a pecho. Y ahora lo del trabajo también me lo lleva a casa». El teléfono no entiende de descansos: «Tengo el móvil disponible para recepción 24 horas los 365 días del año. Se puede romper una bomba a las cinco de la mañana. Cuando hay que tomar decisiones, las tomamos mi mujer y yo. Hay que estar».
Eso sí, Dealbert observa una gran distancia entre la labor de despacho en el fútbol y su actual oficio: «Es otro mundo, otra historia. Es otro tipo de gestión, son otros números, pero es tu negocio. Poder estar en tu negocio, en el que has invertido, saber cómo funciona, manejarlo con tu mujer, poder tomar las decisiones en el día a día... Eso es importante». Codo con codo con su esposa: «Indudablemente a veces uno opina de una manera diferente. Pero si no llegamos a un acuerdo el mismo día, llegamos a los dos o tres días».
No mira atrás: «Veo complicado volver al mundo del fútbol. Salí en un momento en el cual yo habría podido seguir en la rueda. Pero cuando tomé la decisión de dedicarme ya al cien por cien a mi negocio, yo ya sabía que volver es complicado». Cuestión de prioridades: «Si vuelvo será con una función amateur, que no tenga que dejar mi negocio. Incluso para entrenar porque me gusta y tengo el título. No me puedo quejar de lo que he ganado en el fútbol, pero he invertido mucho en el negocio». La nueva vida de Dealbert.
Anna Sanchis Exciclista y ahora pediatra y médica estética
En el centro de salud de Xàtiva, como cada mañana, Anna Sanchis se pone la bata de pediatra. Los más pequeños de la localidad la conocen por ser la médica que les cura. Gran parte de los padres, en cambio, saben que esa misma sanitaria fue 'doctora' en ciclismo hace poco tiempo. La setabense compitió en los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008 y dominó las dos ruedas en España. En 2016 decidió dejar de pedalear a nivel profesional para formar una familia. Ella y su pareja se habían propuesto ser padres. Ahora tienen tres hijos, de entre siete y cuatro años. Van creciendo. Y la exdeportista entiende que ha llegado el momento de cumplir el sueño que guarda desde pequeña y emprender. Está a punto de inaugurar su propia clínica.
Anna Sanchis, siendo adolescente, ya se veía a sí misma como futura empresaria. Lo lleva en la sangre. Su padre, el exciclista profesional José Salvador Sanchis, y su madre han regentado dos tiendas de bicicletas. La de Valencia, situada en el barrio de Campanar, ha sido traspasada. Mantienen la de Xàtiva. La que fuera cuatro veces campeona de España contrarreloj (2012, 2013, 2015 y 2016) y en dos ocasiones en ruta (2012 y 2015) recuerda el momento de su retirada.
«Mientras estudiaba Medicina, estuve compitiendo. Me fui sacando la carrera poco a poco. En 2016 decidí acabar de competir porque quería ser madre. Hablé con el equipo (Wiggle High5). Tenía contrato un año más pero lo rescindimos. Lo tenía súper claro. Soy de ideas muy fijas. Me quedé embarazada enseguida y tuve a la niña en 2017», cuenta la setabense.
Terminó la carrera universitaria y comenzó a ejercer: «Estoy trabajando como pediatra en el centro de salud de Xàtiva desde hace cuatro años. Y a la vez he estado haciendo medicina estética de manera privada. He estado compaginando las dos cosas». 2024 ha resultado especialmente exigente: «Faltan muchos médicos en general y este año está siendo muy duro. Nos tenemos que cubrir entre nosotros porque no nos sustituyen. No porque no quieran, sino porque no encuentran a gente. Ese también ha sido el motivo por el que me he decidido a emprender. Quiero trabajar bien, atender bien a mis pacientes y tener tiempo para ellos».
Confía en que, a principios de 2025, ya pueda arrancar su nuevo proyecto: «La clínica estará en Xàtiva y va a estar enfocada a las familias. Voy a poner pediatría, medicina general, medicina estética... A ver si puede venir también algún ginecólogo. Al principio estaré yo, pero mi idea es que haya un equipo de gente para tratar patologías que se tratan mejor en equipo». Se muestra ilusionada. En cualquier caso, no se plantea abandonar la sanidad pública.
