Esto no va de patrioterismo fatuo, sino de calidad intrínseca de la fruta y de desidia colectiva. La mejor naranja del mundo es valenciana y estamos dejando que se pierda. Y no nos referimos a la naranja valenciana en general y en abstracto, que también ... podríamos hacerlo, centrándonos en el origen y las idóneas condiciones climatológicas y de cultivo en la Comunitat Valenciana, sino que hablamos de una variedad concreta, la Navelate, que nació por mutación espontánea en un árbol de Vinaroz, a mitad de los años cincuenta del pasado siglo, y, tras extenderse su cultivo por toda la geografía citrícola, desde hace unos años languidece; la producción no para de caer, porque los campos se arrancan y se reconvierten a otras variedades.
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Aunque parezca increíble, la variedad de naranja que tiene los mayores reconocimientos mundiales por sus cualidades organolépticas, porque aglutina las mejores condiciones de sabor y textura, se busca y se paga cada vez menos, y, víctima de políticas comerciales que priman ante todo el gran tamaño de los frutos, la perfección de la piel y la productividad a rabiar, se va sumergiendo en el ostracismo y corre grave riesgo de acabar desapareciendo pronto de la escena, para desgracia de todos, consumidores y agricultores.
Durante la segunda mitad del siglo pasado, la variedad 'premium' por excelencia en el mundo naranjero era la Navelate. En los años 70-80-90, cuando la naranja Nável común se pagaba a 250-350 pesetas por arroba, la Navelate se cotizaba a 1.000 pesetas o más (un kilo por casi cien pesetas, 60 céntimos de euro). Precios que hoy mismo son prácticamente impensables para el productor de naranjas, mucho menos en la actual campaña, cuando gran parte de la cosecha se ha pagado apenas a 10 céntimos y un buen porcentaje se ha quedado en los campos sin poderse vender, por supuesto también de la rica Navelate, de la poca que va quedando.
La globalización contribuye sin duda a masificar y uniformar muchas cosas, pero no por eso deben perderse particularismos de interés contrastado. De hecho así suele suceder: grandes producciones de artículos mas estadarizados conviven con otros muchos de importancia por su localismo, su singularidad o su calidad incontestable. Sin embargo la naranja Navelate es víctima propiciatoria de un proceso de arrinconamiento que amenaza con apartarla para siempre, sin que una mayoría de los consumidores de hoy en día hayan tenido ni siquiera la ocasión de apreciar su sabor inigualable, sin que les den la oportunidad de poder elegirla o no.
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Esta clase de naranja se convirtió en la auténtica reina del mercado cuando a sus dotes imbatibles se sumaba la necesidad de alargar la temporada en primavera y principio de verano con una fruta que se mantenía en muy buenas condiciones, frente a otras variedades (Nável, Salustiana...) que maduraban antes y no aguantaban tanto en árbol y en postrecolección. La Navelate se podía recolectar más tarde, porque perduraba muy bien en el árbol hasta abril-junio, y luego se mantenía perfectamente en cámara frigorífica sin pérdida de calidad, saliendo paulatinamente al mercado hasta enlazar con la Valencia-late, la última variedad de la temporada, y vuelta a empezar después con las primeras variedades de la nueva campaña: primero mandarinas precoces, luego Navelinas de primer momento...
Imperaban entonces las cadenas de comerciantes-predictores profesionales que conocían perfectamente cada cosa y aconsejaban en cada eslabón sobre cómo proceder. Eso se fue rompiendo conforme crecieron las grandes cadenas de distribución comercial (supermercados e hipers), que han ido sustituyendo de forma mayoritaria a los mercados de abastos y fruterías especializadas.
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El proceso de evolución comercial en toda Europa fue rápido y al mismo tiempo se dieron en el campo otras dos circunstancias entrelazadas. La primera fue que la enfermedad de la 'tristeza' arrasó las plantaciones de cítricos, que se asentaban sobre pies amargos, que inducían máxima calidad pero son muy sensibles a esta dolencia, por lo que se inició la sustitución paulatina del arbolado utilizando pies tolerantes a dicho mal (Troyer, Carrizo, Cleopatra...) y al mismo tiempo se desplegó un plan de saneamiento para ofrecer al sector un abanico de variedades cuyos plantones salieran de los viveros libres de virosis. La segunda fue la aparición en el panorama citrícola español de una nueva variedad de Nável tardía traída de Australia, la Lane Late, que se ha implantado masivamente hasta convertirse en la de mayor producción, con el efecto colateral de contribuir a arrinconar a la autóctona Navelate.
La Nável Lane Late no es en absoluto una naranja del montón; es muy buena y además cuenta con características que la hacen más apreciable: desde el lado del agricultor, que es muy productiva y no presenta problemas; desde el lado del consumidor, su forma redondeada y su buen calibre.
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Los frutos de Navelate tienen, por lo general, una forma menos globosa y algo 'aperada', así como presentan a veces un tamaño menor, cuando la cuestión del tamaño se ha convertido, por influencia equivocada del márqueting del 'boca a boca', en punto principal para definir el concepto de la calidad, más incluso que la propia cualidad interna del sabor.
Con esas diferencias de forma y calibre, el comercio naranjero comenzó pronto a trasladar al campo las demandas de las cadenas de supermercados, que siempre prefieren lo de más tamaño y mayor uniformidad. Así que se empezó a pagar peor la Navelate que la Lane Late, hasta llegar a un punto en que una tiene venta, aunque sea muy barata, mientras que la otra se queda por vender; la misma que décadas atrás era la preferida y se distinguía por cotizarse a varias veces lo que valían otras.
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Si añadimos a todo ello que la Navelate es menos productiva, que las ramas tienen espinas (un problema para podadores y recolectores) y que la piel de los frutos es más sensible y presenta a veces ciertas manchas, aunque no afectan para nada a la condición interna, tenemos casi completo un panorama que anima a dejar de cultivarla: menos productiva, menos calibre, más problemas, menos precio... Y actualmente un desconocimiento generalizado de su existencia, lo que impide que casi nadie la demande. Como nadie la pide, tampoco se oferta: la pescadilla que se muerde la cola y, como en tantas cosas, nos perdemos lo mejor por pura ignorancia.
Sin embargo habría que comenzar a plantearse que las cosas podrían hacerse de otra forma, por sentido común e interés general. Si la citricultura valenciana y española quiere seguir compitiendo en un mercado globalizado con lo mismo que tienen los demás, que lo pueden hacer más barato, el resultado es el que es: crisis total. ¿Qué cabría hacer? Entre otras cosas, diferenciarse. Pero se prefiere dejar perder la que mundialmente está reconocida como la mejor naranja, para acudir a una estadarización global que acaba trayendo malos resultados. En París, Londres o Berlín seguro que hay multitud de consumidores que pagarían más por la mejor naranja... Si se la llevan, se lo explican y se la dan a probar. Incluso en Madrid, Valencia o Burgos. Pero se ha preferido dejarla de lado, hasta que desaparezca. Los consumidores nos lo perdemos y los productores se arruinan. Un absurdo global.
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