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Tierra vertebrada por acequias y alquerías: la huerta primigenia

Tierra vertebrada por acequias y alquerías: la huerta primigenia

El paisaje ha ido cambiando a lo largo de los siglos con cultivos que han pasado del cáñamo, cereal y el vino a alimentos americanos como la patata y el maíz, hasta el arroz y la naranja

BEATRIZ LLEDÓ

Viernes, 30 de octubre 2015, 23:52

La huerta de Valencia tiene más de 1.200 años de existencia. Fueron los campesinos musulmanes quienes diseñaron este espacio alrededor de Valencia, al construir los primeros sistemas hidráulicos y levantar alquerías andalusíes y reales para vivir en ellos. Un paisaje de más de 12 siglos regado por influencias árabes, cristianas, monarquías absolutas de la Edad Moderna, la revolución burguesa del XIX y el capitalismo del XX. Unas tierras que han visto florecer y morir cultivos como el cáñamo y la morera y que hoy, tras el proceso de urbanización de las últimas décadas, tratan de rebrotar.

Los orígenes de esta estructura agrícola se remontan al siglo VIII con la llegada de los grupos clánicos islámicos, quienes fundaron las primeras acequias andalusíes y construyeron los espacios hidráulicos. Sin estos sistemas de riego iniciados en los azudes del Turia, acequias madre y brazos para el regadío de las alquerías, reales y rafales, no se entiende la huerta. Son elementos prácticamente intrínsecos.

Tomando como referencia el 'Llibre del Repartiment' se calcula que en 1238 había algo más de 200 núcleos de población en la huerta de Valencia antes de la conquista de Jaume I, con una densidad mayor en las zonas más próximas a la muralla. Todo ello acompañado de una red de caminos que vertebraba el campo y la ciudad, un tándem que siempre ha estado presente.

«Los musulmanes trajeron una dieta de tipo monzónico, con productos vegetales y animales típicos propios de zonas de lluvias, con ciclos de verano en buena parte de ellos y que no se podían almacenar. Para adaptarlos al clima mediterráneo se hizo necesario el regadío», explica Vicente Sales, presidente de la Fundació Assut. Se comenzaron a cultivar nuevos cereales, hortalizas y frutas que poco tenían que ver con la agricultura característica mediterránea de trigo, viña y olivos.

El asentamiento de los musulmanes en Sharq Al-Andalus cambió el paisaje rural hacia una huerta vertebrada por acequias. El espacio agrícola de origen medieval estaba regado por las acequias regidas por el Tribunal de las Aguas más la Acequia Real de Moncada

«Fue la construcción de una parte importante de la huerta que hoy conocemos. Con una característica clave: el reparto proporcional y equitativo del agua entre los usuarios, un reparto coherente de los espacios de residencia y de trabajo», describe el profesor de la Universitat de València Enric Guinot en su artículo 'Agrosistemas del mundo andalusí: criterios de construcción de los paisajes irrigados'.

«La red de acequias destaca como uno de los elementos más visibles e influyentes de la Huerta de Valencia. Con algunos precedentes de la época romana, fue en el siglo X cuando comenzó a levantarse el entramado de lo que sería, con el tiempo, el sistema de regadíos de esta área», apunta el profesor Salvador Calatayud en su artículo 'La ciudad y la huerta'.

¿Cómo eran estos espacios hidráulicos diseñados por los árabes? Cada uno estaba dotado de un punto de captación, en este caso el azud del río Turia, de un canal de circulación (la acequia madre) y de muchos canales secundarios y regadoras que llevan el agua a las parcelas (brazos, filas, 'rolls'...) La red se adaptaba a las irregularidades del terreno. Junto a ello aún quedaban zonas de secano, otras con usos agrícolas y algunas despobladas. En total, ocho sistemas hidráulicos (Rovella, Favara, Mislata, Quart-Benàger-Faitanar, Tormos, Rascanya, Mislata y Montcada) más los francos y marjales.

Era un modelo abierto de circulación del agua que contrasta con el de los últimos siglos, en los que «como consecuencia de la presión sobre la tierra en estas huertas del ámbito valenciano, se generalizó un control muy estricto del agua cerrándose con compuertas y candados y sometida su infracción a severas multas», recoge Guinot.

