Mbappé, con la máscara durante un entrenamiento con Francia. reuters

La política y el deporte siempre se han mezclado

La postura de Mbappé contra la extrema derecha remite a los choques que protagonizaron Zátopek, Mohammed Ali y Kasparov contra los gobiernos

Cayetano Ros

Valencia

Lunes, 24 de junio 2024, 01:28

En la previa de la Eurocopa, Kylian Mbappé, estrella de Francia, de 25 años, sorprendió con un discurso elaborado animando a los jóvenes de su país a ir a votar contra los extremos en las elecciones legislativas del 30 de junio. En realidad, fue un ... alegato para frenar a la extrema derecha. La respuesta de ésta no se hizo esperar: cómo un niñato multimillonario se metía en camisa de once varas. No le hacía ninguna falta, es cierto, y, por tanto, fue un gesto de valentía y generosidad. Mbappé no pensaba en sí mismo sino en el futuro de los millones de emigrantes y sus descendientes de la República francesa.

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No es nada nuevo. La política y el deporte siempre han ido de la mano. El velocista de raza negra Jesse Owens, ganador de cuatro oros en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, ya se enfrentó de esa manera a Hitler: venciendo en todas las pruebas delante de los morros del genocida alemán de origen austriaco, defensor de la raza aria. Emil Zátopek, la primera leyenda en las carreras de fondo (conquistó el oro en 5.000, 10.000 y el maratón de Helsinki 52) fue castigado a trabajos precarios en los últimos años de su vida por haber apoyado la Primavera de Praga en 1968 contra el régimen comunista. La gimnasta Nadia Comaneci, heroína de los Juegos Olímpicos de Montreal 76 con tan solo 14 años, se escapó en cuanto pudo de la Rumanía del dictador Ceacescu. El boxeador Muhammad Ali se negó a alistarse al ejército estadounidense en la guerra de Vietnam a finales de los sesenta y fue condenado a cinco años de cárcel. Y Gary Kasparov, campeón del mundo de ajedrez de 1985 a 1993, pagó con el destierro su oposición al sátrapa ruso Vladimir Putin.

¡Vivan Lamine y Nico! El cantautor y supremacista catalán Lluís Llach afirma que la izquierda debería afrontar, tarde o temprano, el 'problema' de la emigración. Se le olvida al líder independentista la parte de la inmigración como solución: a la crisis demográfica de Europa, a la hucha de las pensiones, a los trabajos más precarios de los que huyen los españoles y catalanes de pura cepa (entre ellos, cuidar de nuestros padres, nuestros abuelos y, llegado el caso, de nosotros mismos). Y, en el lado más lúdico, a la selección española de fútbol.

España se ha pasado los últimos campeonatos dando pases inútiles (más de 1.000 en el choque frente a Rusia del Mundial del mismo país en 2018) hasta que han aparecido por los extremos Lamine Yamal y Nico Williams, hijos de emigrantes africanos, para darle la profundidad necesaria. Gane o pierda, España es la selección más atractiva de la Eurocopa de Alemania.

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Es curioso: en una España de pianistas (la delicadeza de Pedri, Fabián o el propio Lamine Yamal en el trato del balón), los portadores del piano, los tipos duros encargados de partirse la cara en cada ataque del rival, son dos franceses alistados por la Federación Española de Fútbol: los centrales Laporte y Le Normand. La selección francesa dispone de tal excedente de defensores centrales, la mayoría negros, que se permite el lujo de perder a estos dos blancos en favor de España. La globalización y el mestizaje en el continente europeo también es esto.

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