La primera planta de una casa típica de Alfarp acoge la oficina y, al mismo tiempo, el taller de 'Més esport, més pilota'. Este nombre, ... por cierto, es el de la empresa de Sergi López y de Mar Sánchez, dedicada como puede adivinarse al deporte autóctono. Esa actividad laborar resume también una historia de superación apasionante en la que un día, en la Albufera, germinó una bonita historia de amor. ¿A la valenciana? Sí, porque como se le dice medio de broma medio en serio a Mar por el trinquet, ella es valenciana, aunque hasta hace poco más de tres años no lo supiera. Ella nació en Honduras, donde fue boxeadora profesional desde bien joven y antes de que la vida la golpeara más duro que las púgiles rivales. Entonces, gracias a su afán de supervivencia, halló una nueva existencia al otro lado del Atlántico.
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Esta es una de esas historias en las que no sabes si empezar por el principio o por el final. El desenlace, por cierto, quizás esté por escribir. «Estoy trabajando en ella, creo que tardaré unos tres años en hacer una. Es un proceso complicado y nadie me está enseñando, yo respeto mucho el conocimiento de otros artesanos», dice Mar Sánchez en referencia la quintaesencia del deporte autóctono, siempre enigmática pilota de vaqueta.
De momento, esta hondureña puede vanagloriarse de haber puesto algo de alivio en uno de los grandes problemas que atenazan al deporte autóctono: la escasez de artesanos. Ni puede contar las pelotas de badana que lleva manufacturadas, aunque sí hace una estimación con las de 'tec', esto es, las reglamentarias de frontón: «Habré hecho un centenar». Y lleva unos meses.
¿Pero cómo ha llegado una boxeadora hondureña a enamorarse de la pilota? Pues esta historia arranca hace un cuarto de siglo. Mar Sánchez era una prometedora deportista en el ring que, con el paso del tiempo, llegó a competir a nivel internacional por América. Desde los 16 hasta los 34 años. Pero fue pasada la treintena cuando la vida la noqueó y tuvo que pelear por su supervivencia. Primero, inconsciente, le ganó el pulso a un virus. Inconsciente porque estuvo siete meses de coma, los primeros de vida de su tercera hija.
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La conoció al despertar y tuvo que compaginar los cuidados a un bebé con la adaptación de sí misma tras el largo periodo de inactividad. Para ello tuvo el respaldo de su madre: «Ella era el pilar básico para mí». Hasta seis meses después de salir del coma. Le detectaron un cáncer incurable que la terminó de consumir en apenas medio año. Mar se quedó sola, pues ya estaba separada, con tres hijos.
Ella ha sido siempre una mujer inquieta. Compaginó su carrera deportiva con estudios de docente, hasta el segundo nivel en Honduras. Pero el país cayó en depresión y los maestros dejaron de cobrar sus salarios. Para entonces ya había cumplido los 34 años, cuando decidió dejar el boxeo. Mar Sánchez, con tres niños a su cargo y enfermedades crónicas, tuvo que tomar una decisión: dejar su país de origen en busca de un futuro mejor. La depresión económica empujó a muchos de sus compatriotas hacia Estados Unidos. Era la solución fácil, incluso para ella, pues tenía familiares. «Pero por mi situación médica y cómo es la sanidad allá yo no podía arriesgarme, podía costarme la vida o dejar desamparados a mis hijos», argumenta. Entonces le hablaron de España.
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Y de una amiga que un primo tenía en Valencia. Estuvo preparándose el viaje durante tres meses. «Sobre todo primeros auxilios, cómo aplicar insulina... yo sabía que venía acá a cuidar ancianos y quería venir con cierta formación», especifica. Hasta que llegó el momento. «Entonces tuve que dejar a mis hijos a cargo de su padre», señala. No los ha vuelto a ver, más allá de las conexiones por internet. Salió de Honduras el 5 de diciembre de 2018 y llegó a Manises a las 11 de la noche del día 6. La mujer que la esperaba la llevó a una casa donde había más personas en una situación parecida a la suya. «Me sorprendió que sabía todo de mí. La formación que tenía, mi familia... todo», recuerda.
Y entonces llegó el tercer palo. «Aquella mujer me dijo que ella ayudaba a las personas que venían con deudas, pero que quien tuviera dinero tenía que buscarse la vida», relata. Mar contaba con escasos ahorros para tratar de despegar en Valencia, pero de pronto se vio en un país extraño y sin nadie que le apoyase para buscar trabajo. Pero ella es boxeadora, de cuerpo y mente. Está acostumbrada a pelear. Su forma de hacerlo fue levantarse cada día temprano y visitar un pueblo. Conocer el nuevo territorio en el que debía sobrevivir.
