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Max Verstappen, eufórico el domingo en Montmeló después de haber ganado su primer gran premio. :: josep lago/afp
Max Verstappen, la nueva estrella de la F-1

Max Verstappen, la nueva estrella de la F-1

El joven holandés abre con su triunfo en Montmeló una nueva etapa en la F-1. Su padre, un expiloto de carácter autoritario, le enseñó con mano de hierro que en la pista no caben los errores

BORJA OLAIZOLA

Martes, 17 de mayo 2016, 22:10

Cuando Max Emilian Verstappen (1997, Hasselt, Bélgica) fue el pasado septiembre a sacarse el carné de conducir, ya era el debutante más joven en los anales de la Fórmula 1. No consta si aprobó el práctico a la primera, pero al examinador seguro que debió parecerle algo raro que aquel chaval de mirada viva y rostro aún adolescente tuviese tanto aplomo y determinación al volante a sus recién estrenados 18 años. Max, que es ya su nombre de guerra en los circuitos, estaba predestinado a ser un piloto desde que nació. Su madre, la belga Sophie Kumpen, descubrió que estaba embarazada unos días después de haber disputado una carrera de karts. Su abuelo materno, Paul Kumpen, y uno de los hermanos de su madre, su tío Anthony Kumpen, han sido también pilotos: el segundo hasta ha disputado cuatro veces las 24 Horas de Le Mans.

Si la rama materna de su árbol genealógico supura gasolina en vez de clorofila, qué decir del tallo paterno. El holandés Jos Verstappen fue durante casi una década uno de los pilotos habituales en la parrilla de salida de la F-1. Aunque nunca logró una victoria, pronto adquirió fama de ser un rival correoso y competitivo, de esos que se resisten con uñas y dientes a ser adelantados. En sus nueve años en la máxima categoría del automovilismo estuvo enrolado en siete equipos, lo que le proporcionó un conocimiento de los entresijos de la F-1 al alcance de muy pocos.

En la frontera

  • pasaporte belga y licencia holandesa

  • Max Verstappen nació en la ciudad belga de Hasselt y tiene pasaporte belga, pero corre en Fórmula 1 con licencia holandesa. Es un hombre de frontera su madre es belga y su padre, holandés. Él reside en Bree, Bélgica, que está a escasos kilómetros de la frontera entre ambos países.

  • Además de batir todas las marcas de precocidad, Max es también el primer piloto holandés que gana una carrera de F-1. Puede que parezca una anécdota trivial, pero la presencia del joven ha sido determinante para que el gigante holandés de la cerveza, Heinekken, se decante por el automovilismo. A partir del próximo gran premio, el de Mónaco, la cervecera será uno de los grandes patrocinadores del campeonato.

Verstappen crió a su hijo en los circuitos. Pedro Martínez de la Rosa, que fue su compañero en Arrows, recuerda que iba con él a todas partes: talleres, restaurantes, sesiones de preparación... Así se convirtió en uno de los rostros habituales de ese pequeño continente gobernado por Bernie Ecclestone. «Se puede decir que Max ha mamado la F-1 desde el biberón», resume gráficamente el piloto español. El mocoso no tardó en querer emular a su padre y a los 4 años ya tenía su primer kart. Con semejantes antecedentes no es extraño que impusiese su ley en cuanto se puso al volante: en sus tres primeros años ganó todas las carreras en las que participó.

A medida que Max volaba y batía registros en su kart, su padre empezó a tomar conciencia de que tenía algo más que facilidad para ir rápido. Jos, que siempre había sido un tipo temperamental y autoritario -fue juzgado por una trifulca en un circuito de karting que acabó con una fractura de cráneo de su oponente- decidió tomarse en serio la carrera de piloto de su hijo.

Orden de alejamiento

Como profesional que era, sabía que las carreras se ganan no tanto por los aciertos propios como por los errores ajenos, así que se propuso hacer de Max un conductor tan regular y preciso como la maquinaria de un reloj suizo. Cada vez que se dejaba llevar por su fogosidad y sobrepasaba sus límites, fuese una salida de pista o una derrapada demasiado pronunciada, su padre le hacía bajar del kart y le mandaba castigado a casa.

El chaval asimiló rápido la lección. Su trayectoria en el karting no tiene precedentes. Fue campeón del mundo junior un año antes de lo que le correspondía y a los 16 años ya había ganado el título absoluto. El turbulento proceso de separación de sus padres, en el que hubo hasta una orden judicial de alejamiento para Jos, hizo que Max se volcase aún más en los circuitos.

Su debut en Fórmula 3 confirmó su proyección: en su primera carrera fue cuarto, pisó el podio en la tercera y en la sexta se llevó el triunfo y la pole. Cuando en la siguiente temporada llevaba seis victorias consecutivas, Red Bull, que ya le había reclutado para su programa de pilotos, decidió ascenderle directamente a la F-1 ofreciéndole un puesto en Toro Rosso como compañero de equipo de Carlos Sainz.

Poner a un chaval de 17 años que no tiene ni carné de conducir a los mandos de un bólido de F-1 es una decisión arriesgada. A Helmut Markko, responsable de la escudería austríaca, le llovieron las críticas, pero en cuanto Max le cogió la medida al coche y obtuvo los primeros puntos, todo el mundo se desdijo y alabó su visión. Cuando el austriaco repitió la jugada y le colocó en el primer equipo, nadie rechistó porque a esas alturas resultaba evidente que Max es bastante más que un gran piloto.

La trayectoria del joven holandés está abriendo una nueva época en la F-1: ya es el debutante más joven, el que más temprano ha sumado puntos y, ahora que ha ganado en Montmeló, el triunfador de menor edad en toda la historia del campeonato. Los adjetivos se agotan. Su mentor, Helmut Markko, ha dicho que es «el nuevo Ayrton Senna» mientras que Niki Lauda habla del «talento del siglo». Pero si hay alguien con motivos para estar satisfecho, ese es Bernie Ecclestone, hasta ahora incapaz de revitalizar una competición cada vez más aburrida debido a la absoluta preponderancia de las mecánicas, antes Red Bull y ahora Mercedes. La llegada de una nueva estrella como Max es lo más parecido al milagro que necesita para sacar del letargo a la F-1.

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