CARLOS BONELL
Lunes, 23 de mayo 2022, 00:31
valenciA. En la segunda quincena de mayo de 1872 fue tan cuantiosa la afluencia capullos de seda en los mercados comarcales de la provincia de Valencia que se generó una instantánea sensación comercial de sobreabundancia, lo que motivó señalados descensos de precios.
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El 21 de aquel mes advirtió LAS PROVINCIAS que la aparente saturación de la oferta había sido una impresión momentánea, por lo que, superadas las primeras jornadas de «aglomeración», las cosas habían vuelto a cierta normalidad, en la que se acusaba más bien una paulatina disminución de la cosecha, lo que venía marcado por las plagas que aquejaban a la producción de gusanos de seda y una tendencia a dejar de lado dicho cultivo, arrancar las plantaciones de morera y poner en su lugar viñedos, hortalizas e incluso cítricos, ya que iban aumentado las ventas de naranjas y se iniciaban tímidamente aventuras exportadoras a otras regiones de España y hasta a Francia e Inglaterra.
La oferta de capullos en los principales mercados de origen, como Alcira, Carcagente, Játiva o Gandía, alcanzaba la suma de 2.700 arrobas. De allí se trasladaba la materia prima a las fábricas y talleres de hilaturas, principalmente centradas en Valencia, para proceder con rapidez a su procesamiento.
Hoy nos parece todo aquello como de otro lugar, pero el cultivo y la industria de la seda tuvo gran importancia en toda Valencia, como en otros sitios de España. Había plantaciones de moreras y en alquerías y casas de los pueblos abundaban los cañizos en los que se criaban los gusanos, que, como es sabido, se alimentan precisamente de hojas de morera en exclusiva.
Las cotizaciones rondaban los 80-85 céntimos de peseta por arroba (12,78 kilos) y a los pocos días se notaron subidas, puesto que la oferta bajó a 1.500 arrobas diarias de capullos. Los industriales habían calculado más cantidad de la disponible.
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En la aglomeración inicial de la oferta influía sobre todo la prisa para que los capullos no se estropearan antes de forzar la interrupción de la metamorfosis del insecto. Los diminutos huevos eclosionan al inicio de la primavera, coincidiendo con la brotación de la morera cuyas hojas alimentarán a los gusanos. Estos, tras crecer durante mes y medio, se encierran en capullos que confeccionan con 1.500 metros de hilo cada uno. El gusano se convierte en ninfa o crisálida y en dos o tres semanas pasará a mariposa y saldrá del capullo haciendo un boquete. Eso se evita matando la ninfa en agua caliente para poder aprovechar el hilo entero.
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