![Señores del mar](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/pre2017/multimedia/noticias/201503/13/media/cortadas/Grecia--575x323.jpg)
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carlos benito
Viernes, 13 de marzo 2015, 19:04
La Grecia actual resulta mucho más difícil de acotar en una sola frase que la Grecia clásica, para la que bastaba aquello tan socorrido de «la cuna de la civilización occidental». Uno de los mejores intentos corresponde a Yannis Stournaras, el actual gobernador del banco central, que habló hace tres años de «un país pobre con gente muy rica». Desde que se desencadenó la crisis financiera global, Grecia anda hundida en la mayoría de esas tablas que jerarquizan naciones y economías, pero es cierto que algunos de sus ciudadanos no lo están haciendo nada mal en otro tipo de clasificaciones: por ejemplo, en la que confecciona anualmente Lloyds List sobre las cien personas más influyentes del transporte marítimo, aparecen nada menos que trece griegos.
El país mediterráneo es una superpotencia de la navegación comercial y cuenta con la flota más importante del mundo por capacidad. El 15% del transporte marítimo se realiza en sus 4.900 barcos: se mantienen los primeros en petroleros (1.217) y en buques de carga seca (1.878) y son los segundos en el traslado de gas natural licuado. Unos cuantos datos más pueden dar idea de la magnitud del sector: en 2007, en un momento álgido de la expansión china, el 60% de las materias primas importadas por el gigante asiático arribó en mercantes griegos; en 2013, ya en plena crisis, los armadores helenos encargaron 275 barcos nuevos, valorados en casi 10.000 millones de euros; tan sólo en los últimos quince días del año pasado y los primeros de éste, acumularon inversiones que superaban los 5.000 millones. Sus ganancias anuales, en fin, rondan los 14.000 millones.
Pero todo eso es dinero de la gente rica, no del país pobre. Los beneficios que los armadores griegos consiguen en el extranjero están libres de impuestos, según una ventaja recogida en la mismísima Constitución de 1975, y ni siquiera se gravan extras como la venta de los barcos. Los dividendos de los accionistas de sus compañías también están exentos. Antes de llegar al poder, los expertos de Syriza contabilizaron 58 normas fiscales que distinguen a los armadores del resto de los empresarios, así que, ahora que están gobernando, el mundo aguarda con curiosidad sus medidas para corregir tanto privilegio. Los armadores -unas 800 familias con relaciones «más complejas que las de dioses y semidioses», según se leía en un cable de WikiLeaks- también están a la espera, aunque en el pasado ya han dado aviso de que les costaría muy poco trasladar la sede de sus negocios a cualquier oficina en un puerto más acogedor.
«En el país existe cierto sentimiento de orgullo ante los logros de los armadores, que han logrado mantener la flota de propiedad griega como la mayor del mundo a lo largo de décadas. Pero, durante la crisis, mientras la gente corriente ha cargado con el impacto de las subidas de impuestos y los recortes de gastos, sus privilegios fiscales han sido objeto de grandes reproches», explica el periodista Yannis Palaiologos, autor del libro The 13th Labour Of Hercules (El decimotercer trabajo de Hércules), un análisis de la crisis que dedica particular atención a este sector. «La mayoría -añade Palaiologos- no hacen ostentación de su riqueza, quizá más por prudencia que por carácter. Lógicamente, hay algunos que se exhiben más, pero constituyen la excepción, no la regla».
Al comienzo de la crisis, todavía era habitual leer noticias sobre las espléndidas vacaciones de estas familias pudientes o sus navidades en Suiza: apellidos como Latsis, Niarchos, Vardinoyannis o Livanos se repartían puntualmente por sus mansiones de Gstaad y St. Moritz, siempre a resguardo del frío y la rutina de la pobreza. Pero, desde 2010, este tipo de brillo social ha estado cada vez peor visto, así que la aristocracia naval se ha refugiado en una discreción que, a muchos, nunca les ha sido ajena. Siguen con sus casas por todo el mundo, yates imponentes, cuentas en el extranjero y colecciones de arte -el expresionismo alemán que tanto gusta a George Economou o las antigüedades chinas de Angeliki Frangou-, pero ese mundo se desenvuelve al margen del ojo público y la ira ciudadana.
