El club de balonmano de Alzira se plantó en el pabellón Sport Halle de Linz (Austria) para jugar la vuelta de la final de la Copa EHF. El equipo rival se preguntaba qué hacía allí aquel grupo de jugadores dispuestos a ser los mejores de Europa. Llevaban siete meses sin cobrar. Abandonar el club no era una opción para ellos. Eran conscientes de que la marcha de alguno provocaría un efecto dominó con el que, seguro, no lograrían absolutamente nada. Era septiembre de 1994.
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El verano de 1995, el histórico Alzira, campeón de la Copa del Rey, de la EHF y un meritorio segundo puesto en la liga Asobal desapareció. Las deudas, unos 100 millones de pesetas por falta de patrocinios tras la salida de Avidesa, ahogaron al club. Algunos jugadores pudieron marcharse y continuar lejos sus carreras, otros no tuvieron opción. Pero hasta llegar a aquel punto, muchas promesas incumplidas por parte de la directiva, una semana de encierro en el Pérez Puig, títulos logrados pero, sobre todo, compañerismo en mayúsculas. «La unión no daba de comer pero ayudaba a llevar mejor la situación», recuerda Juan Alemany (Valencia, 1963), jugador del Caixa Valencia (después Avidesa y posteriormente CBM Alzira) de 1986 a 1994.
Los miembros de aquel equipo ganador y sufridor por partes iguales continúan teniendo relación. Otro mítico jugador nacional, Aleix Franch (Barcelona, 1966), disfrutó de aquel título europeo con el Avidesa Alzira. Referente del balonmano nacional, estuvo dos temporadas en Valencia, de 1992 a 1994. Pero no pudo escapar a la crisis. Los de casa echaban una mano a los de fuera. Alemany invitó a Franch y a su familia a pasar una temporada y estuvieron viviendo con ellos durante un mes. Posteriormente el olímpico se fue marchó a Granollers, a su casa. El equipo había acordado ir al pabellón los días antes de partido. No podían permitirse ningún gasto. Paco Claver, el entrenador, se convirtió en una de las personas que más apoyo psicológico dio a una plantilla que encontró en su utillero, Luis López, su padre, su gran confesor.
En sus retinas, los Jaume Fort, Patxi Peg, Geir Svensson, Salva Esquer, Quique Andreu y compañía siempre recordarán aquella ciudad volcada con el balonmano que se engalanó para recibir al campeón: «Cuando ganamos la Copa EHF, Alzira fue una fiesta, fueron dos o tres días de inmensa alegría, aunque después volvió la cruda realidad». Allí, en la capital de la Ribera todos intentaban ayudar en la medida de sus posibilidades a los ídolos. Les invitaban a comer pero ellos no querían vivir de caridad, sólo cobrar por su trabajo que, además, hacía feliz a muchas personas. «Estoy seguro que de haber continuado, hubiésemos sido imparables porque éramos un gran grupo y si con las dificultades ganamos a un campeón como el Barça en la final de Copa, imagínate«, reflexiona Alemany.
Anteriormente, el Avidesa Alzira atrajo a los jugadores más importantes del mundo. Los rumanos Vasile Stinga o Maricel Vacinea encontraron en la capital de la Ribera su segundo hogar. Aquí nació Corina, hija del primero, que vivió con tristeza y desde la distancia la desaparición del club que amaba: «Escuché los problemas financieros que tuvieron y sentí mucha pena. Me sorprendió». Estuvo desde 1989 hasta 1992. Ahora entrena a otro de los equipos de su vida, el Steaua Bucarest: «El nivel del balonmano español es muy fuerte, sólo hay que ver la selección, pero los jugadores deben irse fuera, es una pena. La liga nacional podría ser potente pero sólo lo es el Barcelona. El balonmano no se aprecia. En Valencia se apoya al fútbol y también al baloncesto, pero el balonmano está descuidado».
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Los mejores años de su carrera profesional los disfrutó en Alzira, donde logró la Copa del Rey: «Recuerdo que había una afición enorme, la gente nos arropaba mucho, era muy pasional, el pabellón siempre estaba lleno. La desaparición la deben haber sentido mucho porque la gente amaba el balonmano», se lamenta el mítico deportista.
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