![Cuando la meta es el estadio olímpico de Berlín](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/05/08/IMG_20240505_091331-RmWAokdRy1mzGv2hy62MT6J-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![Cuando la meta es el estadio olímpico de Berlín](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/05/08/IMG_20240505_091331-RmWAokdRy1mzGv2hy62MT6J-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Para disfrutar de esta historia quizá deberíamos poner de fondo algo de Coldplay –por ejemplo, 'A Sky Full Of Stars'-; abrirse una cerveza ligera –una Astra, que es suave y esto va de deportistas- e intentar dar vía libre a la imaginación para meterte en la piel de este corredor al que la pasión se le desbordó. Y recomiendo ese plan porque soy consciente de que ésta es de las historias que me va a costar contar. Y ayudará. Lo intuyo, porque lo vivido ha sido intenso. Una experiencia repleta de confidencias y recuerdos compartidos, de risas y alguna lágrima, de sol y de lluvia, de unos cuantos kilómetros volando y de no pocos hiperventilando. Una vivencia, con sus momentos emotivos y con no pocos instantes impactantes, que merece un título bien largo, pero tremendamente justo: «Cuando la meta es el estadio olímpico de Berlín (pero la medalla es tu amigo)». Mi amigo. Ésta es una historia con hámster, con bicis y bosques, con la magia de Berlín desatada y con la amistad como columna vertebral de todo. Ésta es, en esencia, otra inolvidable Historia con Zapatillas.
Es una vivencia muy especial que sólo es posible disfrutar cuando la vida se alía contigo y hace que se cruce en tu camino: una afición como el correr, la oportunidad única de hacerlo en un lugar tan impactante como Berlín y, además, hacerlo con alguien junto a ti tan generoso y auténtico como mi buen amigo Jens… Jens Rosendahl. Aquel corredor que conocí el 3 de abril de 2022, hace ya dos años, precisamente, en mi primera media maratón en la capital germana. Alguien sin quien ya no viviría igual mi pasión por este deporte. Ni mi vida. Porque este tipo tan fantástico ya forma parte de ella de manera indeleble. Como quien se graba un tatuaje en la piel. Él, en mi caso, ha sido la verdadera medalla de esta carrera con el final más mágico que jamás viví. Un estadio olímpico donde se coronó como el mejor atleta del mundo Jesse Owens, ese nieto de esclavos, criado en una plantación de algodón, que se impuso en las pruebas de 100 metros lisos, 200 metros lisos, relevos 4x100 y salto de longitud; donde Italia se alzó con el mundial de 2006, o donde Coldplay –precisamente-, hizo que, mientras tocaba 'A Sky Full Of Stars', los 68 mil fans que le seguían esa noche de julio de 2022, generaran un temblor de 1.3 en la escala de Richter.
I. LA PREVIA
La llegada. Era de noche. Viernes, 3 de mayo. Sobre las 10.30 horas. Mi amigo -nosotros ya nos llamados los gemelos corredores- me esperaba en el aeropuerto. En sus manos, un cartel: «Welcome to Jens&Jesus Team». Toda una declaración de intenciones de lo que iba a pasar: una acogida excepcional para abrirte las puertas a una experiencia única.
En su casa nos esperaba el ambiente cálido de un hogar que te transmite confort y calidez: múltiples guiños para que te sientas bien y un sinfín de detalles que me derrochaban generosidad en estado puro. En una de las paredes, resplandecían un sinfín de medallas. En el cuarto de la pequeña Lilly, su hámster corría emocionado en su gran jaula dando vueltas a una noria. Estaba tan feliz como yo.
El entrenamiento. Madrugamos. Mucho. Nos apetecía hacer unos kilómetros suaves mano a mano. O pie a pie, mejor dicho. Siempre nos contamos, en la distancia, nuestros retos y kilómetros, pero sólo en contadas ocasiones podemos hacer entrenamientos juntos. Los dos corremos a la par, con similar intensidad y con comodidad. Hay comprensión y complicidad. Y eso tiene su magia. Esa mañana, esa magia estaba multiplicada por el impresionante paisaje que rodea su hogar. Verdes increíbles, ríos y lagos, caminos pensados para entrenar por todos los lados, y pájaros, y el perfume especial de la hierba de madrugada, y el sol pidiendo paso en el horizonte… Floté. ¿Cómo no?
El dorsal. Tras el desayuno, tocaba comenzar la aventura 'runner'. Y la llave para hacerlo la da el ritual de ir a recoger el dorsal. Hicimos viaje a Berlín desde su casa (a unos 40 minutos en tren) y marchamos hasta el centro comercial donde esperaban nuestras bolsas del corredor. Era todo sencillo, sin grandes algarabías; lo que demostraba que la 25 S Olimpiastadion es una carrera más pensada para el propio berlinés que para el corredor de fuera o profesional. De hecho, ofrece hasta cinco categorías distintas: 25 km, media maratón, 10 Km, carrera por relevos y carreras para niños. Quizá es el secreto mejor guardado de los corredores berlineses. La competición es una verdadera maravilla. La emoción de comenzar y terminar en un estadio que es pura historia.
Un paseo por Berlín. Con el dorsal en nuestras manos, tocaba palpar una vez más el bullicio de la gran capital europea. Y para ello, Jens tenía un fantástico as en la manga. Descubrir la ciudad desde el río Spree: un apacible (y grandioso) paseo en bote, para no caminar como locos, y disfrutar de su arquitectura y de su historia.
