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Sergi García Sanjuán entró anoche en la UCI. Ese es el nombre que figura en su identificación del hospital de Dénia, donde ahora trabaja como enfermero. «Me voy, que ya llego tarde», señala el deportista de élite, de 30 años, que lleva dibujada una sonrisa de oreja a oreja y luce, en la espalda de la camiseta empapada de sudor, el nombre con el que compite en el trinquet: Brisca. Y Brisca, el pilotari, se sometió a sí mismo a una RCP virtual cuando estaba contra las cuerdas en la final de la Copa de raspall. Con 20-10 y 30-0 en contra, él e Ian agonizaban en la UCI y fue la veteranía del mitger la que les suministró la dosis de adrenalina precisa para conseguir una victoria increíble en una de esas partidas que hacen afición.
«De cara al espectador ha sido una final de 10 porque ha habido de todo. Remontadas, golpes imposibles, hasta polémica», reconocía Brisca. Se refería al quinze en el que Marrahí y Canari obtuvieron su val para cerrar la partida desde el saque: reclamaron que Ian había tocado, ni el resto de Senyera lo dio ni el juez lo consideró así y tuvieron que hacer un segundo remate para anotarse el tanto. Menos mal, porque de lo contrario, lío de los grandes en un momento de máxima tensión. Porque sí, en ese último juego ambos equipos tuvieron pelota de campeonato y se lo anotó el que aprovechó su oportunidad. Así de sencillo y de complejo.
La partida lo fue. Casi dos horas de final, que en raspall dan para mucho. Y cuatro pilotaris veteranos que jugaron con el alma, se lo dejaron todo y merecieron ganar. Hubo dos remontadas. De salida, Ian y Brisca se pusieron 10-0. Marrahí y Canari reaccionaron y se adjudicaron cuatro parciales consecutivos. La losa para el equipo rojo no era el 20-10, sino las sensaciones. Marrahí hacía muchísimo daño desde el fondo de pista y Canari no sólo era su escudero perfecto parándola, sino que apretaba en cuando tenía la ocasión.
El 30-0 desde el saque parecía ser el epílogo de la final. Brisca hizo quinze, quizás para alguno anecdótico. Pero para Sergi Sanjuán, no. En la UCI los profesionales de la sanidad se acostumbran a trabajar sin margen de error, como trapecistas que caminan sobre la delgada línea que separa la vida y la muerte. Hizo un diagnóstico y abrió los brazos pidiendo calma. Le había puesto la vía al enfermo y tenía controladas sus constantes vitales: «Hay veces que estar un poco acelerados nos ha gastado malas pasadas. Necesitaba centrarme en pararle el saque a Marrahí, hacer un par de quinzes», reflexionaba después de la final.
De estar a un paso de la defunción en la partida, a la estabilidad de pasar la saque para ganar el juego y sembrar las dudas de los rivales en el último. «Yo estaba toda la partida sacando bajo la escala. Brisca me ha dicho que ahí Marrahí me las restaba todas, que quizás mejor apretársela más a la muralla», desveló Ian. El cambio de guión trastocó a Marrahí y Canari, que cometieron el pecado capital. Con iguales a 30, el resto de Castelló tuvo una raspada aparentemente sencilla para buscar galería y tener pelota de partida. Falló, la jugó por bajo y sin potencia y sirvió el val en bandeja de plata a sus rivales.
Ian y Brisca no desaprovecharon la ocasión y pusieron el iguales a 20. Si la partida había sido una locura, ese último juego fue ya apoteósico. Una bendita locura con un desenlace que habrían concebido Alfred Hitchcock y Stephen King si se les hubiera ocurrido escribir de pilota.
Primero tuvo tanto de partida el dúo azul. Salvado por la pareja roja, que no desaprovechó la suya. Fue un golpe defensivo cerrado en la caída de escala el que terminó de cortocircuitar a Marrahí y Canari. «En ese momento, sin los restos de Ian al saque de Marrahí no habríamos ganado», subrayó Brisca, el pilotari cuya fe había levantado de Copa que tuvo perdida. Recién acabada la ceremonia de premiación iba ya con prisas. Porque la partida había durado demasiado: «Ya llego tarde». De nuevo a la UCI, pero esta vez a la de verdad, a la de un hospital, donde le tocaban 12 horas de guardia salvando vidas.
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