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Vicente Lladró
Miércoles, 29 de junio 2016, 18:30
La Comisión Europea ha actuado 'in extremis' y ha prorrogado durante 18 meses la autorización para seguir usando el herbicida glifosato, el más económico y también el más utilizado en agricultura. De no haberse producido tal decisión extraordinaria, al glifosato le quedaba tan solo un día de permiso en la UE, y una vez cumplido el plazo, el 1 de julio se habría iniciado un periodo de seis meses para quedar totalmente fuera de la circulación.
Hay que tener presente que en el caso del campo valenciano es una herramienta fundamental de cultivo para el control de las malas hierbas en cítricos y demás frutales, olivar, vid y otras producciones arbóreas.
La prórroga de año y medio que ha aprobado Bruselas, hasta final de 2017, se ha adoptado tras los sucesivos fracasos en las votaciones anteriores de los Estados miembros. El ejecutivo de Bruselas ha destacado los fracasos de los países para asumir su responsabilidad y ha señalado que ha tenido que actuar para evitar graves problemas entre los agricultores. En todo caso, el periodo de gracia concedido de año y medio es el plazo que se considera mínimamente adecuado para poder contar con un informe definitivo sobre el glifosato por parte de la Agencia Europea de Sustancias Químicas, organismo que tendrá que arbitrar entre los que han asegurado hasta ahora que dicho herbicida es poterncialmente cancerígeno y los que garantizan que no lo es.
Según matiza la comisión, la opinión de dicha Agencia Europea de Sustancias Químicas se tendrá especialmente en cuenta a la hora de decidir los siguientes pasos a dar, que podrían fluctuar desde una autorización a una prohibición completas, pasando por escalones intermedios que significaran permisos para unos cultivos y otros no, o modos de usos y formulaciones concretas, o, lo que parece más probable, restringir su utilización en ámbitos urbanos y de infraestructuras (eliminar malezas de carreteras y vías férreas) para dejar el producto circunscrito al uso agrario y posiblemente no de forma general.
Una de las utilizaciones más controvertidas es la relacionada con cultivos transgénicos, cuyas modificaciones implican resistencias a este herbicida. Su funcionamiento en este caso es el siguiente: se siembra semilla transgénica y se fumiga con glifosato para eliminar las malas hierbas, pero el producto no daña en este caso a las plantas cultivadas, pese a contactar con ellas. También se recomienda agronómicamente su uso en el cultivo de cereales y leguminosas con el procedimiento de siembra directa, sin labrar previamente el terreno.
Entre las propuestas de Bruselas para limitar más adelante posibles usos del glifosato se incluye la prohibición del coformulante (principio no activo en pesticidas) PAO-taloamina (algún fabricante ya se ha adelantado a ofrecer este herbicida sin dicho coadyuvante), minimizar el uso de la sustancia en parques públicos, terrenos de recreo de niños y jardines, y reforzar el seguimiento del empleo de glifosato antes cosechar, aumentando los plazos de seguridad desde la última aplicación en un cultivo.
La Comisión ha lamentado la incapacidad de los Estados miembros de llegar a un acuerdo y la postura de algunos de ellos que ni siquiera quisieron escuahar las propuestas del Ejecutivo europeo. La posición de España siempre ha sido la de defender la continuidad del producto, en consonancia con lo que reclaman los agricultores, y no solo los españoles, sino los de toda la UE, agrupados a través del organismo COPA-COGECA.
Discrepancias respecto al cáncer
Como era de esperar, Greenpeace, que capitanea las campañas ecologistas contra el glifosato, ha lamentado la decisión de Bruselas y apela a las alertas de la Organización Mundial de la Salud, que incluyó al producto en un listado como cancerígeno. Sin embargo, otras organziaciones internacionales, como la FAO y la EFSA, lo desmintieron, y de esas discrepancias nace la controversia actual, con la decisión arbitral de la UE de que sea la Agencia de Sustancias Químicas la que diga la última palabra.
