M. RODRÍGUEZ
Lunes, 10 de noviembre 2014, 00:56
cheste. Quienes afirman, para elogiar la sideral trayectoria de Marc, que Márquez no hay más que uno, se equivocan. Márquez hay dos. Álex dio ayer un golpetazo encima de la mesa. Pero fuerte. De los que disipan dudas para siempre. Durante algún tiempo ha rondado por el paddock el comentario de que quizás el hermanísimo estaba ahí por ser quien es. «Quizás hay gente que pensara eso, yo nunca lo he criticado. Lo importante es que había gente que confiaba en mí», indicó el campeón de Moto3. Ahora ya hay quien dice que en el futuro ambos pueden compartir box en el Repsol Honda de MotoGP, algo por lo que el catalán prefiere pasar de puntillas, al menos públicamente.
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Ayer repitió en varias ocasiones que era el día más feliz de su vida. También agradeció de forma reiterada el apoyo a su equipo, familia y aficionados. Había sentado cátedra. Álex Márquez se ganó un título que no tuvo hasta que restaban cuatro curvas para divisar la bandera a cuadros. En ese momento, sintió el aliento de Danny Kent y abrió gas a tope. No quería jugarse un Mundial en la entrada a meta, apretando los dientes para que el rebufo no le relegase al cuarto puesto y triunfase la dura estrategia de las KTM. Kent falló y el español abrió un hueco definitivo para desatar la euforia, la del pequeño de los Márquez, la del padre de las criaturas, Julià, y la del mánager de ambos, Alzamora.
Jack Miller bromeó un par de veces en la sala de prensa, pero sólo trató de sonreír en el podio, cuando alzó un trofeo que le sabrá a hiel. Lo hizo con rabia, queriendo proclamar a los cuatro vientos que quien merecía el título era él. Que si era el piloto con más victorias... pero Álex Márquez, siempre con la sonrisa de buen chico por delante, mostró a su rival en reiteradas ocasiones el dedo índice, al estilo Vettel. El mensaje estaba claro: «El número 1 soy yo».
Desde que ondeó la bandera a cuadros, Miller y Márquez apenas cruzaron palabras. La tensión se palpó el tiempo en que el guión les obligó a estar juntos: la ceremonia del cava, el camino hacia la sala de prensa y la comparecencia ante los medios. Para el australiano fue un favor que la organización acabase con el suplicio. Habló él e Isaac Viñales, que no sabía si celebrar su podio o mostrarse cariacontecido, y luego se marcharon. A partir de ahí, el protagonista fue Márquez.
Se lo había ganado a pulso. Desde la primera vuelta, se vio que Jack Miller y su horda de KTM no estaban dispuestos a permitir una carrera plácida para el aspirante. El australiano lo intentó todo. Primero trató de escaparse y dejó atrás a Antonelli y Viñales con el papel de esbirros. Cuando vio que aquello no surtía efecto, Miller creyó que lo mejor era ralentizar la carrera.
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El piloto que con mayor facilidad ha rodado todo el fin de semana en 1.39, empezó a hacerlo en 1.40 e incluso en 1.41. El cambio de estrategia estaba claro. Quería una carrera apretada, en grupo, para que sucediesen cosas. Que llegasen el resto de sus aliados, como Danny Kent o Niklas Ajo, quien quedaría fuera de combate mediado el GP.
Por allí apareció un protagonista secundario que ya hizo acto de presencia en Sepang: Efrén Vázquez. Sin nada que perder y aún con mucho que ganar -aunque parece que tendrá sitio en la parrilla-, el español fue juez. Se metió en los puestos de cabeza, e incluso lideró una carrera que se volvió absolutamente loca en los diez últimos giros.
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La labor de equipo de Álex Rins fue encomiable. Escudero de lujo. Nadie podrá reprocharle nada al barcelonés, quien el año pasado se quedó con la miel en los labios y este ha tenido que digerir la victoria de su compañero de box, de quien en general dicen que es el máximo rival. Pero Rins se tragó el orgullo y se batió con las KTM para facilitar la victoria de Álex Márquez. «Los pilotos de KTM llevaban varios GP reuniéndose la tarde de la carrera. Lo hablamos y fue una decisión de equipo», admitió el campeón de Moto3, quien agradeció esta ingrata tarea.
Álex Márquez no cayó nunca en la desesperación. Mantuvo la calma en momentos de altísima tensión, como en el toque con Antonelli que le relegó a la sexta posición. Las KTM se emplearon con dureza. El propio Jack Miller volvió a buscar el contacto con el piloto del Estrella Galicia, como hizo en Malasia.
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Cualquiera de estas acciones podría haber acabado en caída y el lío estaba montado. Pero Álex no puede negar su parentesco con Marc. El ya bicampeón de MotoGP tuvo que aguantar menos provocaciones de Jorge Navarro, pero el b alear también buscó el momento de debilidad del rookie en 2013. En eso, en paciencia y templanza, Álex superó ayer a su hermano.
Si desde que se apagó el semáforo la carrera había sido electrizante, las últimas cinco vueltas fueron de infarto. Lástima que el valenciano Navarro, que se fue al suelo, no pudiera ser partícipe de esa oda de deporte de altísima competición.
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Quizás no fuera un ejemplo de fair play, pero lo que se vio en esos diez minutos explica por qué el motociclismo puede congregar a más de 100.000 personas en una grada durante más de medio domingo. Jack Miller volvió a cambiar la táctica en las últimas tres vueltas. A esas alturas, sabía que sus opciones pasaban por ganar la carrera.
Se merendó visto y no visto a Isaac Viñales y confió el campeonato a uno de sus principales escuderos, Kent. Este apretó a Márquez al límite, hasta que el británico cometió el error que concedió al español unos metros vitales. Luego, en el box, cariacontecido, Kent prometía volver en 2015. Esa será otra historia. La de ayer es la de la confirmación del hermanísimo. Euforia y alta tensión. Motociclismo del bueno. Se puede hasta entender que Miller negase el saludo a Rins. El motociclismo español había firmado su tercer triplete, el segundo seguido.
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