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Sabina Mínguez: «No quiero ser una Silvia Navarro, sino yo misma»

Sabina Mínguez: «No quiero ser una Silvia Navarro, sino yo misma»

La portera internacional renegaba de su posición en sus inicios, admira a Gonzalo Pérez de Vargas y destaca por su madurez

Lourdes Martí

Valencia

Sábado, 5 de septiembre 2020

A primera vista, la característica que más destaca de Sabina Mínguez es su altura. Sus 177 centímetros no pasan desapercibidos. Sin embargo, tras un breve intercambio de impresiones, la madurez se convierte en la cualidad más destacable de esta joven de tan solo 16 años.

La profesionalidad desborda en el discurso y la actitud de la jugadora de Mislata. «Somos deportistas las 24 horas al día. La alimentación es importante al 100%, el descanso otro tanto y el entrenamiento, igual», afirma.

En inevitable que tanto en su club, el Grupo USA handbol Mislata, como en la selección, donde es habitual en las categorías inferiores, vean en ella una futura Silvia Navarro. «No quiero ser como ella, sino yo misma. Me lo dicen muchas veces, es lógico porque ambas salimos de la misma cantera, conozco a parte de su familia y a ella misma, pero tenemos características diferentes, ella no tiene mi altura, pero ha trabajado mucho para convertirse en una gran jugadora, es un referente, está claro, forma parte de una gran generación que han logrado muchos éxitos tanto para sus clubes como en la selección».

Sin embargo, ella se ve reflejada en Gonzalo Pérez de Vargas, guardameta del FC Barcelona y de la selección: «Refleja bastante a lo que yo aspiro a ser, lo conocí también personalmente en un campus y es completo en todos los sentidos». Fuera del balonmano también cuenta con deportistas que admira, uno de ellos es Rafa Nadal: «Mi padre siempre me ha hablado de su capacidad de esfuerzo, de sufrimiento, no da un punto por perdido y es una persona a la que admirar».

La historia de Sabina con el deporte que ama es curiosa: «Me apunté de pequeña pero durante un año me borré y me puse a practicar judo, no me encontraba a gusto». Tras un partido de su hermano, a los 8 años, volvió a planteárselo. Sin embargo, se topó con un contratiempo: «Un día, en un entrenamiento, no había portera y me puse. Mi preparadora, María del Mar Gómez, vio que no se me daba mal y me obligaba a permanecer en esa posición. Yo ni me movía... luego, entró otra portera y dejé de jugar y mira por donde empecé a echarlo de menos», confiesa entre risas. Sobre eso que cuentan acerca de si los porteros tienen personalidades peculiares, bromea: «Bueno, un poco loca sí que estoy... me deben dar balonazos».

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