Rubén Fernández en un partido en el Madison Square Garden de Nueva York.LP
El gallego del Pamesa que patrulla las calles
HISTORIAS DEL BASKET ·
Rubén Fernández Vila jugó en el Pamesa de Miki Vukovic que llegó a la final de la Copa Saporta en el 99 y ahora es policía local en el Concello de Barbadás | El exjugador hace una curiosa similitud entre los dos trabajos que ha tenido: «Te sientes observado por llevar un uniforme y en aquella época por llevar una camiseta con un número»
Rubén Fernández Vila (Ourense, 1979) llegó a Valencia en el verano del 95, en categoría cadete, unos meses después del descenso del Pamesa en Huesca. Con el proyecto en reconstrucción, la apuesta por el entonces mejor jugador gallego en categorías inferiores fue total. «Estuve a un paso de fichar por el Joventut un año antes y me decidí por el Pamesa porque el Barcelona, que era el otro equipo más interesado, me obligaba a estar una semana a prueba y la oferta de Valencia era en firme y me aseguraba una beca completa», recuerda el que ahora mismo ejerce como policía local en el Concello de Barbadás.
«Cuando dejé Valencia tenía claro que era complicado que el baloncesto me fuera a dar una trayectoria, como trabajo, a largo plazo. En aquel momento era difícil si salías del amparo de un equipo de ACB el poder vivir del baloncesto», confiesa antes de trazar el momento en el que todo dio un giro en su vida: «Me planteé la situación y comencé a estudiar para sacarme una oposición. Comencé a ir a la academia mientras seguía jugando. Me presenté a las plazas que salieron en Ourense y el Concello de Barbadás y, al final, logré la plaza en el Concello como policía local».
La clave en la pandemia, para el exjugador, ha sido saber separar el trabajo de la vida familiar para poder sobrellevar los meses en la calle con la incertidumbre que existía entre los vecinos: «Siempre digo que me pasa como en los cómics de Superman. Al haber vivido el deporte profesional sé separar el trabajo de la vida personal. Mucha gente se lo lleva para casa y vive situaciones complicadas mentalmente. Llevo bien el tema de la presión o la gente que en un momento malo te mira mal por llevar uniforme. Vengo de un mundo donde la gente, en la grada, ya me miraba y me decía cosas. Es como en el deporte, te sientes observado por llevar un uniforme y en aquella época por llevar una camiseta con un número».
Trabajar en primera línea tuvo, y tiene, un riesgo de contagio evidente pero también asegura tener trabajo. Algo que, a día de hoy, no es para nada una mala reflexión: «Servir en un Concello te permite prácticamente conocer a todos los vecinos y esa cercanía es importante. Ahora mismo, tal y como está el mundo laboral, siento esa seguridad que es importante a nivel familiar. La pandemia la hemos vivido de forma muy dura porque llevamos más de un año doblando turnos y dando un poco más de lo que toca para ayudar como parte de un servicio esencial. Es así de duro pero real. Nadie ha cogido bajas y hemos aguantado, todo el equipo, al pie del cañón. Hemos tenido suerte de no tener contagios. Tengo la sensación de que ha sido un esfuerzo poco agradecido pero estoy orgulloso de haber puesto un granito de arena para ayudar a la gente».
Rubén Fernández afirma que no pasó miedo en los peores momentos de la pandemia pero que sí que le daba vueltas a la cabeza sobre el modo de organizar la casa si se daba algún positivo: «Más que miedo a contagiar a mi familia lo que tuve era a lo que pasaría si ocurría. Es decir cómo aislarme en mi casa con dos niñas pequeñas. Lo que sí me preocupaba era cómo podía ser la conciliación familiar a raíz de un contagio. Miedo siempre lo hay pero en mi caso las pruebas han determinado que lo pasé sin enterarme. Por eso mucha gente que no lo ha vivido de cerca, desgraciadamente sigue pensando que es una tontería o como una gripe».
