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FERNANDO MIÑANA
Martes, 5 de abril 2016, 21:57
Los viejos aficionados al fútbol aún recuerdan aquella Real Sociedad de principios de los 80 que ganó la Liga dos años seguidos. Y prendidos a ese equipo rebelde, capaz de quebrar la dictadura de los grandes, algunos nombres célebres. Como Arconada, Zamora, Satrústegi y López Ufarte. Los estilistas. Pero un equipo nunca es campeón si además de artistas no tiene también obreros. Uno de ellos, en el cogollo de la defensa, era Alberto Górriz. En 1981, un año después de haber perdido la Liga al sufrir la primera y única derrota del campeonato, la Real se jugaba el título en El Molinón, pero el gol no llegaba. Tras una combinación, con el equipo volcado sobre el área del Sporting, el central soltó el balón y cayó en los pies de Zamora, que marcó el tanto que daría el primer título al equipo guipuzcoano.
Górriz ya tiene 58 años, pero aún se ríe con una vieja broma, cuando afirma que le dio una asistencia a Zamora a lo Laudrup. «Siempre lo intento, pero luego pones el vídeo y se descubre la trampa. El peor tiro de mi vida se convirtió en el mejor pase de la historia». A Alberto se le conoce como Bixio Górriz, el apodo de siempre que aún le acompaña. «Mi abuela, que no hablaba muy bien el castellano, me quería llamar bicho porque era muy inquieto y le salió bixio. El mote lo adoptó mi cuadrilla, luego el equipo y hasta ahora».
El fútbol de élite sería casi imposible sin los secundarios, pero también sin la figura del forofo. Jesús Agirrezabalaga es uno de los hinchas más renombrados de España. Tiene 85 años y lleva 75 jaleando al Athletic. Ahora en el nuevo San Mamés, pero primero en La Catedral, a la que lloró el día de su desaparición. Se le conoce como el Txapela por la rojiblanca que luce desde hace 60 años detrás del banquillo de su equipo. La lleva repleta con las insignias de todas las peñas que hay del Athletic en el mundo.
«La primera vez me llevó mi padre el campo. Tenía diez años, me gustó y ahí seguimos. Con la txapela llevaré cerca de 60 años. Tenía una negra y la cambié por una rojiblanca. Ahora tengo tres y una está en el museo de San Mamés. No fallo nunca. Una vez falté a tres seguidos y me llamaron de la tele para ver qué pasaba».
El Txapela es tan conocido que lo van parando continuamente. «Una vez tardé hasta una hora en llegar al campo». Y aunque él se quita mérito y dice ser un aficionado más, la gente le repite «No te tienes que morir nunca». Jesús tiene grandes recuerdos de Luis Fernández, que le pidió una txapela, de Julen Guerrero y de Zarra, quien le dijo seis meses antes de morir
Aquel futbolista se convirtió en el jugador que más veces ha vestido la camiseta de la Real Sociedad a lo largo de su historia: 599 en quince temporadas. Titular indiscutible casi toda su carrera. Hasta que llegó Toshack, que le dejó disputar el penúltimo partido, en la despedida del viejo Atocha, y luego, aunque el equipo ya no se jugaba nada, le impidió redondear la cifra en el cierre de la temporada en el Camp Nou. «Entonces me sentó muy mal porque el entrenador, además, sabía que me hacía ilusión. Pero ahora es una cifra (599) que me gusta y que invita siempre a recordar aquella anécdota. Igual Toshack lo hizo por eso», explica, socarrón, Górriz, convertido ahora en un secundario del fútbol desde su cargo de presidente de la asociación de veteranos de la Real Sociedad, que vela por los problemas que puedan sufrir los exjugadores.
Los veteranos son todo experiencia, una virtud poco valorada en el fútbol. «No tenemos mucha relación con el primer equipo, pero mejor, así no hay problemas. Y la Real ahora la verdad es que funciona muy bien. Aunque yo creo que podríamos dar buenos consejos a los jugadores. Martín Lasarte (entrenador uruguayo de la Real, destituido en 2011) sí que era partidario de que habláramos con ellos porque sabemos cosas que cuando eres joven no le das importancia».
