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LUIS LÓPEZ
Jueves, 3 de diciembre 2015, 20:28
Asumámoslo: nadie en el mundo nos conoce tan bien como nuestro banco. Él, naturalmente, sabe cuánto ganamos, dónde vivimos, lo que pagamos de hipoteca o alquiler, de luz y de agua, y lo que nos queda a fin de mes. Pero eso es lo de menos. Porque el rastro que dejan nuestras tarjetas de crédito y las domiciliaciones bancarias es en realidad lo que nos define casi tan bien como nuestro ADN: revela cuándo cenamos fuera, si preferimos comida italiana o japonesa, si usamos transporte público o privado, si somos adictos a la tecnología o a los deportes. También deja constancia de si vamos más al cine o al teatro, de dónde viajamos y cada cuánto, de si compramos en el hipermercado una vez al mes o cada día en las tiendas del barrio.
Las entidades financieras, en fin, saben qué hacemos, cuándo y con qué frecuencia. Incluso podrían anticiparse a nuestros movimientos.
Y en eso están. En este momento, en el que muchos definen la información como el petróleo del siglo XXI, el reto de los bancos es rentabilizar esos inmensos océanos de datos. Procesarlos, ordenarlos y usarlos para transformarlos en dinero. Es lo que hace el big data: diseñar batidoras donde introducir la ingente cantidad de información que se maneja para extraer conclusiones. Para ofrecernos, por ejemplo, un seguro de viaje personalizado antes incluso de que saquemos el billete de avión; o un teléfono móvil porque ya nos toca cambiar de terminal. Las aplicaciones son infinitas.
El proceso es lógico, tarde o temprano tenía que llegar, pero lo está acelerando la situación tan delicada que vive el sector. Los tipos de interés están bajo mínimos (el euríbor se sitúa por debajo del 0,1%, cuando en 2008 superaba el 5%) y eso reduce los márgenes de la banca, que en buena medida mantiene beneficios a costa reducir provisiones.
Además, no parece que esto vaya a ser compensado con un aumento en el volumen de créditos. Al contrario, el saldo vivo de las entidades sigue cayendo y aunque se estabilizase, nunca volverá a ser lo que era. Hace seis años el sistema financiero español manejaba un volumen de créditos a empresas y particulares de 1,8 billones de euros, que el pasado mes de agosto se había encogido hasta los 1,3, y sigue contrayéndose.
A todo esto hay que añadir que el supervisor, el BCE, ata en corto a las entidades porque no quiere otra crisis financiera que haga temblar los cimientos del sistema. Así que exige solvencia, sí, pero también rentabilidad. Y en este apartado los ratios de los bancos españoles raramente se acercan al 10% deseado por la Autoridad Bancaria Europea.
Maniobras defensivas
En definitiva, que hay menos negocio y es necesario buscar alternativas. Las entidades están trabajando en dos frentes. De un lado, tratan de proteger su negocio tradicional frente a la irrupción de otros agentes (gigantes tecnológicos como Google, PayPal o Amazon que se internan en el mundo financiero), y para ello necesitan potenciar el mundo digital; tomar medidas para no quedarse como meros receptores de unas operaciones que escapan de su control. De otro lado, buscan nuevas vías de ingresos más allá de su actividad histórica de tomar dinero y prestarlo. Aquí entra en juego esa riqueza en bruto, la información que tienen sobre millones de personas y que, procesada y explotada adecuadamente, tiene un valor incalculable.
"La banca es un gran generador de datos debido a su red de cajeros, oficinas, banca online, tarjetas, domiciliaciones...", constata Antonio Torrado, responsable para España y Portugal de los servicios de Analytics y Data Management de la multinacional HP. Así que no es extraño que el sector "esté liderando las iniciativas en lo relativo a big data en los países de Occidente". Si la banca tradicional se limitaba a ofrecernos una hipoteca cuando comprábamos piso, "la del futuro te dirá: Ahora que te has comprado casa, ¿en qué te puedo ayudar?", ilustra Marcelo Soria-Rodríguez, de BBVA Data&Analytics.
Se trata de ofrecer todo tipo de productos. Lógicamente, la información que tiene el banco sobre todos nosotros no puede ser compartida con terceros, eso sería ilegal. Pero la entidad sí puede operar como canal de comunicación, como intermediario. "Tenemos un proyecto piloto que explota esta posibilidad: ofrecer a algunos partners crear ofertas personalizadas", explica Soria-Rodríguez. No estamos hablando de las tiendas online de los bancos que se limitan a vender una serie de productos a sus clientes, sino de identificar necesidades o deseos y poner en contacto esa demanda concreta con una oferta particularizada.
La siguiente derivada será combinar la información que manejan con la que se encuentra en Facebook, Twitter... El problema es que aquí "hay una zona gris de legalidad". Que una información esté abierta en la red no significa que pueda ser utilizada para cualquier propósito.
Todo esto recuerda mucho al Gran Hermano, que antes de ser un programa de la tele era el poder que todo lo veía en la novela 1984, de George Orwell. Pero los expertos llaman a la calma. "En los bancos existe mucha concienciación en el uso de los datos para que todo sea muy pulcro", asegura Torrado. De hecho, no sólo buscan cobertura legal, sino también ética. Y la reputación, la imagen, es un activo fundamental para la banca. Incluso más que la información.
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