Comprar barato y comer sano, el reto que pasa por el producto local

Al ritmo vertiginoso con el que vive el consumidor, marcado por jornadas laborales interminables, el ocio y la vida personal, se le ha sumado la denostada inflación, que lleva a calcular con detalle cada euro gastado en el supermercado e, incluso, a renunciar a ciertos alimentos. Todo ello se ha convertido en el caldo de cultivo perfecto para la pérdida del buen comer y, por ende, el abandono de los productos artesanos, con el impacto que esto tiene sobre los productores pequeños y la economía de entornos rurales.

Con esta reflexión arrancó el debate organizado por LAS PROVINCIAS, bajo el título 'Encuentro por la microeconomía', que en este caso abordó los retos de la industria alimentaria. En el marco de su proyecto editorial 'Tendemos Puentes', este periódico invitó a Fernando Sáenz y Angelines González, heladeros con el Premio Nacional de Gastronomía y que también han obtenido la Biznaga de Plata del Festival de Málaga por su documental 'La Cesta, somos lo que compramos', que fue proyectado para dar lugar al debate, en el que también participaron Vicenta Rodríguez, secretaria autonómica de Escuelas Católicas de la Comunitat; José Manuel Manglano, propietario de Charcutería Manglano; y Javier Punter, consejero de la Cooperativa de Viver.

Tras la proyección del audiovisual, los ponentes advirtieron de que la realidad del cortometraje está cada vez más extendida. Un panadero septuagenario enciende un horno que llevaba años apagado y que abastecía a toda una comarca, una quesera que se arriesga a volver al pueblo en busca de calidad y un agricultor que no tiene relevo generacional y anticipa cómo su cultivo de cuco fino –alubias– de Torrecilla desaparecerá. Estas son algunas de las escenas que constatan cómo la gran industria y la cotidianidad del consumidor inciden en el abandono de la artesanía y la producción local.

«Este reportaje nace de la inquietud y de multitud de conversaciones. Quisimos juntar a cinco personas, cuyas historias finalmente tienen una trascendencia mayor», explica Angelines. Por su parte, Fernando destacó que el documental es un «grito de alerta» sobre los productores que van a desaparecer y otros que ya lo han hecho.

No obstante, hay un remanente fiel; tanto en consumidores como en la industria pequeña. «Están los casos como el de la quesera y el ganadero, que dejan sus vidas en Barcelona para volver al pueblo de sus padres y recuperar el modo de vivir que dejaron, pese a las trabas burocráticas que tuvieron para ello», explica el heladero.

Por su parte, Javier admite sentirse afortunado al ver la cruda realidad de algunos productores agroalimentarios. «Cuando hablamos de sostenibilidad me gusta hacerlo en su concepto más amplio. La cooperativa tiene que ser un motor que atraiga población, además de sostenible medioambientalmente. Todo esto, siendo sostenibles económicamente», cuenta.

En ese sentido, considera que la baza de los productores locales es la calidad. «No podemos competir en cantidad pero sí en calidad. La satisfacción de ver la cara de alguien cuando prueba una nuez autóctona, donde se ha invertido en su calidad, frente a la de otros países...eso es impagable», agrega el consejero de la cooperativa.

Para José Manuel, además, la calidad no es un objetivo, sino la consecuencia de una filosofía de vida. «Lo auténtico es lo antiguo. La diferencia entre un queso artesanal y uno industrial es la diferencia entre la vida y la muerte», asevera. Según explica, mientras que la industria «quiere eliminar todo tipo de vida» en los alimentos para llevar a las grandes superficies «productos estables», el productor pequeño maneja alimentos con «millones de especies de bacterias buenas», que hacen que el producto que «sea lo que es», aunque ello conlleve más trabajo para que también sea seguro. «La industria directamente lo mata todo: el calcio, las vitaminas, etcétera», añade.

Y, en este punto, se abrió el melón de los precios. ¿Son más caros estos productos más saludables? Hay discrepancias. Para José Manuel, llevar a cabo un proceso cuidadoso, donde se necesitan más manos y tiempo, implica más y mejores salarios. «Eso va a costar más que la producción industrial», indica. Sin embargo, para Fernando, esto no es siempre así: «La única forma de comer caro es si compras caro. Por el precio que pagas por un blister de fiambre y yogures te compras un menú saludable», afirma.

En ese sentido, destaca la necesidad de aprender a cocinar como una clave básica para comer bien y a buen precio. «Lo que es caro es la ignorancia: no saber cocinar y conformarte a que sea alguien externo el que se encargue de dejarte preparada y envasada la comida», señala. «Hacerse un salteado de calabacín no cuesta nada, por ejemplo. ¿Cómo es posible que estemos viendo huevos fritos y tortillas francesas en blister?», se pregunta.

En este punto, es de especial importancia la enseñanza en los colegios. «Los colegios han conseguido que muchos niños coman de todo», señala Vicenta, quien, por otra parte, admite que la inflación está suponiendo un problema. «Las becas no cubren los costes actuales porque los precios están disparados», indica.

Angelines, además, considera que el Gobierno, desde su Ministerio de Educación, debería plantearse una asignatura. «Si nos alimentamos mal, seremos una sociedad mucho más enferma, lo que también implicará un mayor gasto en sanar a esa gente», reflexiona. Y en esa discusión sobre lo que es o no saludable, José Manuel lanza un matiz: «no siempre necesita la etiqueta de ecológico. Cuando es artesano, la mayoría son saludables», aclara.

En este reto por la sostenibilidad, los ponentes coincidieron en que los agricultores son una pieza fundamental. «Consumir productos de proximidad es apoyar al agricultor comprometido, es apostar por un futuro más sostenible», sentencia Javier.

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