Una cerveza con alma. Como colofón, parón junto al río para un momento mágico. Una cerveza (la muy suave Astra, con limón), con nuestros números de la carrera y miraNdo el transitar de una ciudad de vanguardia. Fue sencillamente emocionante. Hablar, reírse, soñar… brindar por la vida. Por nuestras vidas y por nuestra historia. «Es una aventura única. Dos corredores que se encuentran en un medio maratón por casualidad y que, por pura química, ya llevamos ocho carreras juntos por Europa». Dos veces Valencia, tres veces Berlín, Barcelona, Hamburgo, Praga… y lo que vendrá. Los cisnes observaban curiosos nuestro ritual.
Como un niño. La tarde fue hogareña. Una tarde para descubrir 'in situ' el mundo y a la gente que rodea a mi amigo corredor. La ciudad y sus alrededores; sus ríos y su lago; sus senderos sinuosos por los que la bicicleta parecía tener alas y nos hacía volar, como si fuéramos los descendientes de Peter Pan camino al reino de Nunca Jamás.
Escuché las campanas de la iglesia, vi la escuela de Lilly y estuve ante el lago donde los lugareños patinan en invierno cuando el agua se convierte en hielo. Fue una tarde para saludar amigos. Para conocer vecinos. Para intercambiar regalos en familia. Para cocinar pasta que nos diera la carga de energía necesaria para el día después. Para planificar la carrera, para preparar los equipos de cada uno. Una tarde en familia… porque me sentí parte de su mundo. De esos montes. De ese vecindario y de esas amistades. Uno más con Marcus y Andrea, con Margarite y Sylvia… Sí, Peter Pan en el Reino de Nunca Jamás. «Segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer.»
II. LA GRAN CITA
El estadio. Los hubo durante la noche. Y por la mañana. Los nervios. El gusanillo siempre me acompaña. Aunque sea una carrera popular. No te digo cuando te vas a hacer una media que comenzaba en el Olimpiastadion de Berlín. Algo extraordinariamente excitante. De hecho, el primer impacto al verlo es estremecedor. Visto, eso sí, como deportista. Como alguien que ya sabe que acabará la mañana, si todo va bien, cruzando la meta en su interior. Sí, estremecedor.
Hubo calentamiento, café, cambio de ropa, lluvia, sol, frío, más estiramientos… Música, fotos y miradas de complicidad y ánimo. Y esperar... Cuatro, tres, dos, uno.
La carrera. Llovía, pero la temperatura era perfecta. Salimos Jens y yo juntos a un ritmo más que interesante. La escenografía era, me repito, impresionante. La columna de la Victoria, la puerta de Brandeburgo, la filarmónica, el Memorial Kaiser Wilhelm… Fuimos extraordinariamente bien al principio, aunque como todo en la vida, no siempre las cosas salen como queremos. Y a veces, no es lo que el corazón nos dice lo que hacemos, si no lo que el cuerpo nos permite. Y con un enorme dolor –os aseguro que es así y que hay un poso de tristeza que todavía no me he sacudido-, nuestra aspiración de atravesar la meta juntos se tuvo que truncar.
¿Por qué? Porque el mayor gesto de generosidad de uno con el otro es intentar ayudar a que la carrera sea fácil. Para quien está mejor y para quien está peor. Y sí, nos separamos. Y no hicimos la meta juntos. Y sí, me sigue doliendo… aunque para los dos fue otra lección magistral para nuestro indestructible tándem. Uno llegó antes, otro después. Aunque para los dos, la meta la cruzamos juntos. Los dos lloramos por no cumplir ese sueño simbólico de llegar al final mano a mano; pero los dos nos abrazamos con entusiasmo por vernos allí. En mitad de un estadio olímpico que empequeñecía al hombre y ensalzaba los sentimientos.
No hice, ya te puedes imaginar, mi mejor tiempo. Pero, al final, lo realmente importante no era eso. Era lo que te estoy contando. Era esa cerveza compartida tras cruzar la meta, viendo entrar corredores en el estadio y recordando que esta historia nuestra era absolutamente fascinante. Natural, honesta, auténtica… Única.
La descomprensión. El resto del viaje ya fue celebración, confidencias, intentar disipar lo amargo de la carrera y sacar pecho de lo vivido. Una tarde aprovechando el festival del vino que se celebraba en la zona –vinos de frutas, dulces y frescos-; una tarde para volver a dejarse llevar por bicicletas con alas, para disfrutar de una loca barbacoa, para reír y reír, para planear el futuro… para citarnos en la próxima media maratón de Valencia. Hasta que anocheció y el sueño comenzó a diluirse.
III. EL DESENLACE
El adiós que nunca fue. El lunes fue de caída libre. Desayuno, maletas, viaje al aeropuerto, alguna chanza, más risas y abrazos de despedida. «Todo perfecto, amigo. ¡Perfecto!», le insistí. Y lo hice de corazón, porque lo fue. De hecho, ya en el avión, ante el ordenador, sentí la necesidad de escribir esta crónica sin final porque ella es el principio de algo cuya meta no podemos ver en el horizonte. Ni queremos. Nuestra aspiración, al menos la de este corredor, es que esta carrera que comenzamos juntos un abril de hace dos años no termine jamás. Y con ese objetivo, volvemos a entrenar. Nuestro cuerpo y nuestra amistad.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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