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belén hernández
Domingo, 6 de febrero 2022
Termina de sacar dinero del cajero en la calle. No ha madrugado en exceso. Son las doce de la mañana y acompaña la tarea de un paso aletargado. Arrastra sus pies por la Gran Vía Fernando el Católico. A ojos de un extraño, José María de Belda parecería completamente ajeno a los bancos. Como si únicamente conociera de su existencia por mera necesidad. Pero la exclusión que sienten las personas mayores por la digitalización masiva de los procedimientos le ha tocado de manera personal.
«He sido trabajador de banca durante cuarenta años», exclama mientras airea los brazos. Señala el cajero del que acaba de retirar el efectivo. Habla casi a voz en grito. La falta de audición comienza a hacerle mella. Narra su experiencia como si le quemara en la lengua cada vez que se acerca a una sucursal bancaria. Se siente traicionado por la institución que un día fue su hogar. «Yo he llegado a ir a Estrasburgo para ayudar a un cliente cuando trabajaba en el banco y ahora ni nos atienden», dice visiblemente indignado.
Así es la cuenta básica que los bancos están obligados a facilitar casi sin comisiones o gratis
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José María Camarero
A las puertas de cumplir noventa años, José María confiesa que no se ha unido a la revolución de internet. No tiene firma digital ni tampoco una tarjeta 'online'. Tampoco le interesa. Considera que a su edad ya se le ha pasado el momento de acoplar sus rutinas a la digitalización masiva. «No quiero saber nada de Internet ni de 'WhatsApp' a estas alturas». Extrae un teléfono móvil de su bolsillo. De los de botones. Lo enseña orgulloso. Como un símbolo de que su esencia ha resistido a la irrupción de los dispositivos táctiles. Añora la época en la que era él el encargado de solventar los problemas de los trámites bancarios. Ha pasado de estar detrás del mostrador a que no le cojan el teléfono.
«Tardo una hora para que me atiendan y me den cita previa», añade. Y frunce el ceño. El mundo de la banca que conocía José María ahora es un extraño a sus ojos. No trata de contener su crispación.
«Cada vez reducen más la plantilla. Sólo hay una persona cuando antes había mínimo cuatro empleados». Su banco cerró el agosto pasado por vacaciones. La realidad actual le parece inconcebible. Nadie le ha agradecido el tiempo que trabajó. Entonces, con el cliente siempre en mente. Hoy José María se siente descuidado por el sector al que tanto tiempo dedicó.
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