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CARLOS BONELL
Lunes, 3 de mayo 2021, 00:29
Las cañas que pueblan cada vez más los lechos y las riberas de los ríos y barrancos valencianos suplantan en su expansión a otras especies vegetales, autóctonas y preferibles, que no se desarrollan como debieran por la formidable competencia de este vegetal exótico e invasor. Sin embargo, los intentos de las Administraciones para tratar de erradicar los cañaverales no acaban de dar los resultados deseados.
Si el sistema elegido para eliminarlas es puramente físico, a base de cortar y arrancar, a los pocos meses vuelven a brotar los rizomas de las cañas que quedaron enterrados. Siempre quedan, no es posible retirarlos todos de una, habría que persistir en ello una y otra vez para que al paso de unos años se vieran resultados definitivos. Es lo que hacían antaño los agricultores que utilizaban las cañas en sus cultivos, pero al mismo tiempo procuraban mantener controlados los macizos que crecían en los bordes de sus campos y acequias. Y si querían eliminar del todo el cañar, tenían que emplearse muy a fondo y repetir las operaciones.
Ahora tal procedimiento manual saldría muy caro. Prácticamente prohibitivo, dada la dimensión del problema y la necesidad de emplear mucha maquinaria y mano de obra para actuar palmo a palmo.
La opción que se viene empleando en los últimos años es la de cubrir con extensas láminas de plástico negro los terrenos de cañas que previamente se han cortado a ras del suelo. La idea es que, privando a las plantas de la luz solar, no pueden realizar la función clorofílica, por lo que los incipientes brotes que puedan surgir deben quedar 'ahogados', hasta morir al cabo de un tiempo. Y si los rizomas dejan de brotar, el cañaveral se extingue.
Sin embargo esta alternativa tampoco acaba de resultar todo lo efectiva que cabía esperar, aparte de que extiende nuevas dudas sobre su idoneidad paisajística y medioambiental, porque exige el empleo de gran cantidad de lonas de plástico, material nada deseable en estos tiempos.
A muchos no les parece convincente la estrategia de intentar resolver un problema medioambiental con algo que puede causar otras complicaciones, empezando por el deterioro estético que provocan miles y miles de metros de plástico negro que cubren lechos y riberas fluviales, más el riesgo de que una u otra riada se lo lleve por delante hasta dejarlo en el mar, donde ya se acumula tanto plástico problemático. Y tampoco se puede obviar el peligro de que tanto plástico en contacto con corrientes de agua (que luego llega a los grifos de las casas) acabe contaminándola, como nos advierten a menudo los investigadores que alertan sobre las crecientes concentraciones de microplásticos en lo que bebemos y comemos.
El caso es que los resultados vienen restando solidez a esta práctica de 'ahogar' los cañaverales con plástico. En muchos sitios se puede apreciar que, una vez apartado el film, a veces por la acción de un vendaval, las cañas vuelven a surgir. No todas, desde luego, porque el potencial del cañaveral quedó menguado, pero una vez al aire libre, los rizomas son capaces de recuperar pronto su anterior potencial.
Y en otros casos, como el que se muestra en la foto (en el río Sot o Reatillo, en Sot de Chera), aún es más dura la conclusión, pues las cañas son capaces de traspasar el plástico y emerger bien pujantes, como burlándose de un intento que a todas luces se queda corto.
Una lástima, porque la verdad es que la expansión va a más y tampoco parece plausible la utilización de herbicidas. Sería efectivo, desde luego, pero sumaría nuevos riesgos al encontrarnos junto a cauces de agua. Y mucho menos se vería apropiado el glifosato, tan controvertido, aunque la experiencia indica que, contra las cañas, es de los más eficaces.
Aunque es una especie exótica que vino de Asia, la caña (Arundo donax) ha servido para muchísimos usos, ahora en decadencia, lo que ha marcado que se haya convertido en un problema en tantos sitios. Con cañas se construyeron los cañizos de los sobretechos de casas y palacios durante siglos, así como las techumbres de las barracas y otras humildes construcciones. De cañas se hacían los estantes donde se criaron los gusanos de seda, cuando esta actividad era de las principales industrias valencianas. También se utilizaban para cubrir garrafas de vidrio, cuando aún no había plásticos, o para componer setos, cortavientos, etc. Y aún se emplean para hacer 'barraquetas' de tomateras y otras hortalizas, como son esenciales para elaborar las lengüetas de instrumentos musicales de viento.
Pero el olvido en que cayeron la mayoría de actividades, así como los profundos cambios en el sector agrario, condicionan la desaparición de innumerables iniciativas individuales que controlaban en infinidad de sitios las cañas, con lo que se han extendido más invasoras que nunca.
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