«Sigo en el centro de salud. Me gusta mi trabajo, estoy súper a gusto. En principio mi idea es continuar y por las tardes tener mi clínica privada», cuenta Anna Sanchis, quien siempre tuvo claro por dónde pasaba su futuro: «Del ciclismo estuve viviendo al día. Era mileurista. Me di cuenta muy pronto de que del deporte de élite femenino, por lo menos de mi deporte, no se puede vivir. Puedes pasar el año, pero ya está. Eso no era un plan de futuro. Le veía una caducidad a eso bastante temprana. Por eso nunca dejé de estudiar». Celebra que, actualmente, las profesionales cuentan con unas condiciones «un poquito mejores». Ha habido una evolución: «Ahora afortunadamente el mundo del ciclismo ha cambiado bastante y hay más ayudas y patrocinadores. Nadie se hace rico de esto, pero sí que les da un poquito más de estabilidad y eso se nota en el nivel».
Pese a su exitosa trayectoria como ciclista, Anna Sanchis decidió desmarcarse por completo: «Hay mucha gente que se sorprende de que no haya querido hacer medicina deportiva. Es una pregunta que me han hecho muchas veces. No es un tema que me apasione. Me gusta más la rama de los niños. Acabó una etapa y yo terminé muy satisfecha de lo que había hecho».
La setabense se convirtió en un referente sobre la bicicleta. Mira atrás y se siente orgullosa: «Cuando era más jovencita y salía a entrenar no había chicas por ahí. Nunca me cruzaba con ninguna chica entrenando. Muchas veces pasaba por los pueblos y la gente se extrañaba de que yo fuera una chica. Ahora de vez en cuando salgo y veo a muchísimas chicas de todas las edades que salen a entrenar. En mi época se dio bastante visibilidad al ciclismo femenino». Anna Sanchis afronta nuevos desafíos.
Alfonso Albert Exjugador de baloncesto y ahora artista y estudiante de Panadería
Tiene unas manos acordes a sus 211 centímetros de estatura. Una envergadura que le abrió las puertas para ser pívot del primer gran Valencia Basket de la historia. Esos mismos dedos que alcanzaban el aro de la canasta con extraordinaria facilidad ahora moldean arcilla. Alfonso Albert, jugador de baloncesto durante más de dos décadas, dio un giro a su vida profesional a raíz de la pandemia. Junto a Paula Borrás, su mujer, dirige una escuela de cerámica en L'Eliana. Pero sus ganas de explorar terrenos no terminan ahí. A sus 51 años, ha comenzado a formarse como panadero y pastelero con la ilusión de, en un futuro, emprender una nueva aventura comercial.
Alfonso Albert tiene madera para enseñar a los más pequeños en la Escoleta d'Art, el taller de cerámica en l'Eliana. Algunos padres de alumnos han reconocido a este exjugador que, con apenas 20 años, estaba debutando con la selección española absoluta: «Me relacionan con la época dorada del Valencia Basket y les hace ilusión que esté aquí dando clases».
Echa la mirada atrás: «La etapa en la que más he disfrutado ha sido la de formación. Soy un chaval de Torrent que no coge una pelota hasta los 15 años. Tres años después, con 18, tener la oportunidad de compartir entrenamiento con mis ídolos fue mi primer sueño hecho realidad. Verme con Villacampa, con los hermanos Jofresa, con toda esa gente que estaba la élite… Era la época de Lolo Sainz». Alfonso Albert se refiere a su irrupción en la ACB con la camiseta del Joventut de Badalona. A la cantera de este club, conocido como La Penya, llegó tras brillar en Torrent y La Salle. Proyección meteórica.
Sin embargo, en Badalona, no gozó de la continuidad esperada. «En aquella época se amplió el cupo de extranjeros a tres y se paró un poco mi progresión», recuerda. De esta forma, en enero de 1998, decidió regresar a casa para enrolarse en un Pamesa Valencia que se había hecho un sitio definitivo entre los más grandes del baloncesto nacional.
«Nada más llegar al Valencia Basket ganamos la Copa del Rey», comenta con orgullo. El primer título de la historia del club: «Fue un subidón brutal. Fueron tres años impresionantes. Gente de la casa, jugando muy bien, liderando la clasificación, hablando todo el mundo de nosotros... En Valencia disfruté mucho porque me vi en casa, con mi familia».
Pero una lesión de rodilla le frenó y le empujó a protagonizar un periplo entre 2002 y 2015: Breogán Lugo, Kolossos Rodou, La Palma, Melilla, Tenerife, Keravnos, Platges de Mataró, Llíria, Alginet, Villarrobledo y La Roda. «Quería jugar», recalca.
