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David Hernández
Madrid
Domingo, 6 de abril 2025, 06:58
Los cambios sociales respecto a la identidad de género han llegado al mundo del deporte transformados en polémica. Siempre han existido dos categorías en las ... que se clasifican los competidores según sus cromosomas, desembocando en el deporte masculino y el femenino. La inclusión de personas transgénero, fruto del reconocimiento paulatino de sus derechos, ha sacudido ese territorio deportivo dual.
El debate sobre si debería crearse una categoría exclusiva para que quienes se hayan sometido a un cambio de sexo puedan competir entre sí no constituye un debate nuevo. Por ahora, en algunas disciplinas se les permite participar con el género que los representa. Es decir, una persona que nació con genitales de hombre pero se siente mujer y está en proceso de variar su sexo biológico puede competir con otras féminas. Esto ocurre siempre que se cumplan unos requisitos mínimos hormonales.
Hasta ahora y, a pesar de la polémica suscitada, no se ha modificado la norma. El relevo al frente del Comité Olímpico Internacional (COI) ha incentivado ahora la controversia. Su nueva presidenta, la zimbauense Kirsty Coventry, avala expresamente la prohibición de que las mujeres transgénero puedan competir en las disciplinas femeninas en las Olimpíadas.
El veto ya estaba calando en el mandato del anterior máximo responsable del organismo, Thomas Bach, y en el discurso de otros candidatos como Sebastian Coe. Para ellos, regular esta cuestión es de vital importancia para el desarrollo limpio de los Juegos Olímpicos, a lo que se suman las restricciones de acceso que quiere imponer Donald Trump. El presidente estadounidense pretende denegar el visado a quienes no puedan demostrar que tienen los cromosomas característicos de las mujeres (XX).
El objetivo es el refuerzo paulatino de las pruebas genéticas de sexo para competir. Esto supone acotar la competición a las mujeres nacidas así y a las personas de sexo masculino (con cromosomas XY) pero completamente insensibles a los efectos androgénicos de la testosterona.
Aunque la Federación Internacional de Atletismo lo estudia, no parece sencillo aplicar ese criterio a corto plazo. Distintas asociaciones, como la Agrupación Deportiva Ibérica, recuerdan que, según la ley trans 4/2023 -aprobada tras un cisma en el Gobierno del PSOE entonces con Podemos y con el feminismo llamado clásico-, en España es ilegal discriminar la participación deportiva por motivos de orientación sexual, identidad o expresión de género. «Las mujeres trans que han seguido un tratamiento prolongado de supresión hormonal no conservan ventajas físicas significativas respecto a las mujeres cis (las que viven de acuerdo a su sexo al nacer», argumentan estos colectivos contra aquellas voces que denuncian, también dentro del feminismo, que las deportistas transgénero están primadas por su hormonación masculina.
Uno de los casos que más polémica ha desatado es el de la boxeadora Imane Khelif. La argelina fue campeona olímpica en París el verano pasado. Su oponente en octavos de final, Angela Carini, se retiró del combate a los 46 segundos asumiendo que Khelif tenía una notable superioridad física. La deportista norteafricana fue vetada del Mundial de boxeo femenino de Serbia, disputado a principios de marzo, porque las pruebas de elegibilidad de género demostraron que contaba con unos elevados niveles de testosterona, además de presentar cromosomas masculinos. Habrá que esperar para saber cuándo se volverá a ver en un ring a Khelif.
Otro caso que ha levantado mucho revuelo, especialmente en Estados Unidos, es el de Lia Thomas. Esta nadadora compitió en su país cuando era todavía un hombre bajo el nombre de Will Thomas. No tuvo mucho éxito, ya que no estaba ni entre los 300 mejores nadadores de su nivel. Tiempo después comenzó con su proceso hormonal para el cambio de género. Desde entonces compite en la categoría femenina, con varios récords pulverizados. Lo que ha vuelto a cuestionar si esta equiparación vulnera, al tiempo, la igualdad.
Su principal rival en la categoría femenina, Riley Gaines, criticó que la Universidad de Pensilvania permitiese que un hombre compitiera en natación femenina, impidiendo que mujeres como ella y sus compañeras pudieran acceder a trofeos peleados con esfuerzo, a la vez que se las obligaba a compartir vestuario con Thomas. El revuelo llegó hasta la Casa Blanca. Donald Trump ha congelado una subvención de 175 millones al centro universitario porque el presidente no quiere a «hombres compitiendo con mujeres».
En España no existen controversias recientes. Los más relevantes tuvieron de protagonista a la atleta María José Patiño, a quien realizaron una prueba de saliva como prueba de verificación de sexo en los Mundiales de Helsinki de 1983. Dos años después, en un análisis de sangre presentó cromosomas XY y le prohibieron competir. Tres años después pudo volver a las pistas, pero la atleta acabó retirándose al sentirse acosada mediáticamente.
La polémica también planeó sobre Marisol Paíno. Esta jugadora de baloncesto debutó en la liga profesional en 1976 con el Celta de Vigo, que de estar situado en la mediocridad de la mitad de la tabla pasó a dominar la competición. Ella aseguró que tuvo su primera menstruación a los 12 años, pero que por culpa de un problema ovárico recibió un tratamiento hormonal. En 1982, las competiciones añadieron las pruebas de verificación de sexo. Paíno lo dejó porque se negó a someterse a esos exámenes.
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