Mari Pérez (Lavandera)
150 kilos de material en dos lavadoras industriales
Una de esas cosas es ser agradecido con los subalternos, aquellas personas que trabajan en la sombra. Algunos ni siquiera pueden expresarse porque hay clubes tan estrictos, como el Athletic, que prohíben hablar a sus trabajadores. Su empleo igual no da títulos, ni pone en pie a la hinchada, pero es un eslabón más de la cadena. Necesario. Porque necesario es, por ejemplo, que el futbolista tenga la ropa limpia y de eso, en el Granada, se encarga Mari, la lavandera que solo se ofusca durante la pretemporada, época de varios entrenamientos al día, viajes, calor... Mucho trajín.
Mari Pérez tiene 49 años y lleva ocho temporadas en el Granada. Lo mejor de su trabajo, dice, es que le encanta lo que hace. Lo peor, las prisas, «cuando quieren que la lavadora vaya más rápido de lo que puede». Aunque hay muchas más cosas que le gustan de su oficio. Como el trato «especial» con el delegado Manolo Lucena. O los días de partido, que si el trabajo lo permite se sube a la grada a apoyar al equipo. Aunque lo pasa tan mal que cuando se estaban jugando el descenso, al final de la pasada temporada, cogió y se encerró en la lavandería porque no soportaba tanto sufrimiento.
Con los jugadores tiene una relación cordial, pero estrictamente profesional. «Cada uno en su sitio», advierte Mari, quien, eso sí, no tiene problemas en echarle un cable al que se lo pide. «Cuando Siqueira estaba buscando piso me traía su ropa personal para que se la lavara. Cuando ya se mudó, vino un día y me regaló un perfume espectacular. Y yo le dije que no hacía falta, que por qué me lo daba. Y él me contestó: Porque te lo mereces». Y las bromas. Ya se sabe, mujer entre hombres jóvenes es sinónimo de chiste burdo y fácil. «Roberto Fernández, el portero, venía con la toalla enrollada. Y yo les decía: Pero si soy como vuestra madre. O como vuestra hermana mayor. Al final me regaló los guantes».
En el estadio hay dos lavadoras y dos secadoras grandes, industriales. Las utiliza tres veces cada una para lavar cerca de 150 kilos de material. «Si se las lavaran ellos no usarían tantas toallas», reniega. Luego dobla la ropa y la deja apilada, en orden. «Me dicen que soy muy perfeccionista, que doblo la ropa como si estuviera en mi casa, pero es que yo prefiero tardar media hora más y hacerlo bien». El mejor regate de Mari es el orden. Cuando el Villarreal visitó Los Cármenes el curso pasado dejó maravillado al utillero del Submarino Amarillo. «Me dijo que me querían contratar, que me daban lo que pidiera, pero yo no me voy del Granada ni por todo el oro del mundo».
Marcelino Torrontegui (Masajista)
En verano cambia al ciclismo: lleva cinco Juegos Olímpicos
En verano cambia al ciclismo: lleva cinco Juegos Olímpicos
La fidelidad es un denominador común entre los currelas de la Liga. Por eso Marcelino Torrontegui va con la camiseta del Málaga por todo el mundo cuando, en verano, deja un momento el fútbol para cuidar las piernas de los ciclistas del equipo nacional en Mundiales y Juegos Olímpicos. «El Málaga colma todas mis necesidades, así que no me iría ni al Madrid ni l Barça». Y eso que el masajista no es malagueño sino asturiano hasta la médula. Y allí en su pueblo, en Albandi, luce el apellido en el asador paterno, famoso por su cordero a la estaca, que ahora regenta el hermano de Marcelino. «Pero esta ciudad me ha dado muchas cosas, como mis dos hijos».
