p. ríos
Miércoles, 12 de abril 2017, 17:04
Pasó en Manchester (3-1), París (4-0) y ahora en Turín (3-0). El Barça ha perdido de forma contundente, impropia de un equipo con su potencial deportivo y económico, insultante para sus socios y aficionados por la falta de respuesta, tres de sus cinco desplazamientos en la Liga de Campeones. Lo del City hizo poco daño porque ocurrió en la fase de grupos que el equipo azulgrana acabó liderando con solvencia; la humillación del Parque de los Príncipes ante el PSG en octavos de final se arregló con una remontada épica, milagrosa y posiblemente irrepetible (6-1) en un Camp Nou que ahora mismo no parece un escenario en el que se pueda producir otra gesta para solucionar el desaguisado del Juventus Stadium. El mensaje de entrenador hundido, sin fe en otra remontada, que transmitió Luis Enrique al acabar el partido no ayuda. «Soy menos optimista que en París», reconoció.
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Quizás no fuesen las palabras que esperaban los barcelonistas, que pese al disgusto hubiesen comprado una invitación inmediata a soñar con otra proeza, pero Luis Enrique nunca se ha caracterizado por vender humo. Estaba dolido por la imagen ofrecida en una primera parte que calificó como «nefasta, muy grave y muy triste, la tercera parte del PSG-Barça», confesó que estaba «reviviendo una pesadilla» y se autoproclamó «responsable al 101 por ciento de lo sucedido por no haber sabido transmitir a los jugadores lo que queríamos».
En París también fue crítico, pero más comedido e incluso afirmó que era optimista para la vuelta pese a que la desventaja era mayor. Sin duda, intuyó que invitando al PSG a un partido loco había opciones de remontar aquel 4-0. E ideó para el gran reto un cambio de sistema que dio resultado: el 3-4-3. Pero ahora Luis Enrique sabe que la Juventus no aceptará un partido abierto por nada del mundo y el factor sorpresa de una revolución táctica ya no existe salvo suicidio jugando con cuatro delanteros o algo así. El equipo italiano domina también el otro fútbol, como las pérdidas de tiempo, el combate cuerpo a cuerpo, la presión al árbitro. Y además tiene a Dybala, en estado de gracia, que en cualquier contragolpe puede sentenciar. No, nada, a día de hoy, invita a creer.
Ahora llega el momento de culpar a Mathieu, señalado por el propio técnico al cambiarlo en el descanso ya con 2-0, aunque la apatía de Piqué en los dos goles fue igual de grave que la suya. O de seguir acusando a André Gomes (jugó la segunda parte sin aportar nada como mediocentro) de todos los males cuando esta vez el que se plantó solo ante Buffon en la primera parte fue Iniesta, fallando una ocasión de oro. Al portugués se le crucificó en Mánchester y París por dos errores similares, pero, también es lógico, Iniesta tiene el escudo de su historial.
El dato de que el Barça corrió nueve kilómetros menos que la Juventus y cinco menos que en París confirma que el problema es, ante todo, colectivo. Hace tiempo que el equipo de Luis Enrique no sabe reaccionar ante un marcador en contra madrugador, un hecho que tendría que provocar que se entrara al campo a tope de concentración e intensidad para evitarlo. Sin embargo, se inician los partidos al trote, de forma contemplativa, y el castigo es inmediato: París, La Coruña, Málaga, Turín... Y le ha pasado con y sin Sergio Busquets, sancionado en París, aunque los males en la salida de balón son más evidentes sin él. El rival se encierra con 1-0 y todos los ataques, como en los últimos meses de Pep Guardiola o el año del Tata Martino, se vuelven previsibles. El técnico asturiano supo combinar el juego de toque con las transiciones rápidas, pero con contrincantes encerrados en su área hay que centrarlo todo otra vez en el fútbol posicional y la paciencia. Y ya no hay ideas ni energía para picar piedra.
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El tridente encadena dos desplazamientos europeos sin gol. También 180 minutos consecutivos sumando los de La Rosaleda y los del Juventus Stadium. Tanto destacar sus virtudes, su buen rollo y su compenetración para estancarse en el momento decisivo de la temporada, a punto de decir adiós a la Liga y a la Liga de Campeones salvo reacción, con la final de Copa como triste consuelo. A Messi salen todos a taparle (algo que no hizo el Barça con Dybala) y pese a ello jugadores en mejor posición de remate le siguen buscando. Con todo, el argentino lo intentó, dio los mejores pases en las ocasiones de Iniesta y Luis Suárez y buscó ayudar en otras zonas del campo. Luis Suárez se ha peleado con el gol, pero su desacierto no puede ocultar su buena actitud y espíritu combativo. Lo de Neymar es diferente. Va de aspirante al Balón de Oro pero igual se autoexpulsa en Málaga y se borra del clásico por unos aplausos infantiles a los árbitros que se presenta en Turín sin apenas encarar a Dani Alves, que le ganó la batalla psicológica de los dos amigos que se enfrentan (siempre vence el que sabe diferenciar lo que hay en juego), sin crear ocasiones y desaparecido en combate. Fue la estrella de la remontada ante el PSG, pero de aquello no se vive. Salvo un cambio brutal el próximo miércoles, el 6-1 quedará en una anécdota. «Si recuperamos nuestro nivel, podemos marcar cuatro goles a cualquiera», apuntó Luis Enrique como única concesión a los soñadores.
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