Dramane Bagayoko va a coger una raqueta de tenis por primera vez desde hace más de ocho meses. En el país en el que nació, Mali, la cogía a diario, hasta que decidió que ese no era su sitio. El drama de la migración africana tiene tantos matices como personas, y el perfil es tan amplio como para abarcar a la clase baja que huye de las guerras o la miseria jugándose la vida en la valla y a la clase media-alta que coge un vuelo con visado de turista con la ilusión de que Europa es la panacea. Todas ellas esconden un abandono y un nueva vida que destruye toda la anterior.
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La historia de Dramane es de ese segundo tipo. Consiguió algo tan insólito como que una raqueta de tenis fuera su medio de vida en un país asfixiado de pobreza. Se lo hicieron merecer cinco finales del campeonato estatal, en tres ocasiones ganó y en otras dos quedó en segunda posición. La federación nacional tenía a su nueva estrella, y si bien esta disciplina no se vive con el fervor del fútbol, los tenistas malienses suelen destacar a nivel continental.
La historia, que se la veía con final feliz, se ve alterada por la corrupción endémica que sufren los diferentes países africanos (cada uno con su particularidad). «Allí todo funciona por el dinero: si lo tienes, juegas y trabajas; si no, olvídate de vivir de eso», cuenta el propio Bagayoko. Fue entonces cuando el sueño dormido de Dramane se convirtió en un proyecto de vida: ir al continente de los grandes tenistas, Europa, para poder vivir de verdad del tenis. Y un objetivo más concreto: intentar hacerlo en el país de Rafa Nadal.
La forma más barata de llegar a España desde el norte de África es, contra todo pronóstico, el avión, pero el transporte aéreo está reservado solo para los que consigan, enfrentándose a unas desmedidas condiciones impuestas por los países de destino, un visado de turista. En esto, como en tantas cosas allí, la clase importa. Dramane lo consiguió, cogió una maleta de viaje y le dijo a su familia que volvería. Ya sabía que no iba a ser así, se lo diría a las pocas semanas de aterrizar. «Yo no quiero volver, quiero ser feliz», cuenta que les dijo. Dejó allí a dos hijos y otras muchas cosas.
Ocho meses después, la situación de Dramane no es precisamente la soñada, aunque no desfallece. Vive en La Casa Nueva de Sagunto, un centro de acogida de migrantes africanos en situación irregular, los llamados sinpapeles. Tras caducar su visado, Bagayoko se ha convertido en uno de ellos. El sitio es una respuesta de urgencia para dar una oportunidad a los que, la falta de conocimiento sobre el país y el idioma y las barreras naturales de quien llega al país sin nada les aboca a dormir en la calle o en algún campo.
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Hace unas semanas, Dramane le dijo a uno de los responsables de La Casa Nueva que quería volver a jugar a tenis, sin dar muchos más detalles. Y la búsqueda simpática de algún local con el que pudiera compartir un rato agradable se convirtió, cuando desveló su historia, en un proyecto: el de ayudar a Bagayoko a cumplir su sueño.
Hace tan sólo unos días, cogió la raqueta por primera vez en España después de ocho meses. Sintiendo que algo de ese sueño se movía. Lo hizo en el Club de Tenis Morvedre, un lunes a las nueve de la mañana. El contrincante del partido amistoso y un voluntario que le acompañaban cuchicheaban minutos antes del encuentro: «¿Será bueno? Yo no sé tanto» «Pues ni idea, no sé qué implica ser campeón nacional de Mali». A los pocos minutos, rompió las cuerdas de una raqueta y su saque delató las tablas que se le presuponen. Lo hizo a pesar de la raqueta prestada y de jugar con unas zapatillas desgastadas, más adecuadas para salir de fiesta que para jugar sobre tierra batida.
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Más tarde ese día o cuándo le llamen, Dramane tendrá que aparcar su sueño y ganar dinero como temporero, que es casi la única salida real que se les ofrece a los inmigrantes irregulares. Algunos se quedan en Sagunto, otros van de comunidad en comunidad salvando su año viviendo al límite en las diferentes campañas que se le ofrecen. En La Casa Nueva hay subsaharianos que llevan más de nueve años sin haber conseguido aún los papeles, con esa dinámica a la que la legislación o la suerte les atrapa.
Tras el partido, contesta a unas preguntas con traductor (aún no domina el español). Tras el baño de realidad de estos ocho meses, ¿te sientes más cerca de tu sueño?: «Claro, el partido fue el primer paso. Yo creo que estoy mucho más cerca de mi sueño aunque me quede mucho más por conseguirlo», cuenta.
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La historia se ha contado hasta que otro voluntario del proyecto a conseguido que vaya a entrenar un mes gratis con un grupo del Club de Tenis Morvedre (otro, vinculado al polideportivo municipal). «Estamos encantados de tenerle. Es un aliciente para el resto de los que se entrenan. El resto de alumnos están disfrutando de que esté y ojalá venga más» dice Fran Rojo, su nuevo y provisional entrenador, que añade que se nota que tiene mucho nivel aunque está «algo desentrenado».
El siguiente paso es tratar de buscar una subvención o un financiamiento privado para pagarle la matrícula y que siga tras la prueba.
La integración de los subsaharianos en la sociedad saguntina ha sido una de las grandes prioridades de los voluntarios de La Casa Nueva. Cientos de personas, de toda edad, procedencia y confesión religiosa han asistido -algunos pocos siguen como voluntarios- a La Casa Nueva y a la comunidad subsahariana en Sagunto.
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Pero lo extraordinario es la implicación de todos los habitantes de Sagunto en la integración. Iniciativas como charlas en institutos, o la celebración de un festival y una carrera popular, han acercado la realidad de los inmigrantes a toda la población, que a lo largo de los años ha ido normalizando la situación.
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