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M. J. CARCHANO
Sábado, 24 de octubre 2015, 00:09
En la antigua Valencia la vida se detenía cuando el sol se ponía. La oscuridad convertía a las calles en lugares peligrosos, donde ni siquiera los médicos o las comadronas se aventuraban a salir para atender urgencias y los ciudadanos se replegaban en sus casas. En 1771, bajo la administración borbónica, se estableció un primer alumbrado público mediante 2.850 faroles de aceite, pero aquello era un servicio extremadamente caro, y que pagaban directamente los propietarios de las viviendas situadas en las calles iluminadas, las de vecinos acomodados. Así y todo solo se encendían desde el ocaso hasta la medianoche, y el resto de la madrugada había una oscuridad total. En las noches de luna llena las luces se mantenían apagadas para ahorrar. Sólo los serenos, figura tan característica en la Valencia decimonónica, paseaban por las calles oscuras dando las horas y haciendo de vigilantes nocturnos con su característica gorra y su letanía.
La modernidad comenzó a fraguarse en 1844. El gas de hulla era económico y abundante y sustituía al aceite vegetal. La empresa E. Lebon et Cie (futura Gas Lebón) se encargó de la instalación del alumbrado y propició la creación de un primer sector industrial de alta inversión en Valencia. Ese año, concretamente el 9 de octubre, se iluminó la Glorieta. Un año más tarde, el alcalde de Valencia José Campo se convirtió en el nuevo concesionario del alumbrado público al obtener buena parte de la compañía. Las calles comenzaron a cobrar vida, aunque en las casas todavía se utilizaban los quinqués de petróleo y las lámparas de aceite y se calentaban con una chimenea o una estufa de carbón.
Casa Conejos
No fue, sin embargo, hasta noviembre de 1882 cuando llegó la electricidad a Valencia. En la Casa Conejos, una antigua tienda ubicada en la calle San Vicente, se agolparon decenas de vecinos que querían ver cómo por primera vez se iluminaban unas lámparas con luz eléctrica. Fascinaba la potencia de aquella luminosidad, tal y como recoge el libro 'Retrato de Valencia', publicado recientemente por LAS PROVINCIAS, y que relata precisamente aquel momento histórico. Al alumbrado de gas le había salido un contrincante.
Valencia se convirtió en la tercera ciudad española que disfrutó de la llegada de la electricidad. La primera fue Barcelona y poco después llegó a Madrid. Pedro Ruiz-Castell, del Instituto de Historia de la Medicina y la Ciencia López Piñero, explica que la recién fundada Sociedad Española de Electricidad, que tenía como primera finalidad dar servicio eléctrico a los primeros abonados, comenzará a actuar en Valencia a finales de 1882 y será a principios de 1883 cuando se creará la Sociedad Valenciana de Electricidad. Uno de los primeros lugares donde se llevó la electricidad fue a la fábrica de fundición La Vulcano, situada en el Llano de la Zaidia. La fábrica que suministraba gas a la ciudad comenzó a producir electricidad el 8 de septiembre de 1886; su primer abonado fue el Teatro Ruzafa. El 18 de julio de 1893 la fábrica de Lebón comenzó también a generar electricidad y tuvo como primer abonado al Círculo Valenciano.
Cuando apareció la energía eléctrica nadie quiso quedarse al margen de un avance tecnológico tan importante para la sociedad y la economía valenciana. Era sinónimo de progreso, como lo había sido unos años antes la llegada del agua potable, o las primeras vías del ferrocarril. Aquella era una Valencia cambiante, que había derribado sus murallas recientemente, que quería progresar. Así que, según cuenta Ruiz-Castell, había entre los pioneros muchos particulares que constituyeron pequeñas sociedades en las grandes ciudades para ofrecer el espectáculo de la iluminación: pequeñas empresas al amparo de contratos temporales para iluminar espacios como por ejemplo la Plaza de la Constitución en Valencia.
Seguridad y modernidad
En esta primera etapa se construyeron los primeros mercados eléctricos peninsulares, se consolidaron y aseguraron el funcionamiento de los primeros negocios de alumbrado eléctrico locales. Algunos establecimientos públicos, como teatros y cafés, optaron por dotarse también de generadores propios para atraer clientela. A fin de cuentas, la iluminación eléctrica era vista como emblema de seguridad y modernidad. Todavía había en la ciudad muchas zonas oscuras que se identificaban cada vez más con pobreza.
Pero no era fácil dotar de electricidad a la Valencia de finales del siglo XIX, donde las estructuras todavía eran antiguas y estaba por hacer todo. La producción de electricidad estaba principalmente condicionada a la presencia de un curso de agua que permitiera transformar la energía hidráulica en eléctrica o la cercanía a una línea de ferrocarril que facilitara el aprovisionamiento de carbón para la obtención de termoelectricidad, aunque uno de los principales problemas tenía que ver con las dificultades para su distribución a grandes distancias.
Por este motivo se crearon numerosas iniciativas pioneras que cristalizaron en la forma de instalaciones eléctricas establecidas en fábricas y talleres para uso exclusivo o de negocios con pequeñas instalaciones aptas para atender una demanda local. Fue efectivamente el alumbrado público la primera demanda que se atendió con la energía eléctrica, sustituyendo a las lámparas de gas que se habían instalado a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y que se había extendido a algunos comerciantes, que también contrataron esos servicios para iluminar las tiendas y escaparates.
