Tokio 2020

El otro Pau

Tokio blues ·

En este viaje estoy teniendo varios momentos que parecen escenas de 'El Guateque', y no siempre por culpa de los japoneses

Pío García

Enviado especial a Tokio

Lunes, 2 de agosto 2021, 18:44

Hay gente que se mueve por el mundo con una seguridad admirable. Conocen su sitio, saben cómo moverse, hacen las preguntas exactas, nunca se equivocan. Yo no soy de esos. Cuando voy a hacer una entrevista existe siempre una altísima probabilidad de que me confunda de lugar, lleve las pilas gastadas, se me funda la batería del móvil y se me caigan los bolígrafos mientras trato de encontrar una libreta. Por más que intento conducirme por la vida con la soltura de un diplomático francés, siempre acaba saliéndome el Peter Sellers que llevo dentro. En este viaje estoy teniendo varios momentos que parecen escenas de 'El Guateque', y no siempre por culpa de los japoneses.

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El cénit lo alcancé ayer, al terminar el partido de hockey entre España y Bélgica. Acudí a la zona mixta con el orgullo de que esta vez acerté de lugar y hasta llevaba la pegatina oportuna para que ningún voluntario me echara una de esas broncas suaves y llenas de reverencias que me suelen echar. Iban pasando en fila india los cinco internacionales que se retiraban después de ese partido. Yo quería entrevistar a Pau Quemada. Después de esperar más de media hora, me tocó por fin uno. Oí que alguien le llamaba Pau. Se acercó, sudoroso, fatigado y con barbita. Me pareció familiar. Le puse el micrófono del móvil y le pregunté en tono sensiblero, como de programa radiofónico a medianoche, qué sentía a la hora de la despedida aquel chaval que de crío se había ido de Logroño a Tarrasa. Me miró estupefacto.

¿Cómo? ¿Qué dices?

Que cómo ves ahora el momento en que llegaste de Logoño a Tarrasa y escogiste jugar al hockey

¿El qué? ¿Logroño qué? No entiendo nada.

Entonces comprendí que el chaval ese no me era en realidad tan familiar y que no se parecía tanto a Pau, que además estaba -este sí- dos filas más atrás. Uno hubiese deseado estar en ese momento a mil leguas de allí tomando sushi revenido con matones de la yakuza, pero en estos casos no queda más remedio que decir «uy, perdón, me he equivocado», vigilar que no te haya visto nadie, alejarte silbando y ponerte al lado de Pau, esta vez sí, para preguntarle que sentía aquel chaval etcétera, etcétera.

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