
Samaranch, elegido en la casa de Lenin y Stalin
Estados Unidos, Reino Unido y Alemania hicieron boicot a los Juegos de la URSS
Julián García Candau
Lunes, 5 de agosto 2024, 01:10
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Julián García Candau
Lunes, 5 de agosto 2024, 01:10
Juan Antonio Samaranch fue proclamado presidente del Comité Olímpico Internacional a las dos y cinco de la tarde del 16 de julio de 1980. Hizo ... el anuncio el presidente saliente, Lord Killanin, quien proclamó el resultado de la votación desde una especie de púlpito de la Sala de Columnas de la sede de los Sindicatos Soviéticos, donde fueron velados los restos de Lenin y Stalin y otras grandes personalidades. No fue el único candidato porque aunque se especuló con la posibilidad de que se retiraran algunos de los aspirantes, finalmente hubo que elegir.
Samaranch fue votado por mayoría absoluta. Obtuvo 43 papeletas de los 77 votantes. Tal número era imprescindible. Se quedaron fuera el neozelandés Cross, el canadiense Worral, el suizo Hodler, el más fuerte entre los aspirantes, y el alemán Daume.
El nuevo presidente del COI tenía una biografía de contrastes. Durante la Guerra Civil fue sanitario en el bando republicano hasta que pudo cruzar a Francia e incorporarse después a la España nacional. Su primera gran afición, en los años cuarenta, fue el hockey sobre patines, deporte que practicó. Con él se abrió camino en la dirección deportiva. Fue el creador de los partidos España contra Portugal, en los que residía la corona mundial. Antes de llegar a la presidencia de la Diputación de Barcelona había sido concejal. Sus aportaciones a las organizaciones deportivas tuvieron eco con la organización de los Juegos Mediterráneos en su ciudad. En esas competiciones los participantes españoles ganaban medallas que eran una especie de falso consuelo por lo lejos que estaban nuestros participantes en los Juegos Olímpicos. En el COI, además de pertenecer a la nómina de dirigentes, hizo el paso previo para llegar a la Comisión Ejecutiva. En ella ocupó la Comisión de Prensa, departamento al que concedió gran importancia durante su presidencia y de ello puedo dar fe por los años que pertenecí a la misma. Por propia experiencia siempre supo dar trascendencia a los medios de comunicación.
La invasión soviética de Afganistán (1979) fue el detonante del boicoteo de numerosas naciones. España tuvo problemas porque el ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, prohibió que los diplomáticos españoles asistieran a los actos de los Juegos de Moscú en 1980.
España no se declaró en contra de la organización moscovita pero tomó medidas, como la de que no participaran militares. Se prescindió de los himnos nacionales y de las banderas en actos significativos. Si España se hubiera sumado al boicot de Estados Unidos, Reino Unido y Alemania, probablemente Samaranch no habría sido elegido. España se quedó en el campo de participantes con condiciones. El jugador de baloncesto, Epi, la gran figura de entonces, estaba haciendo la mili y necesitó permiso especial para viajar a Moscú. En realidad no era militar. Coincidí con él y el entrenador alicantino, Pedro Ferrándiz, un genio de esta disciplina, en el mismo vuelo. España fue encuadrada en el tercer cupo. Participantes, boicoteadores y presentes a los que se había concedido la libertad de asistir, pero casi de incógnito.
Samaranch fue elegido en la primera gran ocasión en que el mundo quedó dividido. No tuvo tiempo para mediar. Sí lo pudo hacer cuando la URSS, dos meses antes de los Juegos de Los Ángeles en 1986, anunció su ausencia. Tuvo que conversar buscando la paz con dirigentes importantes, pero lo tuvo difícil con Brezhnev, Yeltsin, Nixon y Reagan. De la visita al Kremlin para pedir que los soviéticos acudieran a la ciudad estadounidense sacó la promesa de que no habría sanciones para los países del este de Europa que decidieran participar. A mí me dio un empujón poco delicado un policía del Kremlin, en la puerta del despacho del primer ministro, aunque no me impidió entrar.
El otro gran problema político que tuvo que resolver fue la actitud de la mayoría de los países africanos que no acudieron a Montreal y anunciaron su postura inflexible contra el apartheid. Estaba en juego la participación de Nueva Zelanda, que jugaba rugby contra Sudáfrica. Era una cuestión muy peculiar porque en tenis sí podían jugar los sudafricanos. España disputó en Johannesburgo una eliminatoria de la Copa Davis. Y en Barcelona, se jugó un partido de clasificación entre Sudáfrica e India. Este país tampoco quería enfrentarse a los sudafricanos en su territorio y hubo que jugar en campo neutral. Una gran noticia fue la posición del último presidente blanco, Frederik de Klerk, que ayudó positivamente a terminar con la discriminación racial. Al acto de Ciudad del Cabo, en el que Samaranch y el presidente firmaron el compromiso por el que el olimpismo no apoyaría nunca a los países racistas, acudimos muy pocos periodistas para contar la buena nueva.
Con Samaranch acabó el amateurismo olímpico. Se impuso la realidad del profesionalismo. El presidente del COI se encontró al llegar a Lausana, sede de la institución, con que en la caja sólo había 300.000 francos. Una ruina. Supo negociar los derechos de televisión y con ello hubo dinero para Solidaridad Olímpica y ayudas para los comités nacionales y federaciones internacionales. Es lógico que fuera elegido Presidente Honorario perpetuo. Se retiró con la satisfacción de haber conseguido para Barcelona los Juegos de 1992.
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