28 años después dejar el Avidesa Alzira, el internacional Maricel Voinea (Rumanía, 1959) rompe su silencio y habla, por sorpresa, de su «doloroso» paso por el club valenciano.
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–¿Qué le ocurrió en el Avidesa?
–La gente me quería pero ni el entrenador, César Argilés, ni la directiva lo hacían. Es una larga historia y a lo mejor cuento cosas que no van a gustar a muchas personas.
–Tengo tiempo.
–En 1989 teníamos un buen equipo pero el peor entrenador que tuve en mi vida: César Argilés. No sabía nada de balonmano, esa es la cuestión. La suerte es que contábamos con un buen preparador físico, Carlos Tudela, pero el entrenador no tenía ninguna idea de balonmano, lo malo es que la directiva estaba con él. Le gustaba el balonmano ruso, que era defender, jugar y marcar. En Rumania era diferente, era de donde Stinga y yo veníamos. Allí fui goleador.
–De hecho, usted es uno de los máximos anotadores de la historia de este deporte.
–Llegué aquí y me cambió de posición. Había ido a Juegos Olímpicos con mi selección. En Moscú y en Los Ángeles logramos el bronce, jugaba de extremo izquierdo. Cuando fiché por el Avidesa Alzira, vino mi mujer a un partido al pabellón y marqué no sé si sólo seis o siete goles, y se enfadó conmigo, me preguntaba que porqué ya no era goleador. A mí no me importaba jugar para mis compañeros, pero es que incluso los cambios los hacía mal, la defensa, toda la plantilla era buena pero repito que el entrenador dejaba mucho que desear.
–¿Era el único que lo pensaba?
–No, claro que no. Un día, después de un entrenamiento, estábamos reunidos 15 jugadores y votamos para echarlo. 12 dijeron que sí, otros, como Geir Sveinsson acababan de llegar y tampoco tenían mucho que decir. Incluso se pusieron en contacto con Paco Claver, pero la directiva estaba junto a Argilés.
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–Se le ve muy dolido.
–Sí, porque yo lo di todo por ese equipo. Me he sentido muchos años mal porque quería contarlo y quedarme tranquilo y bien, porque como dicen en castellano, a mí me dieron una patada en el culo y me dolió mucho. Últimamente he estado viendo repeticiones de partidos, como el que jugamos en Frankfurt que se lesionó Stinga al principio, y te dabas cuenta de los cambios que eran malos todos.
–¿Todavía se enfada cuando los ve?
–Sí, y más que antes. Además, mi compañero Selma me reconoció hace poco que Argilés le dijo un día: 'Dile a tu compañero de habitación que recoja las maletas y que se vaya a casa'. Pero claro, él le dijo que no me iba a decir nada.
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–¿Pero había mal ambiente entre ustedes dos? ¿Discutieron alguna vez?
–Sólo me decía que esto no era el circo, que no hiciese espectáculo. A mí ningún técnico me prohibió hacer nada, nunca, pero a él no le agradaba el balonmano al que estábamos acostumbrados.
–¿Pero usted le decía algo?
–Claro que no, aunque cuando me sacaba sabía que nosotros jugábamos para el público, así que lo hacía como creía que era mejor. Esto es deporte y es espectáculo para los aficionados, que son los que van a vernos. Si tenía que lanzar desde los siete metros lo hacía. Pero, ¿sabe qué pasa? es que no hacía nada, Argilés se ponía arrodillado en la banda y miraba el partido. Nada más.
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–Me ha hablado antes de espectáculo. ¿Usted es el inventor de la rosca, no? ¿Cómo surgió?
–Siempre me quedaba después de los entrenamientos y probaba desde todos los ángulos. Me acuerdo en un partido antes de los Juegos en Moscú, en un preparatorio contra Suiza. Había un portero muy bueno y lo intenté, lancé y el balón, antes de desviarse, se metió dentro. El portero dijo que no sabía cómo había entrado, yo tampoco me lo podía creer.
–Al final estuvo en Alzira desde el 89 hasta el 92.
–Sí, y me dijeron que si renovaba tenía que ser a la baja y yo dije que no. Me fui a Alemania.
–¿Cómo fue su despedida?
–Imagínese, me fui por la puerta de detrás. A mi despedida fueron mi mujer y mi hijo, y del club, José, su hermano Javier, Mari Ángeles y Luis López, que fue el corazón del balonmano en Valencia desde la época del Marcol. Le quise mucho.
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–Supongo que algo bueno le quedará de su paso por Valencia.
–Sí, sí. Tengo amigos. Al principio no iba porque me dolía mucho, pero con el paso de los años empecé a ir y voy todos los veranos al Puerto de Sagunto, a Valencia... Yo sentí que la gente me quería, pero no toda. La vida es así. Tengo la conciencia tranquila porque hice mi trabajo todo lo bien que pude. No sólo allí, también en toda mi carrera. Agradezco mucho a los que me dieron su cariño.
–¿Qué sintió cuando desapareció el club?
–Pena, porque se extinguieron muchos equipos, España tenía una liga potente. Me encanta el balonmano y soy seguidor de los 'Hispanos'. Quiero que ganen porque España es mi segundo país y son muy buenos. Es una pena que la mayoría de jugadores tengan que jugar fuera de allí.
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–Dejó el balonmano de lado. ¿Hay algún Voinea que pueda seguir su trayectoria?
–Dejé de entrenar porque aquí en Alemania la mayoría de equipos son aficionados y yo estoy acostumbrado a un alto nivel. Mi hijo jugaba pero estudió Económicas y lo dejó. Mis dos nietos, el pequeño tiene 8 y el otro 11, son talentosos pero muy de fútbol.
–¿Saben quién fue su abuelo?
–Ahora ya sí, y el mayor quiere ser como yo. Ya veremos.
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