La primera muestra de arquitectura hidráulica andalusí en la huerta es un molino de época califal (arrasado por una riada del Turia en el siglo X) situado en la actual calle Salvador Giner de Valencia. La parte que ha pervivido está formada por piedras reutilizadas de edificios romanos de Valencia.

Con la conquista de Valencia por parte de Jaume I en 1238 se avecinaban muchos cambios aunque algo iba a perdurar en el tiempo: el sistema de regadíos. En primer lugar, la victoria cristiana implicó la expulsión de los pobladores musulmanes de la huerta y el reparto de alquerías. Con la nueva sociedad feudal surgieron las grandes explotaciones de la nobleza y burguesía así como pequeñas propiedades en manos de arrendatarios. Muchos ocuparon alquerías pero otros se establecieron en pueblos más grandes quedando gran parte de estas abandonadas. También hubo cambios en la gestión del agua.

«La nueva ideología feudal quería obtener las máximas rentas posibles. Para ello se puso todo el territorio posible en cultivo, se expandieron las redes de riego y se hizo un reparto de tierras que generó una estructura parcelaria que se sobrepuso a la islámica», apunta Sales.

La densidad de población en la huerta bajo-medieval fue baja y tuvo poco que ver con la explosión demográfica entre los siglos XVIII y XIX con un crecimiento de alquerías populares y barracas. En 1379 Benimaclet constaba de 56 casas. En 1575 Tavernes Blanques tenía 5 casas; Xirivella 26, y Benimaclet, 17, tal y como enumera Guinot en su artículo 'El paisaje de la huerta de Valencia. Elementos de interpretación de su morfología espacial de origen medieval'.

En cuanto a los cultivos, esta época se caracterizó por los cereales, sobre todo trigo y centeno, y viña, en Benimaclet, Alboraya, entre Benicalap y Burjassot, Patraix... Las hortalizas y los frutales ocupaban parcelas reducidas y márgenes. Y es que en aquella época «el pan, vino y aceite eran los alimentos básicos», apunta Sales. A partir del XVI se introdujeron las moreras.

Aunque hubo muchos cambios también permanecieron varios aspectos. Uno es el de las comunicaciones, con caminos ya de raíces andalusíes, como el 'camí de Silla' o los de la mar de tantos pueblos de la huerta de la acequia de Moncada desde Meliana hasta Puçol. También perduró la morfología de sus sistemas hidráulicos ya que la red de regadío era la base de la riqueza agrícola a repartir.

El guano americano

La Revolución Industrial permitió un mayor intercambio comercial y la importación de guano a partir de la segunda mitad del XIX resulta clave. «El guano americano supuso una auténtica revolución verde porque con él acaba una dependencia de materia orgánica, se deja de cultivar para animales y esas tierras se ganan para otros cultivos», explica Sales.

Poco a poco se fueron plantando nuevos productos, como los tomates, pimientos, maíz y patatas llegados de América, a los que se fueron sumando (ya hasta fechas más recientes): las alcachofas, las zanahorias, las lechugas, los melones o las habas. «A finales del XIX el abandono el cáñamo, antes omnipresente en la huerta, el retroceso del cereal y el auge de las hortalizas iban a definir la imagen que, durante el siglo XX, ha tenido esta zona», describe Calatayud. También en esa época llegaron los primeros motores de vapor. En el primer tercio del siglo XX aparecieron nuevas fuentes de suministro de agua como pozos y motores así como la construcción de pantanos y grandes infraestructuras como el Plan Sur. Se fue imponiendo un policultivo de verduras y hortalizas y a partir de la década de 1950 hubo una generalización del naranjo desde la acequia Moncada a Burjassot y Puçol.

Pero el retroceso de la superficie cultivada ya estaba en marcha. Si a mediados del siglo XIX se contabilizaron 11.350 hectáreas de regadío entre las siete acequias del Tribunal de las Aguas y la de Moncada, a finales del siglo pasado este espacio había descendido hasta las 7.400. La huerta tradicional fue perdiendo terreno por la construcción de grandes infraestructuras como el nuevo cauce del río en los sesenta y las carreteras así como por la expansión urbanística. Las expectativas de la construcción, la baja rentabilidad de la agricultura y la desvalorización social del trabajo del agricultor han sido los principales causantes de este abandono. El objetivo es frenar la degradación de este paisaje urbano milenario, uno de los últimos seis espacios de huerta mediterránea metropolitana que perviven en Europa.

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