VICENTE LLADRÓ
Viernes, 30 de octubre 2015, 23:52
La agricultura valenciana logró cotas de tanto prestigio y esplendor que muchos siguen cantando hoy en día sus pretendidas excelencias, pese a que fueron relumbrones que pasaron. Sin embargo hay quien prefiere quedar absorto en los grandes brillos que se extinguieron, al igual que otros pueden empeñarse justo en lo contrario, en desdeñar lo que hubo, y, más todavía, subestimar lo mucho que queda.
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Valencia fue la gran despensa de frutas y hortalizas de primor para el resto de España y buena parte de Europa y es evidente que dejó de serlo en exclusiva, porque diversas producciones se trasladaron y extendieron en otras partes. Pero también es verdad que donde hubo siempre queda, y que el carácter pionero que marcó el desarrollo de un sector agrario pujante, innovador y siempre atento al mercado, se mantiene en buena medida hoy en día, plasmado en un liderazgo citrícola incuestionable y en una permanente búsqueda de cultivos alternativos que puedan llenar los huecos de otros que dejaron de ser rentables aquí.
Hoy en día, cuando los supermercados venden tomates o pimientos todo el año y nunca quedan desabastecidos de naranjas y de todo tipo de frutas que llegan del mundo entero, cuesta entender que hubo un tiempo, y hasta hace poco, en que esto era impensable. En invierno había tomate de colgar, hasta donde llegaba la pequeña oferta existente, y de conserva. De pimientos y berenjenas en fresco, nada de nada fuera de la temporada normal. Y naranjas, las que alargaban la temporada a base mantenerlas de cámaras frigoríficas.
No había más posibilidad de abastecimiento que las que daban las zonas tradicionales de cultivo de cada tipo de género y en las temporadas habituales, determinadas por el clima. Y en esto, las huertas de la actual Comunitat Valenciana, antes Reino de Valencia, y no solo la más famosa Huerta alrededor de la capital, fueron destacadas suministradoras de frutas y hortalizas de primor que llegaban a todas partes.
Hasta principios de los años setenta del pasado siglo, en cualquier pueblo de la Huerta, La Ribera, La Safor o La Plana de Castellón era típica la estampa cotidiana de camiones con matrículas de ciudades de Andalucía, Castilla, Madrid, Bilbao, Zaragoza... cargando todo tipo de producciones recién recolectadas. En muchos pueblos había varios almacenistas pequeños que recogían las cosechas de los agricultores y las envasaban en cajas, sacos, cestas...
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Durante las sucesivas campañas, los productores llevaban a estos almacenes lo que iban recogiendo en sus campos cada día, o cada semana, cuyo suministro ya tenían apalabrado con el correspondiente comerciante. Les llevaban alcachofas, lechugas, coles de distintos tipos, cebollas y patatas; sandías y melones en verano, como pimientos, tomates, berenjenas, pepinos, calabacines... Grupos de mujeres de la localidad acudían a renglón seguido para seleccionar y confeccionar cada artículo y después se presentaban los camiones de Toledo, Jaén, Albacete, Burgos, Valladolid..., que recogían unas mercancías en un almacén e iban completando la carga en otros, hasta alcanzar los pedidos que tenían o lo que creían que podrían vender con mejores resultados en los mercados de abastos de sus ciudades.
Aquella imagen de cargas mezcladas era lo que hoy, más a lo grande y con todo más sofisticado, se conoce como 'groupage'. Pero en aquel entonces era todo mucho más doméstico, propio de una época más modesta.
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Cualquier agricultor de las huertas valencianas, delimitadas por las planas aluviales junto a los ríos (Turia, Júcar, Segura, Palancia, Mijares...), podía tener la certeza de que vendería con normalidad lo que plantara y obtendría unos ingresos que le permitirían seguir adelante y mantener a la familia. Era cuando un labrador podía vivir con diez o quince hanegadas de huerta (una hectárea o poco más) trabajada con mucha intensidad, a base de esfuerzo y conocimiento para sacar tres cosechas al año, y existía también el convencimiento de que no se quedaría una naranja en el campo. Podría venderse la fruta a tal precio, o quizás algo menos si se había quedado pequeña o estaba afeada por el pedrisco, pero se acabaría vendiendo, y se consideraba que una casa ya podía pasar bien el año con no más de dos hectáreas de cítricos, porque apenas había en el resto de España y la oferta exterior de otros países del Mediterráneo no cubría toda la demanda de Europa.
Sí, Valencia era en general la gran despensa. Sobre todo de lo que no podía darse en el resto de España y de buena parte de Europa. Era, por ejemplo, la gran productora de arroz, que se cultivaba no sólo alrededor de la Albufera y el marjal de Pego-Oliva, como hoy, sino que llegaba a la Ribera Alta y había plantaciones en todas los marjales costeras, como Massamagrell, El Puig, Sagunto, Almenara...
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Tierra adentro no había disponibilidad de agua para regar, o el clima no permitía mucha diversidad, pero florecían los almendros, el olivar y los viñedos, que empezaron a extenderse en zonas como Utiel-Requena cuando, a finales del siglo XIX y principios del XX, la filoxera arrasó los de otras zonas y países. La vid desapareció de Sagunto y el valle del Palancia, como de Benicarló y de otras muchas áreas. Su sitio fue ocupado por naranjos, frutales y hortalizas, porque la exportación tiraba de la demanda. La disponibilidad de moderna maquinaria para extraer agua del subsuelo permitió que las plantaciones de cítricos y otros frutales rebasaran las zonas clásicas con riego de río para encaramarse por secanos y faldas montañosas. Las limitadas norias dieron paso a máquinas de vapor y después a motores de gasoil y eléctricos. Las perforadoras excavaron pozos más profundos y de mayor caudal y el agua permitió regar lo que antes era impensable.
En los años treinta ya se llegó a exportar un millón de toneladas de cítricos, algo sorprendente desde la perspectiva actual, dada la limitación de medios de la época. Un dato que habla por sí solo del gran empuje de la economía agraria valenciana, volcada siempre al exterior, y que choca bastante cuando hoy se habla tanto de la conveniencia de internacionalizarse y buscar nuevos mercados. Nada nuevo para quienes iniciaron sorprendentes relaciones comerciales yéndose a buscar compradores al extranjero con poco dinero en el bolsillo y sin saber idiomas.
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Fueron los grandes pioneros que hicieron de Valencia la gran despensa, quienes enseñaron el camino que siguieron otros muchos, extendiendo por los campos valencianos capacidades de crear riqueza que llegan hasta hoy, cuando la naranja sigue siendo líder indiscutible en exportación para fresco, si bien otras producciones hortícolas y fruteras se han ido desplazado, mientras muchos siguen peleando por desasirse de la crisis eterna con otras producciones que puedan abrir nuevas oportunidades.
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