«Al principio fue una labor informativa pero después todo el mundo sabe de que va el tema», afirma con respecto a las actas que a día de hoy aún tienen que abrir a las personas que se saltan las normas. «Es difícil en ocasiones el momento de imponer una multa pero mucha gente sólo aprende tocándole el bolsillo. La multa al final no la pone el policía sino las regulaciones que establecen las autoridades. Hay gente que lo pasa mal para llegar a final de mes y con la multa lo puede llevar pero pero las leyes son para todos y hay que cumplirlas», zanja.
Como servidor público, ya ha recibido la primera dosis de la vacuna de AstraZeneca y ahí sí que reconoce la incertidumbre de no saber qué ocurrirá con la segunda dosis, puesto que está entre uno de los tantos casos donde por grupo de edad ahora no se sabe si la recibirá o no por toda la incertidumbre entorno a la vacuna de Oxford: «Un compañero de Protección Civil y yo lo hemos pasado bastante mal. En mi caso tuve un día en el que sentí síntomas fuertes de dolores de cabeza, alucinaciones por la noche y sudar o castañear los dientes como de frío. Una sensación muy extraña pero que pasó en un día. Nos pusieron la primera dosis hace dos semanas y ahora estamos a la espera».
Hablar de Rubén Fernández en el Pamesa es hacerlo de 'el gallego', como le llamaban en el equipo. De la generación júnior de Rubén Burgos, Federic Castelló o José Miguel González entrenados por una persona que le marcó para siempre, Paco Olmos. «Se ocupó mucho de mí en aquella primera temporada porque los 16 años de entonces no son los de ahora, con los móviles o la facilidad para viajar. Cuando tenía un problema no podía ir a casa en cualquier momento, o estar en contacto tan directo con la familia como ahora. Te lo comías tú sólo y Paco se portó muy bien conmigo. Muchos fines de semana íbamos a ver partidos de Liga EBA o incluso a tomar algo con su novia como un amigo más. Se portó como un hermano mayor».
Si hay un dolor que tiene toda esa camada es lo ocurrido en el Campeonato de España Junior de 1996, donde el Pamesa de Olmos perdió en la final contra el Real Madrid. Los presentes en el partido siguen afirmando, casi 25 años después, que pasaron cosas muy extrañas. «Es una espina que tenemos toda la generación porque hicimos un año perfecto. Arrasamos en los sectores, ganamos un torneo en Italia a equipos dos años mayores que nosotros y llegamos a la final del Campeonato de España invictos. El hijo de Martín Labarta, David, era nuestro delegado. Era el encargado de ponernos siempre en el autobús una canción que teníamos siempre fetiche de los Beatles. El entonces presidente Fernando Roig no quiso viajar porque el torneo era en Huesca, donde bajó un año antes el primer equipo, y Martín Labarta fue la cabeza visible de la expedición. La final contra el Real Madrid fue un robo sangrante«, sentencia el de Ourense.
Miki Vukovic es la otra figura que le moldeó en Valencia. El maestro le acogió como uno más de sus alumnos en la escuela de la Fonteta: «Miki también tuvo conmigo un trato especial. Siendo junior de primer año me hizo un montón de justificantes para el instituto para poder entrenar con el primer equipo. Fue el año que el Pamesa estaba en Liga EBA. Después del ascenso ya comencé a ir a las pretemporadas. Aquella final de la Saporta del 99 es otra espina clavada pero a medias porque aún perdiendo fue el espaldarazo definitivo para el proyecto del Valencia Basket. Nos marcó a todos y veinte años después, hayamos jugado más o menos, los de aquel equipo somos todos amigos».
Rubén no quiso terminar la charla sin mandar un mensaje claro con respecto al recuerdo eterno que hay que tener en Valencia a dos figuras, las de Martín Labarta y Miki Vukovic, que nos han dejado durante la maldita pandemia: «La mala suerte es que ha sucedido en el peor momento. Martín y Miki hubieran llenado, por así decirlo, tres iglesias o cementerios de toda la gente que les quería. Es injusto que no hayan podido tener la despedida que se merecían. Estoy convencido que el club y la ciudad van a tener cuando se pueda el recuerdo que se merecen. Si todo el mundo, no sólo en Valencia sino en España y en parte del mundo, tiene recuerdos, vivencias y anécdotas con ellos es por algo».
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