Al fútbol llegó de rebote. Su vida estaba en el ciclismo desde que empezó a trabajar para el Clas, luego vino el Mapei, el Festina... Torron ha coincidido con Escartín, Olano, Armstrong y muchos más. Pero su relación más especial fue con Tony Rominger, el corredor suizo que ganó tres Vueltas y un Giro. «Era su hombre de confianza». Y la selección española. Cinco Juegos y más de veinte Mundiales.
Pero un año, durante una concentración del Málaga en Biescas, el médico del club le preguntó si podía echarles una mano. «Vine perdiendo dinero, pero aquí sigo, y muy a gusto». Con los futbolistas tiene buen trato, pero asegura que la relación es más íntima con los ciclistas. «Estás muchas veces a solas con ellos en la habitación, mientras que en el fútbol hay varias camillas, entran, salen... Hay más trasiego». El que más le impresionó fue el holandés Van Nistelrooy, «un tío excepcional». Aunque su ojito derecho siempre será Rominger.
Gerardo Ruiz (Preparador físico)
Un apasionado de los deportes regionales
Gerardo Ruiz, el dicharachero preparador físico del Sporting, recuerda más a los entrenadores que a los jugadores. E inmortal en la memoria permanecen Manolo Preciado y su bigote, uno de esos hombres que sembró de amistades el fútbol español. La víspera de su muerte, en junio de 2012, le telefoneó. Preciado había logrado lo impensable, que dejara el Sporting para irse con él al Villarreal. «Mañana te recojo en el aeropuerto de Valencia, me comunicó por la tarde. De madrugada me llamaron para decirme que había sufrido un infarto».
La muerte del amigo le sirvió para conocer a un caballero. Durante el funeral de Preciado se le acercó Fernando Roig, el presidente del Villarreal, quien le pasó el brazo por encima de los hombros y le soltó: «Chico, no te vas a quedar sin trabajo. No en el primer equipo, porque el entrenador que llegue querrá traer a su preparador, pero trabajo tendrás». Aquel detalle le caló hondo. «Le agradecí por carta ese gesto de humanidad». Pero no aceptó. Él solo hubiera dejado el Sporting de sus amores por su otro amor, Manolo Preciado. Ruiz regresó a Gijón, al filial del Pitu Abelardo, con quien subió al primer equipo.
Gerardo Ruiz llegó al mundillo porque era muy malo jugando al fútbol pero le gustaba vivir con el chándal puesto. Quería estudiar Educación Física y por aquel entonces solo podía hacerse en el INEF de Madrid. Allá que se fue y al acabar la carrera se buscó la vida en gimnasios, institutos y la Universidad de Oviedo. Un día le llamaron de Mareo, la escuela del Sporting, y en 1994 le contrataron para las categorías inferiores.
El preparador físico del Sporting rompe algunos prejuicios, como que el futbolista no es un gran deportista. «Ahora entrenan más que nunca. Son unos atletas acojonantes. Hacen arrancadas, frenan, reciben mil golpes... Hacen más de cien aceleraciones. Y los humanos lo hacemos todo con las manos, menos jugar al fútbol. Ahí está su dificultad».
Con ese carácter tan divertido, es un referente dentro del equipo. «Yo les gasto muchas bromas, soy muy cercano a los jugadores. Pero siempre les digo que hay que sufrir en Mareo para disfrutar en el Molinón, que es donde emocionan a la gente, que agradece esa camiseta sudada, y cosas por el estilo: soy un gran motivador».
Y sigue rompiendo estereotipos. Esos jóvenes que tanto cuidan la imagen y que saltan al campo como estrellas, no siempre están tan seguros de sí mismos. «Muchos son chicos asustadizos. Cuánta gente entrena bien y luego sale al campo acojonada. Son muy particulares, narcisistas y tienen un carácter de la leche, pero eso está bien en un deporte como éste». A todos, a los valientes y a los cobardes, les recuerda los tres pilares: nutrición, entrenamiento y descanso.
