Liliana Fernández exprime sus horas entre la arena y atender a Saúl, un pequeñajo de tres años y medio al que nunca se le acaba la energía. «Ahora él es mi prioridad, y luego está la playa. Me siento realizada como persona. Es importante para mí cumplir el rol como deportista», afirma la jugadora de voley playa de Benidorm y que convirtió hace años Tenerife como su centro de operaciones. Daniel Rodríguez Wood percibió su talento en un torneo en Finestrat (2005), le propuso ir al centro de tecnificación y allá que se marchó, con los ánimos de su madre y las reticencias de su padre, a probar suerte. Dos Juegos después, no deja de repetir: «Ojalá se celebren los de Tokio».
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El éxito en el Preolímpico de China en 2019 es la comodidad de hoy. «Tener la plaza nos da una tranquilidad enorme. Podemos tomarnos los torneos que haya como un ‘mini Tokio’», comenta Lili Fernández. Tras Río 2016, la alicantina se planteó que quería ser madre y le aseguró a su compañera, Elsa Baquerizo, que regresaría para pelear por ir juntas a unos terceros Juegos: «Yo tenía claro que quería volver y me considero una persona de palabra. Por eso me comprometí».
Eduardo ha sido la piedra angular para que Liliana pudiese cumplir su contrato verbal. En 2014, trabajaba como podólogo y fisio en el centro de entrenamiento de Tenerife donde se preparaba ella. Se conocieron justo antes del inicio de la temporada, con la vida de trotamundos que implica para una jugadora de élite de voley playa: «Quedamos después de verano, empezamos a hablar, y surgió. En las relaciones que he tenido no es fácil explicar los viajes, la alimentación, la recuperación... es deportista y lo entendía perfectamente».
Cuando después de los Juegos de Río en 2016 la pareja decidió que era el momento de buscar un bebé, pero con un objetivo claro: «La idea con mi marido siempre fue que yo volviera a la élite». Estuvo entrenándose hasta mes y medio antes de dar a luz: «Siempre controlada por el ginecólogo». Y cuando por fin Saúl vino al mundo, empezó a trabajar en el regreso: fortaleció el suelo pélvico, intensificó los ejercicios hipopresivos... y a los tres meses ya bajó a la playa.
Allí le esperaba Elsa Baquerizo, que había estado trampeando. Se entrenó con otra pareja, Ángela Lobato y Amaranta Fernández y formó pareja con ambas en algunos torneos. Era mediados de 2017 y a Lili Fernández se le planteaba el desafío de regresar a la élite mientras atendía a un bebé. Y además, cosas de la vida, tuvieron que cambiar de entrenador. Ahora trabajan con el argentino Sebastián Menegozzo. «Él también tiene hijos y se muestra muy comprensivo a la hora de cuadrar los horarios. No es sencillo, porque también hay que tenerlo en cuenta para reservar la pista», explica la deportista de Benidorm que está integrada en el Proyecto FER.
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Lili y Elsa compitieron cuando Saúl tenía menos de seis meses. «Me fui a Florida y mi marido se quedó con un bebé acostumbrado a engancharse a la teta cada dos por tres. Vivimos en Tenerife y allí sólo tiene la ayuda de su familia, la mía reside en Alicante. Estuve semanas sacándome leche, en el congelador no había comida», comenta Liliana entre risas: «El primer año fue duro, pero luego él ya adquirió sus trucos.
Lili, Eduardo y Saúl son una familia feliz. Y Lili y Elsa siguen siguiendo la mejor pareja española de voley playa: bronce europeo en 2009, se presentan como una opción de medalla en Tokio. ¿Después? Ya se verá. «La maternidad es sacrificada, pero yo animo a las deportistas que quieran serlo», afirma.
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