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Unos días antes de que el Valencia Basket conquistara la Liga Endesa frente al Real Madrid, en junio de 2017, Serhiy Lishchuk fundó el BC Rivne. El que fuera uno de los jugadores más queridos por la afición taronja por su entrega en la pista, que le llevó a ser clave en los títulos de las Eurocup de 2010 y 2014, regresó a la que considera su casa para firmar un convenio con el Valencia Basket y su club, con el que quiere ayudar a la mejora de la vida de los niños y niñas de su región, cuya capital cuenta con algo más de 250.000 habitantes. «Recuerdo la creación de mi club porque fue en el mes en el que el Valencia Basket ganó la Liga al Real Madrid. Ese día me puse a llorar, no lo pude evitar. En mi época en la Fonteta siempre pensé que nunca se podría ganar una Liga al Real Madrid o Barcelona porque siempre pasaba algo, o mala suerte o cosas con los árbitros. Me alegré mucho cuando vi a Rafa Martínez, que es como mi hermano, levantar esa copa», rememoró el ucraniano en L'Alqueria mientras señalaba una gran fotografía de aquel momento de éxtasis en la Fonteta.
El 'tractor', así era apodado cariñosamente, mantuvo una charla en un castellano muy fluido para una persona que lleva tres años fuera: «Me sorprendo porque cuando vengo de visita a ver a mi hija no me cuesta hablarlo. No sabría decir el motivo pero supongo que es porque es un país que forma parte de mi corazón. Con mi hija hablo en ruso porque quiero que domine los dos idiomas. Ella estudia aquí en español y en casa hablamos ruso».
Lishchuk pone en valor el trabajo que se hizo en aquellos años con Spahija, Olmos y Perasovic «porque recuerdo en mi primer año de Valencia que el club estaba en una situación de tránsito, complicada, donde Juan Roig había avisado unos años antes que buscaba nueva inversión. Creo que entre todos, con Rafa Martínez, Matt Nielsen o Pietrus, ayudamos a cambiar la mentalidad. Desde aquella Eurocup de 2010 el club volvió a subir y el crecimiento es imparable. En 2020 el Valencia Basket ya es un grande de Europa».
Un dolor en la espalda, donde los médicos le avisaron de que forzar podría poner en serio peligro su movilidad, forzó su retirada. «Llegó un momento que casi no podía ni moverme tras jugar algún partido y me asusté. Después del deporte te queda una vida por delante y puedes jugarte un problema serio que afecte a tu movilidad», confesó antes de explicar el siguiente paso: «El baloncesto es mi vida y por eso tomé la decisión de volver a Ucrania y comenzar un proyecto desde cero, en mis raíces». Lishchuk, que admite que está perdiendo dinero en su aventura en Rivne, es un rey mago real para su gente. Muchos de ellos le preguntan por qué no se quedó a vivir en España y decidió volver: «El objetivo es ayudar a nuestros niños y niñas a que tengan un mejor futuro. Ese es mi dolor de cabeza, que a través del baloncesto consigan abrirse en la vida. Ellos son nuestro futuro y la situación en Ucrania es muy complicada. Podía haberme quedado en España a trabajar pero quiero ayudar a mi pueblo. Si nuestros niños y niñas no son felices los adultos seremos infelices. La gente me pregunta en Ucrania por qué no me quedé y les digo que mi corazón está con mi pueblo. Cuando estaba creciendo me ayudaron a cumplir mi sueño y es justo que ahora haga lo mismo».
En el convenio firmado con el Valencia Basket, el gigante ucraniano quiere que los jóvenes de Rivne logren viajar a España a conocer otra realidad: «Quiero que la colaboración vaya más allá del baloncesto, que nuestros jóvenes jugadores vengan y aprendan que existen más cosas en la vida que lo que han visto sus ojos. El mundo es global y quiero ayudarles a que tengan un pensamiento más abierto como futuros ciudadanos adultos». Serhiy nunca se sintió extranjero en Valencia y quiere que esa sensación la experimenten los niños y niñas de Rivne.
El único tema que hace que Lishchuk pierda la sonrisa es la tensa situación entre Ucrania y Rusia: «Me gustaría que los españoles o franceses, cuando se quejan de la situación de su país, vinieran a vivir un mes a cualquier ciudad ucraniana. Se darían cuenta de los problemas reales. He vivido muchos años en España, me gusta este país, y cuando veo las disputas por Catalunya me enfado mucho. España es un país maravilloso y todo lo enredan los políticos. Aquí ya no se emiten imágenes en los telediarios cada día pero sigue muriendo gente todos los días por culpa del conflicto con Rusia. Se sigue matando gente. Cada día muere alguien. ¿Si matan sólo a dos o tres personas cada día y no a mil lo tenemos que dar como algo normal?. En Ucrania sentimos abandono del resto de países de Europa, el conflicto sigue abierto».
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