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Tomás Trénor y su familia, hacia la década de 1870.:: LP
Los Trénor, Llano y Romero, burgueses emprendedores valencianos del XIX

Los Trénor, Llano y Romero, burgueses emprendedores valencianos del XIX

Comercializaron nuevos productos como el guano, invirtieron en industrias tradicionales como la sedería, desarrollaron actividades financieras y apostaron por el ferrocarril, el puerto y las obras públicas

PPLL

Sábado, 27 de junio 2015, 00:03

Unos tenían origen local. Otros llevaban apellidos extranjeros. Eran propietarios. Construían poderosas alianzas uniendo sus familias. Poseían espíritu innovador e incorporaban los últimos avances. Invertían en actividades financieras. Fracasaban. Se levantaban. Eran emprendedores por naturaleza. Así era la nueva burguesía que transformó la Valencia del Ochocientos.

Se trata de una clase social que emergió en el siglo XIX y que destacó por su capacidad emprendedora. Uno de los máximos exponentes fue Francisco de Llano. Comerciante de la exportación, negociaba con vino y aguardiente, poseía diversas fincas, despachaba buques como consignatario y en 1844 trajo el primer cargamento de guano americano, un fertilizante que había estudiado previamente en Inglaterra y que fue clave en la expansión del cultivo del arroz. «Este abono es un negocio a la vista, y en efecto lo será para su compañía; pero es también un fertilizante que promete mejorar sustancialmente la agricultura local, de la que él extrae el género con el que comercia. Y utiliza la Real Sociedad Económica del País Valenciano por ser el lugar en el que se difunden el conocimiento y los adelantos técnicos», explican Justo Serna y Anaclet Pons en su artículo 'Burgueses y emprendedores. Los orígenes de la conducta empresarial valenciana'. Llano, que vivió en el número 57 de la calle Caballeros y llegó a ser alcalde en tres ocasiones, contaba con una compañía muy reconocida: la White, Llano y Vague.

Muchos negocios de la burguesía valenciana estuvieron vinculados a la agricultura, aunque diversificaron sus inversiones en otros sectores. El espíritu emprendedor estuvo presente en ellos desde el primer tercio del XIX. «Son, antes que nada, propietarios. Y para ello se valen de la agricultura tradicional, de la tenencia de la tierra. Se sirven de las industrias igualmente tradicionales, como la sedería. Se surten de los nuevos productos con los que comercializar: los abonos y particularmente el guano. Al igual que sus homólogos europeos, imponen sus objetivos, sus metas productivas y mercantiles. De la aristocracia copian hábitos o reproducen títulos y linajes». Esta descripción del catedrático de Historia Contemporánea en la Universitat de València Justo Serna permite trazar un perfil del burgués valenciano.

La mayor parte de sus patrimonios no se vinculaban a la herencia, sino que habían sido adquiridos por ellos mismos. No eran rentistas sino «comerciantes preocupados por la explotación empresarial que les permite unos excedentes para traficar e introducir producciones más rentables», apuntan ambos expertos en el libro 'La ciudad extensa. La burguesía comercial-financiera en la Valencia de mediados del XIX'. Comerciantes que basaban sus fortunas personales en la diversificación inversora. Su negocio principal se centró en el comercio, que acaparó el 84% de sus inversiones. El tráfico alimentario y sedero resultó clave para la nueva burguesía local. Destacaron productos tradicionales como los cereales (sobre todo el arroz), derivados de vid o el bacalao. Junto a ello, la distribución de otras mercancías con gran demanda como la madera, el guano y los textiles. Sus empresas sobresalieron por la especialización pero también por la monopolización. O casi. Así ocurrió con la madera y el pescado salado.

Uno de los casos que más importancia alcanzaría sería la vid destacando la sociedad White, Llano y Morand, que ejerció un importante control. Aunque en Dénia este tráfico se repartía con la empresa Trénor y Cía.

En la Ribera, el arroz estaba controlado por los hermanos Forés y el guano no se entendía sin las familias Trénor y Llano, que a partir de 1847 tenían una fuerte rivalidad que no les impide controlar respectivamente una amplia cuota de mercado de este abono procedente de Perú. Tras el comercio, esta burguesía invirtió en la industria (sedera, textil, construcciones mecánicas, química, cerámica y madera). La banca y el ferrocarril también fueron objeto de sus inversiones. Y aquí destacó, sin duda, la figura del marqués de Campo. El crédito fue la última pata de esta apuesta.

Ejemplo de un burgués hecho a sí mismo es el de Juan Bautista Romero, un emprendedor que amasó una gran fortuna y prestigio partiendo de cero. No tuvo una vida fácil. Procedente de una familia modesta, sus tres hijos fallecieron con menos de 20 años. En lo comercial, fue un destacado mercader sedero que mantuvo su actividad hasta los últimos días de su existencia y que en 1870 fundó una fábrica de hilados y torcido. Fue el máximo propietario urbano de la época, junto a nobles y corporaciones eclesiástica. Perteneció a El Cid, una sociedad anónima en la que participaban algunos de los más importantes personajes de Valencia. Además, participó activamente en la fundación de las sociedades de crédito y en las obras públicas que aquellas promovieron. Emprendió una destacada carrera política, erigió el Asilo de San Juan Bautista y, por último, obtuvo el título de marqués de San Juan.

«Eran individuos que estaban alerta, despiertos a lo que se hacía en Europa y se renovaban. Participaban en las exposiciones locales, nacionales e internacionales. Mostraban sus productos y exhibían sus logros», apunta Serna. Ellos implantaron el tendido ferroviario, habilitaron el puerto de Valencia y proyectaron carreteras y caminos. Su objetivo era forjar nuevas redes y ampliar la comunicación. «La política se convierte en un instrumento al servicio de esos intereses materiales y de esos objetivos mercantiles», afirma.

Irlandeses en Valencia

Otro rasgo que caracterizó a estos nuevos valencianos fue su procedencia. Unos tenían origen local, otros foráneo: catalanes, aragoneses, malteses e irlandeses. Se casaban entre ellos, formaban familias y adoptaban costumbres europeas. Valencia era una ciudad abierta que vio mudar su élite económica. Una de estas familias extranjeras fue la de los O'Shea, irlandeses establecidos en Valencia que ejercieron como financieros durante el XIX en toda España. Enrique O'Shea fue todo un emprendedor que, además, trabajó intensamente con los Trénor, también de origen irlandés y una de las dinastías más relevantes como comerciantes e industriales que se convirtió en la familia burguesa valenciana por excelencia.

En Alicante destacó Eduardo Satchell, un inglés afincado en Alicante que se asoció con los O'Shea en 1935 para la importación de bacalao y otros productos. Los Satchell también se unieron con los Trénor en el tráfico de importación de diversas mercancías, como la vid, el cacao y la cebada, entre otros productos. Otro linaje extranjero que operó en Alicante en el XIX fue Gaspar White con la exportación de vino y barilla, o la familia O'Gorman. Unos y otros consolidaron una clase emprendedora clave en la economía valenciana.

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