La escasez de mano de obra es un problema que, como es sabido, afecta a casi todos los sectores de la economía española, pero, en el caso de la agricultura, la cuestión está revistiendo tal gravedad que llega a poner en entredicho la continuidad de ... explotaciones inicialmente viables.
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Faltan operarios para la campaña de recolección citrícola que empieza ahora, como vienen denunciando firmas comercializadoras que no encuentran suficiente personal para ello, pero ésta no es la única dificultad en el engranaje general, aunque sea la de mayor envergadura y la que más se aprecia a nivel general. Apenas quedan podadores e injertadores, como no se encuentran tractoristas y cada vez cuesta más disponer de profesionales que atiendan trabajos imprescindibles en las labores de cualquier cultivo, como regadores, aplicadores de fitosanitarios, técnicos de redes de riego localizado y, mucho menos, trabajadores que dominen varias de estas habilidades. Quien más y quien menos se va a otras actividades donde le paguen más, esté bajo techo y tenga obligaciones más cómodas. Y los pocos que quedan con cualidades bien apreciadas, apenas se hacen visibles en el mercado encuentra de inmediato a varios empresarios dispuestos a contratarles.
Se ha llegado a tal complicación en este punto que comienza a ser ya factor relevante a la hora de determinar abandonos de cultivos. Porque, si bien es habitual que esté continuamente en el candelero la crisis de los agricultores, en especial por los altos costes frente a los bajos precios, para explicarnos por qué se ven cada día más parcelas ociosas por toda la geografía valenciana, hay que tener en cuenta que no son sólo aspectos puramente económicos los que acaban empujando a tal decisión. Si se acusa a diario que no hay relevo generacional, la poca o nula rentabilidad es factor primordial para que los jóvenes huyan de la actividad agraria y sus padres les animen también a estudiar y emplearse en otras cosas, pero, sin duda, el saber desde casa que, encima, no se puede contar con gente que resuelva papeletas imprescindibles y que ayude a llevar a buen término lo que se está haciendo, acaba marcando la fatalidad que aborta cualquier atisbo de continuidad en la empresa familiar.
En la huerta de Valencia, por ejemplo, ya se tiende a ir a cultivos en los que es más factible mecanizar la mayoría de las tareas, dado que es muy limitada la capacidad de contar con mano de obra. De esta manera se está evolucionando mayoritariamente a chufas, patatas y cebollas, y donde no se dan bien las chufas, huertos de naranjos, caquis... y profusión de abandono, porque, salvo iniciativas con solucione individuales, las parcelas pequeñas de frutas se quedan fuera de los grandes circuitos comerciales.
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Esa imagen de una huerta idílica con profusión de cultivos muy diversificados que sea despensa variadísima de la gran urbe es cada día más una ilusión utópica, salvo contadísimas excepciones en franca retirada y, si acaso, pequeñas realidades de mínimos huertos de ocio y autoconsumo. La realidad se impone, y como hay pocas manos, se tiende a aprovecharlas al volante de modernos tractores; pensar en recolecciones continuadas de tomates, 'bajoqueta', pimientos, berenjenas... corresponde a otros tiempos; hoy no es posible todo ello, ni siquiera funcionan aquí ya melones o sandías con normalidad. Otras zonas se han especializado en todo ello.
En lo que se refiere a cítricos y otros cultivos arbóreos, vemos cómo también se extiende una evolución negativa por la misma cuestión. Son menos exigentes que los cultivos hortícolas, la mayoría de las labores y tareas pueden acoplarse y desplazarse algo según la variable disponibilidad de personal, pero como el problema se intensifica sin parar, a todos alcanza. Y si se tiene que realizar un trataamiento fitosanitario contra tal plaga y no se dispone del servicio necesario cuando es preciso; si se puede retrasar algún día pero ni así basta, lo que se queda por hacer acaba pasando seria factura: baja la productividad y la calidad, por tanto caen los rendimientos, se obtiene peor precio, desaparece la posible ganancia y se cae en una espiral de pérdidas que acaba expulsando a quien la padece.
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Porque es tal la dimensión de del deterioro que desaparecen también empresas de servicios que se crearon precisamente para atender necesidades de otros. Como el pequeño y mediano agricultor no cuenta con los medios necesarios (tractor, turboatomizador, trituradora de poda...) porque su dimensión no justifica inversiones tan fuertes para usos ocasionales, eso animó a que muchos se decidieran a invertir para prestar esos servicios a unos y otros; pero como a su vez también sufren la falta de operarios especializados y el cierre de explotaciones que les requerían, van desapareciendo a su vez, o se mantienen con mínimos y, cuando se jubilan, los hijos ya no continúan.
Conclusión: quienes se empeñan en seguir no encuentran a quienes les atiendan en punto y forma. Apenas hay podadores, ni injertadores, ni aplicadores fitosanitarios, ni nadie que quiera ponerse al frente de un pozo de riego cuando se retira quien se encargaba hasta el momento. Y la formación profesional, tan en boga hoy, tampoco atiende la enorme particularidad de todas estas ocupaciones olvidadas, a las que es preciso tener en cuenta para dotarlas de gente preparada; porque, de lo contrario, ya vemos lo que ocurre: crece el nivel de deterioro y abandono en el campo valenciano, mientras algunos se limitan a explayarse en el recuerdo de viejas glorias y un pasado esplendor.
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Reparar hoy un tractor o un turbo para aplicar plaguicidas se ha convertido en una complicación inusitada hasta hace poco, porque en los pueblos están cerrando también los mecánicos que atendían el mantenimiento de todo tipo de vehículos y maquinaria. Primero desaparecieron los clásicos herreros y soldadores que resolvían con rapidez y eficacia contingencias que se presentan con urgencia en todo tipo de aperos agrícolas. Ahora se extinguen los talleres y los que quedan tienen colas de meses. Los agricultores se quedan sin servicios esenciales.
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