En el Kolossos griego vivió una montaña rusa de emociones. Volvió a sentirse importante y fue clave en el ascenso del conjunto heleno a la máxima categoría, pero un asunto extradeportivo truncó sus planes: «Tuve un problema con un control antidopaje. Di positivo en nandrolona en un control de orina. Siempre he sufrido dolores de espalda y ese verano me estuve tratando. Un médico en Valencia me puso un tratamiento con nandrolona. Me dijo que me iba a ayudar, que me iba a fortalecer la espalda, y que no me preocupara. Yo no sabía que era un anabolizante». En agosto llegó el análisis que dio un vuelco a su carrera: «Di unas pequeñas décimas de nandrolona. Me sancionaron dos años sin jugar. Me habían hecho un buen contrato y era buque insignia del equipo. Me busqué un abogado. Gané el caso porque había sido terapéutico, pero la Federación se negó a darme la licencia».
En 2015, con 42 años, colgó las zapatillas al recibir una exótica propuesta: «Me salió una oferta para irme a China de entrenador en una academia americana. Eran jugadores desde ocho hasta 15 años. Cogimos los bártulos y nos fuimos a Hangzhou. Estuvimos cuatro años allí. Fue duro porque es una cultura súper hermética y diferente a nosotros y las ciudades son muy grandes. Fueron años duros pero disfruté porque mi trabajo se respetaba mucho».
La pandemia iba a marcar su destino: «En diciembre de 2019 se nos acaba el visado y venimos a Valencia. Y en marzo fue el Covid. Teníamos pensado seguir en China otro año por lo menos». Momentos de incertidumbre: «Yo no esperaba que viniera alguien de España a decirme que necesitaban un entrenador con mi experiencia. Me parece que aquí lo hacen muy mal, no cuidan a los profesionales que han estado casi toda su vida jugando o entrenando. En Estados Unidos le dan un valor incalculable a gente que ha estado jugando en la élite. Yo no he sido una persona de llamar a las puertas».
Tocaba buscar alternativas. «Yo he ganado un dinero pero no para retirarme. Entonces dijimos: '¿Que hacemos?'. Y montamos esto. Paula estudió Bellas Artes en Valencia y en China trabajó en una academia de arte dando clases de dibujo a niños», explica.
Una transición complicada. Sin embargo, Alfonso Albert supo reciclarse. «Me he formado con la cerámica para aprender un oficio. He hecho cursos de modelaje y Paula me ha enseñado», comenta mientras se levanta. Se acerca a una estantería y agarra una pieza. «Este jarrón lo he hecho yo a mano con el torno», dice con orgullo: «Soy muy creativo. Y se me da bien dibujar. Haber jugado con las manos tantos años al final me ha servido. El tema de la motricidad fina viene del baloncesto».
No son las únicas cualidades que ha trasladado del basket al taller de cerámica. «Aunque estamos en un mundo laboral que para nosotros sea nuevo, tenemos herramientas que son muy parecidas a las que utilizábamos cuando jugábamos: trabajar en equipo, trabajar bajo presión, motivar, alentar... El baloncesto se acaba pero hay muchísimas herramientas que tienes que te pueden a ayudar a reinventarte, a formarte y hacer otro tipo de trabajo. Cuando estamos aquí con los nenes, yo los sé llevar», comenta Alfonso, quien se centra en impartir las clases a los más pequeños, de cuatro y cinco años.
El gusto por la cerámica está en auge: «Desde el Covid, lo que quiere la gente son experiencias. Irse de viaje, disfrutar de la naturaleza… Hemos tenido la suerte de que nos está yendo bien. Y esto parece más estable que el baloncesto. Me reconforta haberme buscado la vida».
Estuvo compaginando el taller con su labor como entrenador en San Antonio de Benagéber, pero ha decidido aparcar el balón. El pasado verano rechazó la posibilidad de dirigir a un conjunto de Llíria. Tiene otro frente abierto en las aulas, ya que ha comenzado un ciclo formativo de grado medio en Panadería, Repostería y Confitería en Cheste: «Estoy encantado. Lo que quiero es aprender«. Es el veterano de la clase. »Voy con niños de 17 años. Les digo: 'Como si fuera vuestro padre, pero sin pasaros un pelo'«, bromea.
Sus prioridades actuales están claras: «Ahora mismo me quiero centrar en esto. La cerámica y el módulo son un proyecto a largo plazo«. Pero su cabeza no para de funcionar: »Tenemos una casita para arreglar en Teruel. Está en un pueblo donde se hacen muchas rutas. Queríamos hacer experiencias de cerámica con algo de comida».
