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Este artículo fue publicado en el especial 'La huella de 150 valencianos' con motivo del 150 aniversario de LAS PROVINCIAS.
Paco es un imán. Va de un lado a otro, una foto con los críos, otra con la cuñada. Paco ven un momento, un saludo; ... Paco, un abrazo. Todos quieren estar con él, tocarle como a un manto sagrado al que encomendar la salud de los familiares. Y él, Francisco Cabanes Pastor, 'Genovés', atiende a todos con una sonrisa sincera. Luego, sin aspavientos, con discreción, busca un lugar apartado, un segundo o tercer plano en el que no llamar la atención, en el que andar rumiando sus pensamientos. Porque asume su papel de héroe sin falsa modestia pero con el remordimiento que causa a la gente sencilla ser el centro de las miradas. No hay evento, trinquete, campeonato o acto de promoción que no cuente con su desgarbada figura. A fin de cuentas, Genovés y la pilota valenciana son la misma cosa. Desde que en la infancia ganara su primeros cinco duros contra un veterano local, contaba 8 años el día de la hazaña, hasta la señalada fecha del 9 de julio de 1995 en la que protagonizó contra Álvaro la que de modo unánime se considera la mejor partida de todos los tiempos, su trayectoria está marcada por la admiración sin fisuras de todos los aficionados a este deporte. Y fue precisamente en aquella última ocasión, pasados los 40, frente a un rival al que doblaba la edad, en un trinquet de Sagunto abarrotado, con dolor hasta el último minuto, tomando aire en la escala a cada juego, sacando esas bolas increíbles con ambas manos, donde Genovés rodó la escena cumbre de su carrera, transformado en una especie de William Wallace, en un Maradona, en un Michael Jordan. No es que ganara, era cómo lo hacía. De un modo increíble, fácil, aceptando desafíos de uno contra tres, aceptando no jugar de volea… Daba igual. Genovés encontraba la manera de resolver a su favor con una facilidad que sólo está al alcance de los genios. Vencía incluso en la derrota. Como aquel día de 1992 en el que Sarasol, tras perder cuatro finales seguidas, logró vencer a su maestro y al acabar la partida le dijo: «Paco, perdona'm».
La figura de Genovés es responsable de que la pilota valenciana pasara, durante sus años en activo, por el momento de mayor popularidad y, una vez retirado, su recuerdo ha sido un pilar sobre el que sustentarse. Es un héroe del pueblo de un modo que a menudo no ha sido comprendido por la mayoría de los valencianos. Es lo mismo que ha ocurrido con el juego, relegado y menospreciado por gestores que nunca supieron ver su valor. La pilota pasa ahora por un momento muy delicado. Mientras se escriben estas líneas está en el aire la continuidad del trinquet de Pelayo y, probablemente, la del juego que desde mi punto de vista mejor define la naturaleza de este pueblo. Es una tragedia que estoy seguro no he de ver porque supondría una pérdida irreparable. Pienso en estas cosas cada vez que me cruzo con Paco y, en especial, recuerdo la última una noche que pude compartir con él, el pasado 10 de julio, aquélla en la que volvió a jugar contra Álvaro para recaudar dinero para su nieta Empar, afectada por una grave enfermedad. Charlamos en el vestuario mientras repasaba la bolsa y comprobaba que estuviera todo, también mientras se vestía con una camiseta roja de estética 'vintage'. Tuve que ayudarle a ponérsela mientras refunfuñaba porque no le habían dado una talla más grande. Luego se arregló las manos rodeado de unos niños que apenas podían pestañear o no dejaban de revolotear a su alrededor y a los que prometió un refresco si le cortaban trozos de naipe para proteger sus dedos. Los chavales se pusieron a ello con pericia mientras Paco seguía la charla con su hijo José y amigos y conocidos que no paraban de entrar, como siempre, para compartir un rato con él. Uno de las cartas era un siete de oros (nunca emplea las de ese palo por superstición) y Paco lo apartó tirándolo a la basura, luego se rió de mí porque me crujía la rodilla cuando me agachaba para tomar una fotografía y me dijo que me la cambiaba por la suya sin pensarlo. Se levantó y se alejó botando la pelota por el pasillo. En un impulso recogí el naipe de la papelera. Y lo llevo conmigo.
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