Hubo dos momentos particularmente determinantes en este proceso de recogimiento de la oligarquía. Uno fue la lujosa recepción que en 2010 organizó León Patitsas, para celebrar su boda con una de las bellezas oficiales del país: fue a bordo de un buque de guerra reconvertido, símbolo de la armada griega, y un tabloide publicó las fotos de playmates bailando en minifalda. Las imágenes se interpretaron como una ofensa al orgullo nacional, semanas después de que tres personas hubiesen fallecido durante una manifestación en Atenas. El otro evento controvertido fue un concierto del cantante Antonis Remos en el club Nammos de Mikonos, un lugar donde resulta normal pagar 250 euros por una botella de champán o 3.000 por el derecho a usar una tumbona durante la temporada estival: mientras la élite libaba Moët, el músico se dedicó a criticar a los «malditos alemanes» y unos inspectores fiscales descubrieron que el sarao no dejaba ni rastro de cuentas y facturas.
A algunos armadores este término se les ha quedado muy corto, porque se han convertido en magnates con tentáculos extendidos por diversos sectores, que muchas veces llegan hasta la política y el fútbol. Son personajes como Evangelos Marinakis, propietario del Olympiacos y acusado de mil chanchullos. O Dimitris Melissanidis, apodado Tigre, un titán del combustible y de las apuestas deportivas que posee el AEK. O Arístides Alafouzos, patriarca de un imperio que incluye constructoras y medios de comunicación, uyo hijo Yiannis preside el Panathinaikos. O Vardis Vardinoyannis, dueño durante muchos años de este equipo ateniense, un hombre de orígenes pobres que mantiene amistad con los Kennedy y se ha convertido en un potentado del petróleo a escala global. Estos días, en pleno debate sobre la violencia en el fútbol griego, Marinakis y Yiannis Alafouzos son protagonistas porque, en una reunión de la liga, el primero arrojó un vaso de agua al segundo.
Los dos griegos más ricos, según la lista de Forbes, proceden de grandes dinastías de armadores: se trata de Philip Niarchos, residente en París, hijo mayor del gran rival de Onassis y presidente de la fundación familiar, y Spiros Latsis, afincado en Suiza y dedicado también a la banca y el petróleo. Prácticamente están empatados, con fortunas estimadas en unos 2.200 millones de euros. Ambas familias pueden presumir también de contar con un exnovio de Paris Hilton entre sus cachorros: la celebrity salió primero con Paris Latsis -se hacía complicado escribir sobre ellos, por la coincidencia de nombres- y después con Stavros Niarchos III, que ahora es pareja de la modelo australiana Jessica Hart.
Los señores del mar, cuando se les pregunta por su escasa aportación a las arcas públicas, suelen recordar que su sector supone el 8% del PIB, que dan empleo a unas 250.000 personas -algunos elevan esa cifra hasta 400.000- y que bastante hacen con mantener sus negocios en un país tan desorganizado, del que las multinacionales han huido en desbandada. Apuntan, además, que son meros transportistas, apaleados también por la crisis, y se duelen de que la gente se obsesione con los impuestos mientras otras contribuciones pasan desapercibidas.
Esta misma semana ha brindado un curioso ejemplo de estas aportaciones extraordinarias: el Gobierno griego ha contratado a Doughty Street Chambers, el bufete en el que trabaja Amal Clooney, para que le represente en la reclamación de los frisos del Partenón exhibidos en el Museo Británico, y el dinero para pagar la cuantiosa minuta procede de un armador cuyo nombre no se ha revelado. Su propósito tal vez sea que se hable más de la cuna de la civilización occidental, con sus maravillosas obras de arte, y un poco menos de ese país pobre con gente muy rica.
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