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El fútbol, como la vida, ejerce como cruce de caminos. Unos que se abren y otros que se cierran. Una encrucijada donde conviven a menudo las promesas más rutilantes con los veteranos que cruzan ya el otoño de su carrera y observan con alguna melancolía ... la irrupción de esos jovencitos que reclaman su sitio. Y el fútbol además suele estar alumbrado por las leyes del azar: es el caso de la lejana tarde de un 8 de marzo de 1981, cuando Mestalla asistió a una velada histórica. Fue el último partido de su mayor ídolo, el argentino Mario Kempes, hoy un flamante septuagenario que aquel día se despidió de sus fans con una decepcionante actuación ante el Athletic de Bilbao. Un triste empate a cero que no hubiera tenido nada de memorable, salvo por esa circunstancia (la despedida del campeón mundial, que fichaba por el River Plate bonaerense) y por otra coincidencia. Fue el día en que un tal Luis de la Fuente, entonces un proyecto de futbolista, nació para el deporte de élite: debutó en Mestalla y encadenó a partir de entonces una exitosa carrera, más en los banquillos que sobre el césped.
El reciente campeón de la Eurocopa al mando del combinado español tuvo que salir al campo de repente. Mediada la segunda parte, Estanis Argote, ocupante del extremo izquierdo en la alineación bilbaína, sintió unas molestias y pidió el cambio. En su lugar, Sáez puso sobre el terreno a un joven recién llegado del equipo filial, que se desempeñaba como defensa en esa misma banda: el entrenador vasco, con fama de 'amarrategui', sacrificó su vertiente ofensiva para asegurar el empate sin goles y terminar de aburrir a sus rivales y al público presente en Mestalla. Habrá quien no haya olvidado que esa tarde previa a las Fallas del 81 se sentó en su butaca para sestear durante hora y media, abuchear a sus jugadores y ver cómo abandonaba el campo incapaces de superar la portería rival, como detalla con un rasgo de ironía la ficha que acompañaba en estas páginas a la crónica del partido: en el apartado goles, el redactor escribió 'las ganas'.
Al autor de aquella información, Ricardo Pons, la presencia de Luis de la Fuente le pasó desapercibida, como es natural. Tenía puestos los cinco sentidos en el equipo de casa, cuya lamentable actuación consignó con esmerada precisión, sin ahorrarse las puyas. A saber, título de la crónica: '¡Qué desastre, señores!'. Así, sin anestesia (pero con brecha de género). Y con la misma ausencia de conmiseración puntuaba los méritos de aquella alineación: Sempere, regular; Carrete, flojo; Botubot, deficiente; Arias, regular; Tendillo, bastante bien; Castellanos, flojo; Saura, el único con sentido; Solsona, regular; Morena, más vale olvidar su actuación; Subirats, flojo; y Kempes...
Kempes mereció capítulo aparte. Sus prestaciones se calificaron como «decepcionantes», el primero de una serie de dardos que justificaban la frialdad que distinguía por entonces su relación con la grada valencianista y ayudaban a entender las informaciones que acompañaban aquella crónica. Se desvelaba que el holandés Frank Arnesen se aprestaba a ser su sustituto, se añadían declaraciones del presidente del River Plate, presente aquella tarde en Mestalla, alertando de que el futbolista argentino añoraba su tierra y Ramos Costa anunciaba que Kempes quería irse, que su traspaso oxigenaría las arcas del club y además lanzaba alguna pulla hacia sus socios: «La afición no colabora en la recuperación de Kempes». Aludía así al difícil clima que atravesaba el vínculo entre el futbolista y sus fans, que al día siguiente se sustanció en estas mismas páginas: Kempes se fue a Argentina y 24 horas después nuestros lectores lo pudieron ver subiendo al avión, con gafas Rayban de pera muy de la época, gesto abatido, bolsa en bandolera... Concluía una historia, la suya; arrancaba otra, la protagonizada por De la Fuente. Una exitosa carrera cuyo hito más reciente se imprimió el domingo en Berlín: el fútbol, esa feliz encrucijada.
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