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P. RÍOS
Jueves, 14 de abril 2016, 19:19
El Barça intenta asimilar que se le han escapado de golpe tres títulos que conquistó la pasada temporada: la Liga de Campeones y la correspondiente opción de ganar la Supercopa de Europa y el Mundial de Clubes. Y ya trabaja para recuperar el ánimo con el objetivo de defender su ventaja en la Liga y llegar en la mejor forma posible a la final de Copa ante el Sevilla. Repetir el triplete de la pasada temporada ya no es posible, pero un doblete premiaría una gran temporada, aunque manchada por el bajón de este último mes.
El equipo de Luis Enrique sigue teniendo en su mano mantener la supremacía en el fútbol español porque Real Madrid y Atlético todavía no han ganado una Champions que el Bayern persigue con todas sus fuerzas y a la que se ha sumado como candidato interesante el Manchester City. El Barça es ahora el derrotado, pero dentro de un mes y medio nadie sabe quién estará celebrando o llorando.
Ahora sí se sabe quién llora. Le toca al Barça lamentarse por la justa eliminación a manos del Atlético en los cuartos de final de la Liga de Campeones, igual que sucedió hace dos años. Lo de justa hay que remarcarlo porque, a diferencia de los mensajes subliminales que lanzan sus adversarios cuando se creen perjudicados por las decisiones arbitrales (lo hizo el Atético tras la ida), directivos, técnicos y jugadores del equipo azulgrana no criticaron al colegiado italiano Nicola Rizzoli por no pitar el claro penalti de Gabi en el minuto 90 que podría haber llevado la eliminatoria a la prórroga. La mano fue dentro del área, pero la sacó fuera.
Le pidieron rojas de Suárez e Iniesta por sus manos en el penalti del 2-0, pero eso es más opinable. ¿Intención en el codazo del primero a Godín en un remate? ¿Último hombre el segundo en un pase horizontal? Son criterios. Pero lo de la mano de Gabi sí fue un error. No importa. El Barça no actuó como un campeón por su juego en el césped, pero sí tuvo la mejor actitud al entender el fallo arbitral como un lance del juego.
La afición tampoco habría aceptado esa queja tras un rendimiento tan pobre. En eso el Barça es un club muy especial: si no se merece, mejor no ganar. Ni siquiera se enfadaron por el gol mal anulado a Messi ante el Atlético en el último partido de la Liga 2013-14 que dio el título al equipo rojiblanco tras el 1-1. En lugar de eso, aplaudieron con respeto al campeón. Eso sí, luego no le pagan con la misma moneda.
Deportivamente, hasta a los jugadores y a Luis Enrique les cuesta encontrar los motivos del «bajón», como lo definió Piqué. El primero vuelve a ser la Messidependencia, aunque en esta ocasión, por lo que cobra y por las expectativas que genera, hay que extender la crítica a Neymar. Han desaparecido al mismo tiempo tras los compromisos con sus selecciones, finales en sus casos al tratarse de partidos oficiales.
Luis Suárez, aunque con menos frescura para definir, sí mantiene el carácter y la entrega, pero sus dos compañeros del tridente son una sombra de lo que eran hace un mes. Y el Barça, desgraciadamente para su cartel como técnico, es el Barça del tridente, no el Barça de Luis Enrique, como el Atlético sí es de forma indudable el Atlético de Simeone por encima de todo. Esas definiciones no son gratuitas.
Puede que Luis Enrique tenga unas ideas innovadoras o muy claras en algunos momentos, pero posiblemente no las pueda ejecutar al estar hipotecado por tres jugadores tan maravillosos que lo tienen que jugar todo por calidad y también para evitar conflictos. Son intocables y maravillosos, pero también humanos: no están finos y no existe otro plan alternativo.
Inseguridad y falta de físico
Messi no está fino. Su comportamiento corporal recuerda al de esos momentos de su carrera en los que ha estado inseguro por las molestias musculares. Eso filtró su entorno tras el Calderón, pero los servicios médicos lo niegan y este jueves se entrenó con normalidad. Puede ofender su supuesta apatía en el Vicente Calderón, pero a Messi hay que quererlo así porque es el más humano de los extraterrestres, no es un futbolista robotizado como otros con los que le comparan permanentemente.
Si el equipo no juega a nada, el rival es más intenso y la defensa de ayudas le anula, se deprime porque él poco puede hacer si hay que recurrir a la testosterona. Lo de Neymar es más grave porque todavía no ha ganado ni ha demostrado en el Barça un ápice del compromiso exhibido por Messi durante tantos años exitosos.
También se intuyen problemas físicos de Busquets y Rakitic, que no estuvieron a la altura de un Iniesta fenomenal tanto en orgullo como en fútbol. Y aunque es injusto personalizar en errores individuales, el despeje de Alba desde el banderín del córner a la frontal del área en el primer gol es para mostrar en la escuelas de fútbol base de lo que no se debe hacer. Al lateral zurdo le toca centrarse un poco más, como a Piqué, que sí dio la cara en el campo, pero que ahora paga sus delirios en las redes sociales.
Dio la sensación de creerse invencible. Y ese es quizás el problema del Barça en general: después de 39 partidos seguidos sin perder, llegó a creer que todo era una alfombra roja. Y el primer contratiempo serio, la derrota en el clásico, fue una bofetada de la que nadie se ha recuperado mientras la dirección deportiva ya trabaja en la próxima temporada porque buscar ahora soluciones en el fondo de armario es imposible.
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