El basket ha pasado a un plano secundario: «Ahora mismo estamos con una estabilidad. Pero también me gustaría tener un tiempo de ocio para poder hacer lo que me gusta a mí, que es entrenar a chavales. Me encanta enseñarles y contar mi experiencia. No voy a cerrarme puertas si me sale una oportunidad. A lo mejor dentro de dos años, con un poco más de tiempo. El baloncesto sería como un escape, un hobby».
Quique Medina Exfutbolista y ahora hostelero y cocinero
En la avenida Primado Reig, se respira asado argentino. Un aroma que procede de Mar del Plata. El restaurante, no la ciudad ubicada en el sudeste de la provincia de Buenos Aires. Al frente del negocio se encuentran Quique Medina y su mujer, María José Díaz. «Lo que más nos piden es la parte alta del entrecot, el bife ancho. Es nuestra carne estrella. Sale tierna y jugosa», comenta el valenciano, quien domina el arte de la parrilla desde 2010. Anteriormente, su vida no giraba alrededor de las brasas, sino del balón. Fue futbolista profesional durante más de una década, vistiendo la camiseta del Valencia, el Villarreal y el Getafe, entre otros equipos. Al entrar en el local, al fondo, llama la atención una vitrina en la que, discretamente, aparecen algunas fotografías de su época como jugador. Ese rincón parece más bien un santuario de Diego Armando Maradona. Se multiplican las imágenes de la leyenda albiceleste. «Soy maradoniano», proclama. Su forma de entender el fútbol se traslada a la hostelería.
«Esto es una forma de competir. Mi mujer me empieza mandar comandas y yo le digo: 'Ve despacio que estoy yo solo'. Es una forma de competir, de decir: 'Tengo coraje para sacar todo esto'. Cualquier futbolista, cualquier persona que compite, pasa de cero a cien en un segundo«, explica Quique Medina. Tienen «unos 400 o 500 comensales semanales». Trabajan los dos solos, pero cuentan con refuerzos los fines de semana y en fechas especiales como la Navidad. «Queremos que sea un restaurante familiar. Que a la gente que venga la atendamos bien», apunta María José.
Quique Medina dejó el fútbol en 2006, después de una temporada en el Elche. «Termino muy saturado mentalmente. Vienes de tenerlo todo prácticamente, ganar bien, hacer lo que realmente te gusta... Pero necesitaba cambiar el chip y estar cerca de mi mujer y mis hijos, porque mi hijo mayor ya tenía nueve años y queríamos estabilidad para él. Estábamos siempre de un lado a otro. Me tuve que reinventar porque no tengo estudios. Tengo la EGB», cuenta el valenciano, quien descartó desde el principio continuar vinculado al deporte: «Yo no sabía hacer nada más que jugar a fútbol. No quería meterme en el ámbito del fútbol. Si lo dejo porque los fines de semana estoy fuera y sigo igual, para eso hubiese seguido jugando. Lo dejé radicalmente». A su esposa, María José, le costó asimilarlo. «Al principio lo pasé mal porque mi vida había sido el fútbol, seguirle. Me encantaba ir a verle jugar», reconoce ella.
María José destaca que su implicación en el día a día del restaurante ha sido «paulatina». Algo progresivo: «Pero no se nos han caído los anillos. Tenemos dos hijos. Les hemos dado la mejor educación posible y no les ha faltado de nada». La inversión se produjo en 2001, mientras Medina militaba en el Salamanca.
«Lo abrimos mi mujer y yo. Había mucha gente del ámbito del fútbol metida en una franquicia que se llamaba El Rancho. Por mediación de dos compañeros que tenía en Salamanca me dijeron que querían abrir uno en Valencia. La carne estaba exquisita y en Valencia costaba encontrar sitios de ese estilo. Les dije: 'Si lo abrís en Valencia, me lo quedo yo'. Tengo tíos y primos que se dedican a la hostelería y algunos veranos de joven he estado con ellos. Es una cosa que siempre me ha gustado», comenta. Los primeros años, se encargó de la gestión un asesor con el que contaba la pareja. «Y un hermano mío venía y echaba un vistazo. Pero en cualquier negocio tiene que estar el dueño».
Funcionó bien: «Cuando abrí tenía 11 trabajadores. Esto estaba lleno todos los días de lunes a domingo». Una época boyante que le invitó a invertir en vivienda: «Intentamos hacer cosas de tema inmobiliario pero vino la crisis y paramos. Y nos metimos de lleno en el restaurante. Hay que comer. Había que seguir trabajando».
El estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 afectó a todos los sectores. «Yo venía prácticamente todos los días al restaurante. Venía a controlarlo. En 2009 empiezo a notar la crisis y tengo que quitar mano de obra. Ya me tengo que meter de lleno. Pero como llevo viniendo tiempo, sé cómo funciona. Aparte es una cosa que me gustaba». Comenzó ejerciendo de maitre, pero en 2010 decidió agarrar la parrilla debido a la elevada rotación que había y a la dificultad para encontrar a la persona adecuada. «Mi mujer empieza a venir. Entonces optamos por meterme yo detrás y ella delante. Llevamos así desde 2010», añade.
Un año después, en 2011, se produjo otro punto de inflexión. La pareja decidió no renovar el contrato con la franquicia, convirtiendo el asador en un negocio particular. Lo bautizaron como Mar del Plata y ampliaron la carta: «Estamos muy contentos. Nos ha costado por el tema de las crisis, porque se paró todo mucho. Entre mi mujer y yo, al pie de cañón y echándole horas y horas, vamos bien».
Medina disfruta delante de las brasas, encontrando el punto perfecto a la carne y el pescado. Se considera autodidacta. «Yo en mi casa no puedo estar. Yo podría tener a un parrillero y a otra persona, pero no. Yo quiero estar. Siempre me han enseñado a trabajar. Si quieres una cosa como tú quieres, hazla tú», subraya Medina, quien niega que hubiese podido vivir de las rentas del fútbol.
«El mundo cambia y el fútbol evoluciona. Antiguamente ganabas dinero para, si eras listo, tener tu negocio y tus dos pisos. Nosotros tenemos nuestro colchón», indica Medina, consciente de que su presencia en la cocina extraña a más de uno: «A mucha gente le extraña. Es que hoy en día, en el fútbol, se manejan unas cantidades de dinero que me dan vergüenza. Pero bueno, es un sector en el que ganas a razón de lo que generas».
El ahora hostelero no desvela a los clientes su pasado como futbolista. «Hay gente que sabe quién soy porque es gente muy futbolera, sobre todo aficionados del Valencia. Esos te reconocen. Ha venido mucha gente de Vila-real. Mi mujer les dice: '¿Tú conoces a Quique Medina? Pues ahí está'. Entonces salgo, hablo con ellos, me hago una foto… Ellos se sienten como en casa», señala el valenciano, quien ha rechazado propuestas para ampliar el negocio «en otros sitios». ¿El motivo? «Con lo que tenemos estamos de lujo», afirma.
Medina tiene un origen variopinto: «Soy una mezcla. Mis padres son andaluces y emigraron a Alemania para trabajar en una fábrica y nacimos tres hermanos allí. Pero nos vinimos a Manises cuando yo tenía dos años. Soy valenciano. He jugado en otras ciudades, pero yo siempre le he dicho a mi mujer: 'Yo vuelvo a Valencia, como en Valencia no vivo en ningún lado'». Y así fue.
A nivel profesional, pasó por siete equipos. Y firmó un hito, que consistió en lograr tres ascensos a Primera División de manera consecutiva. Fueron con el Villarreal (1998), el Numancia como cedido (1999) y nuevamente con el conjunto amarillo (2000). En 2004, ya en el Getafe, volvió a subir a la máxima categoría.
Medina brilló en el filial del Valencia y llegó a disputar un partido con el primer equipo blanquinegro en 1995. Sin embargo, entendió que su futuro estaba fuera de Mestalla. «Luis Aragonés me decía: 'Morenito, tú no te vayas que vas a tener tu ocasión'. Yo le respondía: 'Pero vamos a ver, míster… Delante tengo a Mazinho, Roberto, Fernando, Engonga, José Ignacio, Mendieta… Es imposible'. Hago la mili y me marcho al Alavés cedido», recuerda.
Celebra su carrera deportiva: «Estoy agradecido por lo que he hecho en el fútbol. Estoy súper agradecido a todo el mundo y en especial al Villarreal». Eso sí. Le dejó secuelas físicas: «Yo del fútbol echo de menos jugar. Me encanta jugar. Terminé bastante cascado, tengo artritis en la rodilla derecha, el tobillo izquierdo lo tengo bastante fastidiado... Pero hasta hace tres años he jugado algunas pachanguitas». Está desconectado. «No veo ni partidos. Alguno, pero pocos», ríe mientras controla los tiempos de la carne.
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