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Así llegó a Benavites, donde vio a una mujer limpiando las alfombras del coche. «¿Quiere que le ayude?», le preguntó. «Chica, ¿qué te pasa? Tu rostro desprende una tristeza enorme. ¿En serio quieres limpiar mis alfombrillas?», le respondió sorprendida. Se las dejó como nuevas y eso le abrió las puertas a su primer empleo, el que acabó reorientando su vida. Aquella mujer, Gracel, se la llevó a vivir a Cardenal Benlloch, en Valencia, y la tarea de Mar era cuidar a su perro, Hanz... hasta que decidió irse a Portugal. «Me dio 1.800 euros y unos consejos. Antes de marcharse me dijo: 'Si me haces caso, te irá bien en la vida'», comenta, sin entrar en más detalles. Lo cierto es que desde entonces a Mar no le faltó trabajo, sobre todo cuidando ancianos.
La pandemia le pilló justo un par de semanas después de que falleciese un hombre al que asistió en Cullera. Ella se escapaba siempre que podía a la Albufera. La paz del lago la ayudaba a combatir la melancolía. Sergi también se saltaba el confinamiento para pasear por el mismo parque natural. Un día vio a una chica de una melena morena y lacia, casi interminable, sentada en una valla. Algo le impulsó a hacerle una carantoña. Fue apenas un roce en el pelo y el rostro al que ella no reaccionó.
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Sí lo hizo al segundo intento: «¿Qué haces?». Y entonces, Sergio vio algo en el agua y le salió el lado más poético y romántico: «¿Tu crees que podríamos empezar a caminar juntos y que nuestro amor llegase a ser como el de esos dos pececillos?». Mar se quedó sorprendida. Él la quiso invitar a un café que sólo aceptó a regañadientes al tercer intento: «Yo me había acostumbrado a vivir sola. Quería una relación, pero cuando estuviera ya más asentada en España».
Pero no. «Me flechó», dice entre risas. Sergi y la pilota. «Él enseguida me habló que trabajaba dando clases de pilota valenciana, que era un deporte de aquí. Yo quise saber más, le pedí que me llevase», recuerda. Pero no sólo a verlo impartir las clases. También al trinquet... y a jugar. «Yo le pedí probar la pelota que utilizaban los profesionales... la de vaqueta. Me advirtió que tenía que protegerme las manos y que aún así era duro. 'No hay problema', le contesté. Me encantó», relata Mar. Hasta hoy. Empezó a jugar competiciones de diferentes modalidades, aunque la que a ella le apasiona es el frontón.
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Por eso cuando empezó a fabricar pelotas de badana para la Federació de Pilota Valenciana (FPV) y los clubes que se las encarguen, ella se marcó una meta. «Yo quería hacer una de 'tec', pero de las que se usan para las competiciones de máximo nivel», detalla. Sebastià Giner, que durante la pasada legislatura fue el Coordinador de Pilota de la Generalitat y de la Cátedra de la Universitat de València, se marcó un reto: buscar nuevos artesanos.
Ante el riesgo de que una actividad primordial para la supervivencia del deporte autóctono desaparezca, Giner movió ficha: poner en contacto a artesanos que quisieran jubilarse con personas que quisieran coger el relevo. Porque lo de establecer un grado de formación profesional no cuajó. Mar Sánchez encajaba en el perfil cuando Ruiz, el fabricante top de las pelotas de 'tec' durante décadas, trasladó a la FPV que lo dejaba.
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«Yo le compré su conocimiento y toda la maquinaria que tenía para confeccionar las pelotas», señala Mar Sánchez, en cuyo rostro ya no hay ni rastro de aquella tristeza extrema que proclamaba en Benavites. A sus 41 años sigue teniendo sueños. El principal, traerse a vivir con ella a sus tres hijos, de 18, 16 y 13 años. Y a nivel profesional, ser capaz de confeccionar una pilota de vaqueta con la que jueguen los profesionales de escala i corda o de raspall. Ha encontrado en el deporte autóctono una forma de vida que comparte con Sergi. Ambos son como aquellos dos pececillos que vieron nadar juntos en plena pandemia en la Albufera.
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