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Tres agricultores varean con cañas un algarrobo en Llíria para hacer caer las garrofas y cogerlas del suelo con malla. :: v. lladró

Algarrobos a la baja

Los agricultores se ven obligados a adelantar la recolección de la escasa cosecha por miedo a que se la quiten otros con total impunidad

VICENTE LLADRÓ

Domingo, 14 de agosto 2016, 23:46

El 'puente' del 15 de agosto solía marcar el arranque de la temporada de la algarroba en las comarcas del interior de la Comunitat Valenciana donde todavía quedan multitud de plantaciones. Pero ya no, los agricultores se ven obligados a adelantar las fechas de recolección por miedo a que otros les quiten la escasa cosecha con total impunidad.

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Este año empezó la tarea incluso cuando aún no había terminado el mes de julio y ni siquiera habían abierto todavía los almacenes que compran algarrobas. Daba igual, si los dueños de los campos no tienen otras cosas más urgentes que hacer, prefieren adelantar la tarea, aunque almacenen los frutos en cualquier parte y los vendan más adelante. Casi mejor, así se secarán más y puede que les suban algún céntimo por kilo.

Los bajos precios son otra de las constantes negativas en el mundillo garrofero. Pagan muy poco, ahora mismo del orden de entre 18 y 22 céntimos por kilo. Y en algunos lugares, donde revenden a terceros, todavía menos, entre 14 y 15 céntimos. Una miseria.

Para sacarse el jornal

Parecen cotizaciones calculadas estrictamente sobre la base de que el recolector de turno se pueda sacar un pequeño jornal y el gasto del combustible del vehículo. Calculen si no; con lo laborioso que es recoger las algarrobas del suelo, y ahora peor todavía, a base de varear las ramas para que caigan, una persona ya puede sentirse satisfecha si llega a coger doscientos o trescientos kilos en una jornada laboral. A los precios citados obtendrá 20, 30, 40... o un máximo de 60-70 euros. Pónganse en el lugar. ¿Vale la pena?

De ahí que esté cundiendo tanto el abandono de los campos de algarrobos y al mismo tiempo se esté instaurando un sistema de recolectores espontáneos y clandestinos que, en principio, acuden a recoger lo que ven que no se va a aprovechar y, de paso, también lo que aún tiene dueños que cuidan el cultivo pero aún no han podido acudir a llevarse lo suyo.

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Un agricultor verdaderamente escarmentado por haber sufrido decenas de robos de todo tipo de cosechas comentaba recientemente que por qué iban a pagarse mejores precios si, de todas formas, se sabe que la producción, mucha o poca, acabará encarrilándose a donde corresponde, bien la lleven sus legítimos propietarios o cualquier otra persona.

Antiguamente era costumbre generalizada que hasta que no llegaba finales de septiembre, o incluso primeros de octubre, nadie podía sentirse con cierto derecho a 'espigolar' los restos de algarrobas que habían quedado en los campos. Se daba por supuesto que en tales fechas, lo que quedaba por recoger era porque no lo querían aprovechar sus dueños. Es más, si quedaban algarrobas en el suelo, con las lluvias ya cercanas, se estropearían. Y en realidad lo que había era restos de frutos que finalmente caían de las ramas más altas, o de algarrobos situados en rincones o bancales menos accesibles y productivos, que ya ofrecían la avanzadilla de lo que comenzaba a abandonarse en secanos más alejados y menos productivos.

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De aquella costumbre de respeto, en la que cabía incluso que alguien pidiera permiso a un agricultor, o a descendientes del dueño conocido, para poder aprovechar algarrobas que se veían ya en trance de perderse, se ha derivado a una situación totalmente caótica en la que los amantes de lo ajeno atacan desde el principio, tratando de anticiparse a los legítimos dueños, lo que añade mayor inseguridad en un cultivo sin rentabilidad y deriva en mayor porcentaje de abandono que acaba alimentando la fuente del problema.

Y el caso es que desde todas partes se reproducen constantemente ideas y proyectos en favor de un cultivo que sigue enseñoreándose de muchas tierras en la Comunitat Valenciana, aunque cada año cueste más encontrar campos labrados y cuidados. Como no hay ingresos, se reduce el laboreo, casi ninguna parcela se poda ya como antaño, no se abona, y todo ello, unido a la grave sequía, reduce aún más la productividad, lo que hace cundir el desánimo y cierra un círculo vicioso muy negativo.

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Dudosa viabilidad

Una entidad financiera, preocupada en divulgar entre los agricultores posibles salidas de cultivos que mejoren sus opciones de viabilidad, llega a recomendar la plantación de algarrobos como posible alternativa de futuro. Aunque suene raro, no lo parece tanto sobre el papel. Si el precio de la algarroba descansa sobre la apreciada semilla (el garrofín) que sólo es el 8 o 10 por cien del peso total, si se lograse aprovechar la riqueza potencial del 90-92% de la pulpa restante, la revalorización sería segura. Y es bien sabido que el algarrobo, con riego a goteo, crece con mucha rapidez y entra en plena producción en pocos años. Nada de esperar décadas como antaño con la condena del duro secano.

Sin embargo, la realidad es bien tozuda. A una media de 20 céntimos por kilo no cabe esperar milagros. Y el anuncio de que la pulpa de la algarroba puede ser sustitutiva del cacao para elaborar chocolate queda muy bien, pero antes que nada tendría que confirmarse.

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Entre tanto, el triste panorama es el de un sector sumido en la precariedad por las circunstancias globales y también por las inacciones de quienes deberían mostrar más compromiso por el cultivo. No bastan, por ejemplo, los buenos augurios de las empresas garroferas agrupadas en la entidad EIG, han de 'mojarse' en serio. Y tampoco sirven las sobradas muestras de interés de las instituciones oficiales por proteger los algarrobos, lo que choca con los precios hundidos y la permisividad general ante los robos, lo que sólo lleva a mayor abandono.

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