Contrato con Hidroeléctrica
En 1908, el Ayuntamiento de Valencia firmó un contrato de servicio de alumbrado público eléctrico por un periodo de treinta años con Hidroeléctrica Española, aunque esta exclusividad no se hizo extensiva a la distribución de electricidad. Pedro Ruiz-Castell explica que la Sociedad Valenciana de Electricidad entró en la competición de la iluminación urbana y doméstica a finales de 1882. El contrato firmado en 1908 ejemplifica cómo la opción eléctrica terminaría por consolidarse frente al gas. Con el tiempo, se unieron al mercado local de distribución de electricidad para lograr captar a sus principales clientes industriales otras compañías como José Ortega Paredes (1902), Electro-Hidráulica del Turia (1905) o Electra Valenciana (1910) -la distribuidora que utilizó Hidroeléctrica Española (1907) para materializar el contrato de alumbrado de Valencia ciudad-.
Rosa Jordá, en su libro 'La industria en el desarrollo del área metropolitana de Valencia', explica cómo durante los últimos decenios del siglo XIX y primeros años del XX la casi totalidad de la energía producida, en su mayoría en centrales térmicas en España se destinaba al alumbrado. «Solo un 10% se consumía con fines industriales y transporte tranviario. Fue en los años comprendidos entre las dos guerras mundiales cuando se inició la aplicación de la energía eléctrica a la industria, al sustituir a la tradicional de vapor».
Constituye además un periodo de gran expansión de la electricidad, donde el consumo crecía más deprisa que la producción, instalándose en Valencia numerosas centrales, como Electra Valenciana, pero de muy diversa índole. Por una parte, había instalaciones de pequeñas dimensiones que abastecían a un solo pueblo. Eran en su mayoría cooperativas eléctricas que habían nacido de la mano de emprendedores locales que, ávidos de que el progreso que había aterrizado en la capital llegara también a otras poblaciones limítrofes, reunían un capital e invertían en modestas instalaciones eléctricas. Y por otra en la ciudad de Valencia iban apareciendo grandes empresas de capital no valenciano, controlados por grupos financieros españoles y extranjeros.
Después de la Primera Guerra Mundial, el informe de los inspectores del Instituto de Reformas Sociales de 1919 decía: «Descontadas las que en la capital producen fuerza y luz, hay un gran número en la provincia, en su mayor parte no tienen más fuerza que para el alumbrado de uno o más poblados próximos».
Las grandes inversiones de capital que requerían estas sociedades implicaron un proceso de concentración de empresas así como la alianza con los grandes bancos que respaldaron sus necesidades financieras. Efectivamente, en 1907 la Electra Valenciana pasaría a ser filial de Hidroeléctrica Española realizándose el primer transporte de electricidad registrado en el mundo para abastecer a Madrid y Valencia desde el Júcar. Las nuevas centrales hidroeléctricas de los ríos de la cuenca del río permitieron generar energía barata. En los años veinte se generaliza un proceso de fusión de sociedades y las pequeñas instalaciones son absorbidas por las grandes explotaciones eléctricas, que progresivamente irán ocupando áreas mayores de mercado hasta llegar a su control. En 1930 la inmensa mayoría de las centrales eléctricas valencianas eran filiales de Hidroeléctrica Española o del grupo belga 'Sofina'.
El río Júcar
En el libro 'Un siglo de luz, historia empresarial de Iberdrola', publicado con motivo del centenario de aquella llegada de energía eléctrica desde el Júcar a Madrid y Valencia, explica los inicios de la empresa Hidroeléctrica Española, que decidió aprovechar los saltos del río Júcar para la producción y distribución de electricidad a las dos capitales. Y el primer objetivo fue la construcción del salto del Molinar, distante ochenta kilómetros de Valencia. La consecución de la obra ocupó algo más de dos años y en dicho periodo se decidió ampliar las instalaciones, ya que tenía que dar servicio además a Murcia y Cartagena, con estaciones intermedias en Alcoi, Alicante y otros centros de consumo.
Pero a pesar de decidir sobre la marcha la ampliación de las instalaciones quedó claro que la demanda de energía eléctrica crecía de una forma espectacular y había que proyectar nuevas centrales. En 1913 comenzaron las obras de construcción de la hidroeléctrica de Villora, en el río Cabriel, afluente del Júcar. Un año más tarde ya estaba en funcionamiento.
En Valencia ciudad, después de que Hidroeléctrica Española hubiera firmado en 1908 el contrato de alumbrado público eléctrico, se estableció una red subterránea de distribución y tres líneas aéreas, dos para el servicio de tranvías de Torrent y Catarroja y otra para el de la Sociedad Sierra Menera de Sagunto. También se puso en marcha una red de corriente continua para el alumbrado público, independientemente de la secundaria para el consumo privado.
El consumo de energía eléctrica crecía de una forma vertiginosa. Conforme avanzaba el siglo XX las necesidades iban incrementándose y a pesar del paréntesis que supuso la Guerra Civil, así como en otros sectores la recuperación no fue tan rápida, sí lo fue en la demanda de electricidad, lo que obligó a Hidroeléctrica Española a planificar nuevas centrales hidroeléctricas y la central nuclear de Cofrentes, además de centrales térmicas y nuevas formas más sostenibles de generar energía, como la llegada de la energía eólica o la 'fotovoltaica.
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