Pese a la opinión negativa de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que lo incluyó en su lista de posibles cancerígenos, el pasado noviembre la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) concluyó que no hay evidencias científicas del vínculo entre el glifosato y esa enfermedad.
Todos los intentos anteriores para renovar la autorización del glifosato se vieromn frustrados por la oposición o la abstención de algunos países comunitarios, condicionados por la fuerte presión ejercida por grupos ecologistas que han esgrimido dicho informe de la OMS y apelan a las supuestas alarmas entre la opinión pública.
De nada han valido posteriores informes de la EFSA (entidad europea de seguridad alimentaria) y de otros organismos internacionales que desmintieron tal concepto, ni tampoco los argumentos de científicos y de agricultores explicando que todos estamos rodeados de compuestos potencialmente peligrosos para la salud y que son de uso diario, incluso en los hogares (detergentes, pinturas, aseo personal, lejía, tejidos sintéticos, insecticidas domésticos, ordenadores, teléfonos móviles...), y sin embargo nadie los pone en duda, porque al final todo es cuestión de cómo se utilicen, de manera que en usos normales, como son los habituales, no hay mayor riesgo.
'Hijo' de Monsanto
El glifosato tiene de salida dos aspectos en contra: lo suelen presentar casi siempre ligado a la multinacional norteamericana Monsanto, que es la gran diana por antonomasia contra la que van los radicales ecologistas, por ser además una de las compañías líderes en transgénicos, y es un producto que desde hace años es genérico, tras concluir el periodo de patente exclusiva, y por tanto es barato.
Aparecer ligado a la Monsanto y a su marca Roundup ya supone una mala fama de partida ante gran parte de la opinión pública europea, pero esa relación de exclusividad fue al principio, hace más de treinta años, cuando dicha firma inventó el glifosato y lo lanzó mundialmente con el privilegio de ser su obtentor.
Por aquel entonces, un litro de Roundup costaba en España 3.000 pesetas, 18 euros al cambio. Con el tiempo transcurrido podría suponer hoy entre el doble y el triple en esfuerzo de gasto para el agricultor: como si valiera ahora 40 o 50 euros. Hoy, en cambio, el glifosato se vende bajo más de un centenar de marcas y cuesta entre 3,5 y 4,5 euros el litro, según sitios y tipos de envase, y un poco más si se trata de nuevas formulaciones del Roundup de Monsanto y de algún otro fabricante.
Alternativas mucho más caras
El resultar hoy tan económico es para muchos el motivo principal para que el glifosato haya estado a punto de desaparecer de la circulación y aún siga en tela de juicio. Los herbicidas alternativos son mucho más caros, del orden de cinco o seis veces como mínimo. Así que no es el mismo volumen de negocio vender a un precio u otro cuando la necesidad hará que se acabe gastando la misma cantidad de producto para poder controlar las malas hierbas de un cultivo. Y las ganancias tampoco son las mismas, claro.
Sin embargo no lo van a decir a las claras desde ninguna instancia. Mejor dejarlo caer por la fuerza de los hechos. Y si en l camino ayuda el oportunismo militante de grupos empeñados en demonizar al glifosato, mejor que mejor.
Una gran duda flota en el ambiente sobre todo esto: ¿Por qué se va únicamente contra el glifosato y no contra todos los herbicidas? ¿No resulta sospechosa tal postura? ¿Es que sólamente el glifosato podría ser cancerígeno y los demás no? Algunos representantes agrarios prefieren entender que estamos ante una estrategia ecologista calculada: primero contra éste y después contra otros. Puede, y hasta tendría sentido que se pidiera la eliminación de todos los herbicidas, puesto que todos tienen el mismo fin: matar las malas hierbas o evitar que nazcan, y desde ese punto de vista tendría sentido la oposición de lso contrarios. Lo que no tiene lógica es que se ataque a uno, el más barato y genérico, y se pase olímpicamente de los demás, como si no existieran. ¿Por qué?
