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Daniel Albero: «Soy una inspiración para personas de todo el mundo»

Daniel Albero: «Soy una inspiración para personas de todo el mundo»

Silencio, trabajo y suerte ·

El valenciano explica cómo se ha convertido en el primer diabético en acabar el Dakar pilotando una moto

cayetano ros

Viernes, 29 de enero 2021, 00:14

- ¿Qué sentía cuando, de niño, se quedaba sentado mientras los otros niños jugaban?

- Impotencia. No lo entendía. En aquella época, los niños no opinaban: 'Carxot i avant'. Estaba sobreprotegido por mi madre, y lo entiendo, porque cuando le dijeron que yo tenía diabetes, ella no sabía ni qué era. Nos dieron unas agujas de cristal que había que hervir cada vez que me pinchaban. Ahora hay mucha información, pero hay que distinguir la buena de la mala.

- ¿Fue una infancia feliz a pesar de las enfermedades?

- Más o menos sí: no me hicieron 'bullying' ni se metieron conmigo. Como no podía ir en moto, hacía maquetas en casa de aviones. Me gustaba mucho el aeromodelismo: iba a un descampado y lo hacía volar, una modalidad muy sencilla de vuelo circular. O tocaba la trompeta, que también me daba mucha autonomía al poder viajar con los niños de la banda.

- ¿Cuándo le diagnosticaron la meningitis?

- A los ocho años. Yo estaba en un campamento de verano en La Barraca de Agües Vives y tengo un recuerdo muy vivo de ese día: el olor del cola-cao, el campamento, la escalera, cuando me desperté en el hospital y los pinchazos de unas agujas enormes en la espalda. Eran los ochenta y también hubo una pandemia que obligó a cerrar las provincias. Un año después tuve la diabetes.

- ¿Están relacionadas?

- En aquella época me dijeron que no, pero ahora seguramente me dirían que sí. Hoy hay muchos más casos que entonces. Tengo un proyecto de ir a los colegios e institutos a contar mi experiencia y explicar a los diabéticos que pueden hacer lo que se propongan y, por otro lado, a los compañeros en qué consiste esta condición.

- ¿Puede un diabético ser piloto de avión?

- Podría pero no le dejan. Todavía hay mucha discriminación. Para ser policía nacional, bombero, guardia civil o entrar en el ejército, ya dejan presentarse a las oposiciones, pero todavía no hay ningún caso. Yo, para correr el Dakar, he tenido una médica en A Coruña que me monitorizaba en tiempo real. Me miraba cómo estaba mi glucemia, si tenía bastante insulina… De noche me decía: 'Súper feliz, todo bien' o me tocaba los parámetros de la bomba.

- ¿Qué sintió al acabar su tercer Dakar, hace unas semanas, al recorrer en moto 7.700 kilómetros en 12 días?

- Un choque de emociones después de siete años de lucha. Todavía se me eriza la piel. Cuando crucé la meta en las salinas del Mar Negro, en Yeda (Arabia Saudí), lloré como una madalena. No iba solo. Iba con mi hijo Iker (fallecido a los seis meses de muerte súbita el 31 de octubre de 2013). Eso no se supera nunca, solo te acostumbras a vivir con ello. Iba con mi mujer (Mer) y mis dos hijos (Dani, de 14) y Yeray (de 10) después de que se hubiera ido todo a pique.

- ¿Cómo se le ocurrió correr el Dakar?

- Fue por casualidad. Después de faltar mi hijo, yo estaba con neumonía y me había roto una costilla. Pero el reloj no para de dar vueltas, sigue adelante. Todo pasa y esto de ahora (la pandemia) también pasará. Reuní a mi familia y les dije: '¿Qué os parece si vamos adelante con esto?'. A ellos también les hizo mucha ilusión. Perdí el negocio y mi casa, pero un amigo me dejó una moto y participé en una carrera de mochilero. Me separé dos veces de mi mujer y nos hemos vuelto a juntar: ella me acompañó esta vez a Dakar y me ha hecho de asistente y de Community Manager. Ha sido una gran experiencia.