Por encima del Sporting, solo Asturias. «Soy un asturtzale», bromea. Gerardo Ruiz ha profundizado en las raíces, deteniéndose en los deportes autóctonos, como los bolos, la cambiada, la llave... «Me gustan mucho los deportes tradicionales de toda España y su gastronomía».
Pepe de los Santos (Enfermero)
Era el nieto de los almohadilleros de Mestalla
Muchos de estos trabajadores en la sombra pasan media vida en un club. Como Bernardo España Españeta, el entrañable utillero del Valencia famoso por sus mil anécdotas y su fabuloso control del balón. Esa técnica que fascinaba a Kempes. El Matador, al acabar cada entrenamiento, chutaba desde la portería a la banda, donde se encontraba Españeta, que dormía el balón de un toque sutil.
El veterano utillero lleva más de 40 años encargándose del material y aún trajina por los vestuarios, donde añora al genial Di Stéfano, al que le compraba tres paquetes de Camel. A su lado, también curtido en mil batallas, Pepe de los Santos, el ATS -ahora se llaman simplemente enfermeros- que arrastra 44 años de fidelidad al Valencia.
Empezó con el filial en 1971 y le subió al primer equipo Víctor Espárrago. La llamada del fútbol le colocó en una disyuntiva: él estaba en uno de los principales hospitales de la Comunitat Valenciana como instrumentista, una posición muy valorada, y la decisión no era fácil. «Pero el fútbol tira mucho», confiesa.
Y tira no por la afición del forofo, sino por la raigambre. «Mi abuelo era almohadillero en el campo de Mestalla. Durante la semana las rellenaba y mi abuela las cosía. Y eso lo he vivido yo cuando apenas andaba. Lo mamas desde chiquito. Me crié en el Mestalla recogiendo balones, jugaba en el juvenil... Era imposible que no me decantara por el fútbol».
De hecho, asegura que le gusta todo de este deporte. Aunque hay veces que le disgustan «las bromas malintencionadas». Esos días se enoja. «Y pienso: ¿qué hago yo aquí? Si podría vivir como un señor en un hospital». Pero se le pasa rápido, sobre todo cuando ve que su trabajo es útil o, como le ha ocurrido un par de veces, literalmente vital. «Lo más difícil lo vivimos el doctor Candel y yo el día que Mista sufrió una parada cardiorrespiratoria. Mientras el médico hacía la maniobra para abrir la boca, le introduje el tubo de Guedel. Le apreté el diafragma y respiró. La alegría más grande, sin duda. Empezamos a gritar: ¡Lo tenemos! ¡Lo tenemos! Nos pasó algo parecido con Aimar, pero lo escupió enseguida».
Son muchos momentos juntos y al final muchos de los compañeros se convierten en amigos. «En Bilbao tengo varios muy buenos: Valverde, sus segundos, el preparador físico, Aduriz, que en cuanto me ve me da un abrazo». Valverde no es el único entrenador con el que congenió. Al que le tiene más cariño es a Héctor Cúper, pero también al penúltimo técnico del Real Madrid. «Rafa Benítez es muy especial: es una persona que respira fútbol».
De los Santos ha ido reuniendo durante más de 40 años una inmensa colección de camisetas. «Las tengo en un baúl porque si no la mujer me tira de casa», explica, pero en cuanto sube un equio nuevo a Primera, se lanza a por una. Es lo que sucedió con el Eibar. «Patxi Ferreira (entonces segundo entrenador del Eibar y exjugador del Valencia) me la mandó. Es un gran tipo. De hecho es el único que he conocido que se despidió organizando una cena con los servicios médicos. Un gran detalle».
Ahora solo le queda un año y medio para la jubilación. Y aunque lleva toda la vida pegado a botas y balones, ya tiene ganas de bajarse del barco. «Esto es para gente joven. Mucho viaje y mucho meneo, llegar a casa a las tres de la mañana cuando juegas fuera, a las cuatro si es un partido de Champions . Carga, descarga, sube, baja... Porque yo también ayudo a los utilleros. Es pesado».
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