Ni una sola moción presentada en ayuntamientos, diputaciones y otras corporaciones y entidades contra el glifosato, pidiendo su retirada y prohibición de uso, habla de los herbicidas en plural. Siempre en singular, como si no existiera otra cosa para matar maleza que el glifosato. Todos los escritos parecen además estar redactados por las mismas personas, puesto que se repiten párrafos y conceptos. Incluso se llega a hablar de la soja transgénica, cuando en España no se cultiva nada de soja, ni de la normal, mucho menos de la transgénica.
Posibles intereses comerciales
En ningún artículo, presentación o ponencia contra el glifosato se habla de otras materias herbicidas, sólo de ésta. ¿No resulta llamativa tanta unanimidad? Es como si alguien hubiera logrado colar algún informe interesado en determinados círculos ciudadanos para que empezara a rodar en tal sentido. La dirección sería la que podría interesar a quienes preferirían que el mercado cambiara del glifosato barato a otros herbicidas más caros, pero sin forzar la marcha, que no se notara, que fuera todo sobrevenido. Luego se aprovecharía la inercia ecologista
El problema es que el glifosato se ha convertido en un producto genérico de primer orden. Es la base de muchos cultivos, una herramienta de competitividad agrícola indiscutible. Por tanto no puede estar a expensas de que tal o cual fabricante esté más o menos interesado en seguir formulándolo. Ocurre como con los medicamentos genéricos; puede que haya poco interés económico en fabricarlos, pero las autoridades sanitarias ejercen de tales para favorecer que sigan en el mercado productos económicos y de interés médico. En este caso, el glifosato es de gran interés agronómico, una herramienta vital para la competitividad del campo, insustituible en muchos cultivos, como bien saben, en nuestro caso, los agricultores valencianos.
Por eso la Comisión Europea ha tomado la decisión de prorrogar la autorización del glifosato, por lo menos 18 meses, para dar tiempo a contar con el informe definitivo de la Agencia Europea de Sustancias Químicas. Aun que cada vez hay mayores dudas sobre la verosimilitud de los informes que lo catalogan de cancerígeno, porque hay otros estudios que lo contradicen y porque, al fin y al cabo, todo lo que nos rodea puede ser tenido por tal, según qué, cómo, cuánto...
Bien curiosa ha sido, por otra parte, la actitud de muchos Estados europeos, que han evitado que se pudiera lograr una mayoría cualificada para prorrogar la autorización. Primero se planteó para 15 años, después se rebajó a 9, a 7... Ni con año y medio se aceptó, el plazo que ahora ha decidido la Comisión. Y lo más curioso es que la propia Alemania, que actuó de ponente al principio de este proceso, en favor del glifosato, varió después su postura para mantenerse en una calculada abstención, lo que ha hecho correr el rumor por Bruselas de que quizá de esta manera podría favorecer algo la operación de la germana Bayer para comprar la americana Monsanto, por la que ya ofertó tiempo atrás 55.200 millones de euros. Con el glifosato en entredicho podría valer menos, o como mínimo frenar las ansias de más. Encima, uno de los herbicidas alternativos y caros es de Bayer.
Últimos rumores indican que la Comisión Europea podría decretar de oficio el día 30 una prórroga de año y medio para el glifosato, para dar tiempo a que, entre tanto, la ECHA (Agencia Europea de Sustancias Químicas) concluya la investigación que está realizando sobre la seguridad que ofrece este herbicida, y en función de sus conclusiones se decidiría después.
Entre tanto, los agricultores están sobre ascuas, porque, si se eliminara el glifosato, los sobrecostes de producción se dispararían con el uso obligado de otros productos (potencialmente no menos tóxcicos), o habría que volver a la escarda mecánica y manual de antaño, algo prohibitivo y en la mayoría de las ocasiones incompatible con las instalaciones de riego a goteo que existen.
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