rafael de michelena
Valencia
Lunes, 2 de abril 2018, 08:17
La noticia de que Enrique Blasco nos ha dejado llega fuera de programa y cuesta creerla, aunque anteriormente el tiempo nos avisase de lo que podía pasar. Morir es absurdo. Pero se ha ido, dejándonos desolados, cuando era tan querido por los suyos y por todos cuantos le conocimos. Una muerte suave, me dicen. Triste consuelo.
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Enrique ha sido -cómo me cuesta hablar en pasado- quien mejor representa las cualidades que identifican al cooperativismo agrario valenciano: compromiso, lucha y sacrificio. Atendía y entendía como pocos los problemas de la agricultura valenciana, pues una de sus principales virtudes era saber escuchar. Sabía ganarse la confianza y el aprecio de todos sus compañeros en el campo, en la cooperativa, en la Administración, por lo que era particularmente querido por su enorme calidad humana. Somos muchos los que lamentamos la irreparable perdida del último líder agrario valenciano. Era un hombre sabio, y por ello sencillo y humilde, que sabía hacer fácil lo difícil. A quienes tuvimos la suerte de trabajar con él siempre nos recomendaba que nunca fuéramos sectarios. Su etapa como Presidente de Uteco-Valencia, en tiempos nada fáciles para el cooperativismo agrario valenciano, sonó como un adagio de Mozart. Suave. Intenso. Deslumbrante. Perfecto. Un equilibrio armónico entre el secano y el regadío, la citricultura y la viticultura, el medio rural y el urbano, la formación y la especialización. En situaciones difíciles siempre tenía una palabra cálida y una sonrisa para animar a todos. Lo clásico en un luchador, en uno de esos hombres que uno se alegra de haber conocido y se honra con su amistad. No será fácil asumir el vacío que un hombre como Enrique deja en su partida, pero será todavía más difícil extraviar en el olvido una huella como la que nos regaló a todos cuantos le conocimos. Personas como él, que transitaron por la vida con valores muy sólidos, ayudan a construir una sociedad mejor. Ese es su legado. Enrique deja una herencia de dignidad en el trabajo, de esfuerzo personal y de lealtad con su familia. Ahora Paqui, su eterna compañera y cómplice en tantas batallas, junto a sus hijos Enrique, Yolanda, Ana y nietos, es cuando, en estos momentos de recogimiento familiar en el dolor, tienen que sentir la adhesión y afecto de todos aquellos que, con sinceridad, damos gracias a Enrique por haber sido como era. No debemos entender su muerte como una pérdida porque sembró mucho y todo floreció.
Enric Blasco i Roig, un homenot valencià de paraula que farà vacances i mai morirà per a tots nosaltres.
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