Una remontada del Valencia Basket para soñar en el infierno de Bolonia

El equipo que nunca se rinde, nunca lo olviden, fue amasando un parcial antológico de 44-66 que se cerró con un triple de Prepelic (90-91) a falta de 52 segundos que selló el triunfo. Sí, pasaron más cosas, pero el Valencia Basket ya se sentía invencible en esos momentos. No hay que subestimar el corazón de un campeón. El taronja es cuatro veces campeón de la Eurocup y ayer demostró en Italia, en un ambiente muy cargado más propio de los ochenta que de la pandemia, que sigue siendo uno de los favoritos para ganar la Eurocup. Eso sí, con la plantilla completa.

En caliente es muy complicado descifrar todas las claves de un partido enloquecido, no hay muchos así cada año contando todas las ligas, que se dio la vuelta como un calcetín. Al descanso (57-45) Weems llevaba 20 puntos. En toda la Eurocup hasta el momento, sumaba 25. Pese a la ventaja de la Virtus la cara de Scariolo no era de felicidad. El seleccionador español, zorro viejo, se fue con la sensación de que su equipo no había aprovechado la oportunidad de matar a un rival medio muerto y que lo podían pagar caro. No se equivocaba. El Valencia Basket saltó a tumba abierta al tercer cuarto sabedor de que esa era la única receta que le podía hacer ganar (57-52 con triple de Van Rossom). Aunque la Virtus siguió anotando, subiendo la ventaja al 75-64, el partido ya era otro. Los siete puntos de ventaja para los italianos al final del tercer cuarto ya tenían otra lectura (79-72). El deporte es psicología pura.

En un partido normal, esa renta sería muy complicada de remontar en un ambiente como el del PalaDozza. Esas gradas volcánicas ganan encuentros, callan silbatos y encogen manos. Toda la vida ha ocurrido en el baloncesto FIBA. El problema para los miles de tifossi que ayer poblaban las gradas es que Prepelic, Van Rossom, Rivero o Labeyrie no estaban por la labor de bajar la cabeza. La subieron hasta el cielo de las Torres Asinelli y Garisenda, uno de los símbolos de la ciudad de Bolonia. A más decibelios, más se crecía el Valencia Basket. Así hasta remontar por primera vez gracias a un triple de Dubljevic (86-87). El infierno enmudeció por primera vez. Fue el presagio de una victoria antológica. De orgullo.