El famosísimo arroz Bomba, el rey de la gastronomía arrocera, el preferido de tantísimos gourmets y cocineros de primerísimo nivel, se encuentra en grave riesgo de desaparecer. ¿La causa?, es la variedad más sensible al hongo de la 'Pyricularia', que se ha quedado aquí sin fungicidas eficaces para combatirlo, por lo que campa a sus anchas en los campos y reduce las producciones a mínimos no rentables. Conclusión: la cosecha se va a mínimos, los precios para lo poco que quede se dispara a niveles insostenibles (puede ponerse a 8 o 10 euros el kilo en tiendas y ser fuente de mezclas fraudulentas), y ni aún así resulta viable para los agricultores, que optan por dejarlo de lado. En muchos casos ya falta incluso grano de calidad para poder preparar futuras siembras.
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Como explica Miguel Minguet, responsable de la sectorial arrocera de AVA-Asaja y propietario de la firma 'Albufera foods', con el «Bomba estamos ya en una espiral endiablada que nos llevará al final si no llega pronto algún remedio; como pasa en cualquier tipo de producción, cuando hay poca cosecha tiende a ser irregular y de escasa calidad, y por mucho que suba el precio para lo poco que se salve, nunca compensa; siempre es preferible una cosecha normal a un precio aceptablemente normal».
Lo que está pasando con el arroz Bomba es claro ejemplo de lo que va extendiéndose por un sinfín de producciones agroalimentarias en España y el resto de la UE como consecuencia de la aplicación inmisericorde de las políticas 'verdes', en este caso la constante desaparición de plaguicidas: cosechas a la baja, más dificultades para producir, desánimo entre los productores que tiran la toalla...
Una de las decisiones adversas de la Administración europea en cuanto al cultivo del arroz ha sido dejar fuera de juego el fungicida 'Triciclazol', el más eficaz para frenar los ataques de 'Pyricularia'. Su ausencia, tras caducar la pertinente autorización administrativa para poder aplicarlo en el ámbito de la UE, está traduciéndose en innumerables quebraderos de cabeza para los productores de arroz, en su intento de minimizar pérdidas con otras estrategias que no son igual de efectivas; pero en el caso del Bomba, que es extremadamente sensible a esta dolencia, la situación implica dejarlo en fase terminal. Si una hectárea de arroz redondo convencional, tipo JSendra o Albufera, puede dar en torno a 7.000-8.000 kilos, en el caso del Bomba difícilmente se ha llegado este año a sólo 1.000 en el Parque de la Albufera, incluso con campos de casi cero. En Pego-Oliva han tenido más suerte gracias a la evolución del microclima del lugar y ha habido rendimientos de hasta 4.000 kilos, pero, como advierte Minguet, «esto es una lotería, que toca cuando toca, y no se puede estar al albur de que algún año salga la idílica combinación meteorológica de la suerte, porque entonces no llegas, antes te arruinas esperándola».
Paradójicamente, la misma UE, tan estricta hacia dentro, es permisiva con lo que importa y no se ponen remilgos en que entre arroz de fuera tratado con éste y otros plaguicidas no permitidos aquí. De hecho, si en los países asiáticos, que son grandes productores y exportadores de arroz, no tuvieran estas herramientas químicas, ya no podrían tener arrozales, puesto que sus condiciones de calor y alta humedad son idóneas para el desarrollo casi permanente de la 'Pyricularia'.
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Lo más asombroso es que el 'Triciclazol' no ha desaparecido del mercado porque sea nocivo ni haya habido ninguna clase de denuncia o alerta por razones sanitarias. Simplemente ha dejado de estar permitido en la UE «porque es un producto barato -explica Minguet- y a ningún fabricante de plaguicidas le interesa invertir en la defensa de lo que es barato, porque hace mucho tiempo que se extinguió la patente de fabricación exclusiva».
La situación europea en estas cosas es surrealista: «Desaparecen del mercado sustancias fitosanitarias simplemente porque la normativa impone que para renovar permisos se tienen que invertir cuantiosas sumas de dinero en estudios para demostrar que tal materia no es nocivas. Como no hay negocio a la vista, nadie invierte, y como nadie invierte, no se cumple el rango de demostrar lo que dice la normativa y por tanto se extingue todo y nos quedamos sin herramientas buenas y baratas». Entonces surge la posible duda a nivel popular: «Habrá sido porque será cancerígeno. Pues no, ha sido porque no hay interés económico para fabricarlo porque no hay patente, se extinguió hace tiempo. ¿Alguien ha dicho que sea problemático por algo? No, pero desaparece. Y como nadie ha pagado los estudios requeridos, se queda en el limbo de «posiblemente cancerígeno», sólo porque nadie ha gastado lo necesario para dejar claro que no lo es».
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