V. LLADRÓ
Lunes, 20 de octubre 2014, 00:15
El año pasado por estas fechas, en los almacenes de la cooperativa agrícola de Alginet sólo trabajaban unas 25 personas cada jornada. En cambio, hoy son casi 250 en dos turnos. Un cambio radical del que se siente muy orgullosos los responsables de la entidad.
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Según han explicado el director de la cooperativa, Antonio Martínez, y el director comercial, Eliseo Guerrero, la clave de tan sensible diferencia está en que el año pasado se vieron obligados a vender gran parte de la cosecha de caquis de los socios a otras firmas comerciales, sin trabajarlos con marcas propias, directamente del campo, «porque necesitábamos con urgencia recaudar dinero para poder atender los pagos más inmediatos».
Ahora, en cambio, ya pueden respirar y no venden nada sin seleccionar y envasar, sino que comercializan por entero con sus propias marcas y ofreciendo todo el empleo posible a la población local. Los socios y sus familiares directos tienen preferencia, después el resto de empadronados en Alginet, y si aún hace falta más gente, siempre por orden de antigüedad laboral, se recurre a personal de fuera.
Coagri está levantando cabeza, está en fase segura de saneamiento, con un calendario crediticio «que no nos ahoga y cubrimos sin problemas», por lo que ya piensan en reemprender las obras del nuevo almacén, interrumpidas años atrás por culpa de la crisis inmobiliaria, que les golpeó en el momento decisivo. El planeado traslado a unas instalaciones cómodas y con los últimos adelantos en maquinaria y automatización se interrumpió al frustrarse la venta de los viejos almacenes en el último momento.
Por lo que cuentan de aquello, fue casi de novela. De novela negra para los intereses de la localidad y de los socios de la cooperativa. Había una inmobiliaria muy interesada en comprar los terrenos del viejo edificio para construir viviendas. Se llegó a un acuerdo. La venta del céntrico solar aportaría varios miles de millones de pesetas. Bastante para financiar la construcción y equipamiento del nuevo almacén, situado en el polígono industrial, eliminar deudas y contar con capital circulante para afrontar con solidez la nueva etapa.
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Sin embargo todo se vino abajo de repente. Quedaba un pequeño fleco, apenas aclarar la propiedad de una mínima parte de todo el terreno en venta. Los abogados recomendaron esperar un poco, pero en ese intervalo quebró Lehman Brothers y las piezas fueron cayendo súbitamente para definir una crisis global que alcanzó a casi todos. A Coagri, de lleno. De la inmobiliaria que iba a comprar, nunca más se supo. Algunos lamentan la falta de decisión para haber cerrado el trato con lo que ya estaba claro, que era suficiente, sobre todo por lo visto a posteriori.
Hubo que paralizar las obras de los almacenes y la ilusión de pisar fuerte, para resignarse a afrontar compromisos adquiridos como fuera y resistir con las viejas instalaciones, aunque ello implica invertir cada año en remozar lo que tenía que haber sido nuevo a estrenar.
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A raíz de aquello, Coagri pasó apuros y llegó a perder socios. En esa fase contribuyeron maliciosamente rumores y habladurías, muchas exageradas, infundadas o claramente interesadas. Sin embargo, en estos momentos afronta las perspectivas con renovados ánimos y unas cifras que mueven al optimismo.
La facturación de la temporada pasada, que fue de 18 millones de euros, se va a duplicar en la actual, con unos de 36. Han entrado nuevos socios, algunos con producciones relevantes, y vuelven parte de los que salieron. La empresa cuenta con 1.900 socios, entre los que predomina el minifundio, con una superficie media de media hectárea.
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El caqui se ha convertido en pocos años en su producción más relevante, como ocurre en casi toda La Ribera y otras zonas. Coagri tiene más de 12 millones de kilos, cuando las plantaciones pequeñas sean adultas pasarán de 20 y es previsible que se llegue a más, porque no se para de plantar.
Paco Espert, responsable de campo, concreta que se están sustituyendo sistemáticamente los campos que fueron de frutales (de 12 millones de kilos queda 1), de hortalizas (ya no son relevantes) y cítricos (de 40 millones se ha bajado a 8). La sustitución se ve animada, lógicamente, porque el caqui tiene buen precio, y Paco remarca que se paga bien el caqui de calidad «como el nuestro, lo que demuestra que el minifundismo es viable si hay producto y profesionalidad, como la de aquí, para ser capaces de dar la calidad que se paga. Es una rueda».
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