La vida de Carlos J. Meri no empieza en 1957. Entonces nació. Ni en la estresante rutina de años en los que firmó numerosos e ... importantes proyectos, entre ellos en la dársena del Puerto de Valencia con motivo de la Copa América. «Y en muchos otros sitios», acierta a apuntar el hombre que también fue profesor en la Universitat Politècnica. Una mañana, hace tres años y medio, despertó y su rutina cambió para siempre: «Me sucedió mientras dormía y no podía hablar. Todo aquello se acabó». Un ictus le planteó el proyecto de su existencia, él aceptó el reto y en ello está, rediseñándose.
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Incluso le tocó presentarse a un concurso con oposición, como los muchos que preparó a lo largo de su trayectoria profesional: un diagnóstico nada alentador. Esta vez le tocaba jugárselo al todo o nada. En un primer momento fue trasladado al hospital La Fe y un mes después lo llevaron al Doctor Moliner, en Serra, donde se atiende a pacientes crónicos o de prolongada estancia. La suya iba a alargarse en torno a otras ocho semanas, hasta que un médico le comunicó malas noticias: «Me dijeron 'adiós', que se acabó». Le dieron como un paciente estabilizado, pero sin posibilidades de mejoría.
En ese momento Carlos J. Meri no podía ni moverse ni hablar. Sentir le venía justo. Pero sacó fuerzas desde el único músculo que aún era capaz de dominar, el cerebro: «No era lo que otros creyeran, sino lo que yo pienso. Y quise luchar». Ya en casa, contrató sin todavía saberlo a un ángel: María, la enfermera que le asistió. «Ella fue la que me dijo que sí podía ser con la rehabilitación».
Empezaron a trabajar y empezaron a notarse los avances. Pasó de no moverse nada a poner en marcha algunos músculos y, varios meses después, a poder caminar. Y entonces quiso volver al mismo lugar donde se abstraía tras largas jornadas de estrés en su trabajo como arquitecto de reconocido prestigio. «Yo venía a este gimnasio a nadar todas las noches, sobre las 22.40... he practicado este deporte desde joven. ¿Por qué? No lo sé», comenta Carlos J. Meri, que daba sus brazadas en el Tyris, en el corazón de Valencia.
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Una vez puestos los cimientos, allí empezó también la segunda fase de su propia reconstrucción. El deporte que le había servido para combatir el estrés durante su trayectoria profesional también debía ayudarle a pelear contra las secuelas del ictus: «Me ha salvado la vida». Acude al Tyris seis veces por semana, de lunes a sábado. Ahí se entrena bajo la supervisión de un entrenador personal: realiza muchos ejercicios funcionales, en máquinas y en la sala de kinesis, técnica muy indicada para la rehabilitación.
«También hacíamos sesiones en el agua dos meses atrás. Ahora ya no», apunta Carlos J. Meri. La piscina queda para la tercera fase. En esta ya ha logrado valerse con la parte izquierda de su cuerpo, el brazo y la pierna: «La derecha tiene que ir haciendo caso a los movimientos de la otra». Su fuerza de voluntad la completa con el trabajo de un fisioterapia dos veces por semana en el gimnasio y otras tres en su domicilio. Para recuperar el habla no ha echado mano de profesionales: «La parte de arriba de mi casa es un estudio. Ahí tengo discos y libros. Y así, leyendo y escuchando en los ratos libres, he ido avanzando».
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Tanto que, con pausas y realizando esfuerzos, puede mantener una conversación con bastante fluidez. «Al principio apenas hablaba», afirma. «¡Bueno, menos cuando se enfada!», replica una de las empleadas del gimnasio entre risas. Antes iba acompañado. Ahora ya no: «Vengo con mi bastón». Al acabar la charla y tras el entrenamiento diario, le ayudan a sacarlo de una de las taquillas, donde está también la chaqueta.
El personal de recepción le asiste al colocarse esta prenda antes de salir a la calle, camino a casa: «Subo por las escaleras, no utilizo el ascensor». Lo expresa sonriente, sin apretar los dientes como le toca hacer muchas horas al día para, a sus 67 años, volver a aprender destrezas máximas. Como buen arquitecto, Carlos J. Meri tiene clara la tercera fase del proyecto de su vida: «Dentro de un año volveré a nadar».
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