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MARC ESCRIBANO
Valencia
Lunes, 14 de marzo 2022, 01:04
Si ya les puede parecer difícil esquiar, imagínense hacerlo con una visión reducida. De un 6% para ser exactos. Ese es el caso del castellonense Iker Blasco. Se proclamó campeón de España de esquí adaptado en 2019 pero por unos problemas burocráticos y la pandemia lleva un tiempo sin competir y se plantea si vale la pena seguir.
«Soy un chico del Grao de Castellón, vivo al lado de la playa. A mis padres les gustaba ir a esquiar y compraron una casa en Baqueira. Estuve subiendo desde los cuatro años prácticamente cada fin de semana por diversión. Cuando me fui a Madrid a estudiar fisioterapia un chico me dijo que debería competir, ahí empezó todo», confiesa sobre cómo entró en el mundo de la competición adaptada.
«Tengo, según dicen los médicos, un seis por ciento de visión, ya que tengo el nervio óptico atrofiado, al cual no le llegan los impulsos eléctricos necesarios. Se podría decir que funciona, pero muy poquito». Así describe el propio Iker su condición visual que le hace competir en categoría adaptada, pese a que él se siente seguro para descender a toda velocidad por la nevada ladera de la montaña. «Yo podría y de hecho esquío sin guía cuando lo hago por diversión en mi tiempo libre. Puedo ir en bici también. No necesito un guía la montaña, ya que es todo blanco y por tanto consigo distinguir a las personas o los obstáculos. Los guías al final los tengo para las competiciones, principalmente por las puertas que cuestan más, al ser postes más finos que hay que trazarlos de una forma más perfecta por medio, y para eso necesito al guía», señala el castellonense, que explica cómo el blanco de la nieve ayuda a su frágil visión pese a la velocidad a la que desciende con sus esquís.
Su historia comenzó a una pronta edad, gracias a la relación de sus padres con el deporte de invierno, aunque su estreno en la competición llegó ya en plena madurez. «Empecé a esquiar con cinco años más o menos, y a competir alrededor de los 20, cuando estaba en segundo de carrera si no recuerdo mal», afirma.
Actualmente se encuentra centrado en sus estudios y alejado de la competición. Él mismo lo explica: «Cuando gané el Campeonato de España en 2019, me prometieron muchas cosas. Estuve un año sin competir y luego justo al año siguiente vino la pandemia y se destruyó todo. Mi deseo siempre fue querer volver a competir, pero hubo fallos con las fichas, no me inscribieron y no pude participar. Si hubiese competido podría haber llegado a ir a los Juegos Paralímpicos. Pero ahora mismo la competición la tengo aparcada, no veo que pueda sacar mucho beneficio de ello. Sigo esquiando por diversión». Su enfado con la persona que se tenía que encargar de inscribirle le ha llevado a desmotivarse y dejar aparcada la competición. «He tenido la mala suerte de encontrarme con algunas personas incompetentes que no hacen bien su trabajo y al final todo acaba en nada. Lo del problema de la inscripción con la ficha fue el colmo. Yo además de esquí juego a fútbol también, y en el campeonato de fútbol sí que estaba inscrito, pero en esquí no. La ficha era la misma, por lo que nunca lo entendí. Eso me ha desmotivado a no seguir esquiando competitivamente», se sincera Iker sobre lo que vivió hace cosa de dos años.
«Al final tampoco me afectaba tanto, porque eran más o menos dos o tres carreras al año, no me quitaba mucho tiempo. Al ser paralímpico tampoco tienes que entrenar tanto, no eres de élite, no me pasaba todas las semanas esquiando», comenta. El esquí es más un pasatiempo que una profesión para Iker. «Nunca he tenido un ídolo en el mundo del esquí la verdad, de hecho nunca he sido seguidor de verlo en la televisión por ejemplo. Te diría que quizá mis referentes en el esquí han sido mis padres, que siempre les ha gustado y me transmitieron esa pasión», indica.
«Hay deportes de motor en los que necesitas tener buena vista y por lo tanto no los he podido practicar porque no hay forma de adaptarlos. Como anécdota, yo en el colegio era de los mejores jugando al fútbol en el recreo, así que…», sentencia Iker mientras ríe.
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Patricia Cabezuelo | Valencia
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