- ¿Cómo es que perdió su negocio?

- En 2003 abrimos un restaurante que nos fue muy bien: pasamos de seis mesas a 44 y hacíamos 135 menús al día, con ocho empleados a jornada completa. Pero intenté montar un hostal arriba, llegó la crisis de 2009 y caímos en picado. La casa se la quedó el banco. Antes de la pandemia también teníamos un bar en La Pobla Llarga. Ahora trapicheamos con seguros y el negocio inmobiliario. Y también soy albañil.

- ¿Qué supuso llegar a la meta del Dakar?

- Una gran recompensa. Me llegan felicitaciones de personas con diabetes de todas partes del mundo. Somos una inspiración para ellos. El traductor de google 'el faig xas'. Una chica de Chile me decía: 'Fuiste una luz en el túnel. Tu logro tocó muchos corazones en muchos lugares del mundo'.

- ¿Cómo logró acabarlo después de dos intentos fallidos?

- Esta vez solo quería pilotar, comer y dormir, de ahí no salía. Apenas hablé con mis hijos en la etapa de descanso. Necesitaba toda la energía concentrada. Me mejoró mucho en la técnica de la moto y en la preparación física mi entrenador, Rafa Olcina, y la Academia Motolife.

- ¿Compitió en una categoría específica por su diabetes?

- No, quedé el 62 de la general de motos. Hay distintos grupos: el Élite (profesionales), el Original by Motul (sin asistencia) y el resto, que se divide a su vez en Maratón (motos de serie) y Superproducción (motos manipuladas). Yo competí en Maratón.

- ¿Cuál era su desventaja?

- No puedes tener una arruga en el pantalón para evitar una llaga que me habría hecho abandonar, debes controlar los parches de insulina, que regula el azúcar y la ingesta de hidratos…

- ¿Cómo eran los paisajes?

- Eran desiertos, pero con mucha diversidad: dunas verdes y rojas, valles increíbles, árboles duros como el acero, piedras con base pequeña y una copa gigante… Lo bonito es pasar por lugares por donde nunca ha pasado el ser humano.

- ¿Quiere volver?

- Claro, pero en otra modalidad: 'Syde by syde', como si fueran 'buguis'. La idea es desarrollar un proyecto valenciano. Hay un fabricante de aquí, Javier Herrador.

- ¿Cómo financió los 60.000 euros para competir?

- Con mucho esfuerzo. La inscripción ya vale 16.000. El Dakar se paga con dinero. Nos han apoyado Novo Nordisk (fabricante de insulina), Ribera Salud, la Universidad de Valencia con la página web y un documental que le dio mucha difusión… Escribir un libro nos ha ayudado mucho («Un diabético en el Dakar», publicado por la editorial Kurere).

- ¿Cómo le entró el gusanillo de las motos?

- Mi amigo Sergio Navarro tenía varias motos en su chalet. Y, sin que lo supieran mis padres, probé una Puig Mini Cross de 49 cc. Me entró el gusanillo. Después mi primo Sergio García practicaba motocrós y me llevaba a las carreras de mochilero. A mi padre no le gustan las motos porque un primo suyo murió en un accidente. Nunca me compró una. La compré de mis ahorros de músico. Mi padre, de 82, y mi madre, de 80, están bien, pero sufren mucho cuando voy al Dakar.

- ¿Por qué fue mal estudiante?

- No quiero poner de excusa las enfermedades. Es verdad que me desengancharon, pero tampoco me gustaba estudiar. He ido ahora a la Universidad de Gandia, a los 47 años, para que el profesor Joan Tur me ayudara a comunicar y a hablar en público.

- ¿Qué le da la moto?

- Libertad. La libertad del campo y de los rallies al pasar por paisajes imposibles de alcanzar de otra manera.

- ¿Y el ruido?

- Por supuesto, ¿a quién no le gusta? Pasa una moto y giras la cabeza. Esa giradita nos delata. La velocidad no es lo que más me apasiona sino pasar por donde nunca han pasado otros.

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