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CARLOS BONELL
Lunes, 7 de febrero 2022, 00:28
El arroz valenciano puede verse muy comprometido en un futuro inmediato por los recortes de las ayudas de la PAC que se anuncian para el ... año próximo. Si en estos momentos ya se encuentra en entredicho su viabilidad económica, por el brutal aumento de los costes de cultivo y las crecientes restricciones a que se ven sometidos los agricultores en el uso de fitosanitarios y fertilizantes, la confluencia de las actuales adversidades con las que se anuncian pueden significar la puntilla.
La Asociación Valenciana de Agricultores (AVA-Asaja) ha lanzado la voz de alerta. «El arroz, junto a la ganadería, es el sector agrario valenciano más castigado por la actual propuesta de la Política Agrícola Común (PAC) para el periodo 2023-2027», advierte dicha formación, tras saber que dichas ayudas pueden verse recortadas entre un 25% y un 35% respecto a las cuantías actuales, lo que significaría en la práctica rebasar el linde de la viabilidad económica del cultivo, que ahora mismo se sostiene sobre alfileres gracias a esas ayudas.
El responsable de la sectorial de arroz de AVA, José Pascual Fortea, ha señalado que «si la Conselleria y el Ministerio de Agricultura no revisan sus propuestas y siguen ninguneando las razonables reivindicaciones del sector arrocero, está en riesgo el precario equilibrio de rentabilidad del cultivo. Entre el hachazo en las ayudas y los sobrecostes de cultivo, a muchos no nos salen las cuentas. Ya estamos al límite y un nuevo empujón nos puede arrojar al abismo. La sociedad y la clase política han de ser conscientes de que está en juego un sector clave, no solo desde el punto de vista económico, alimentario e identitario, sino también imprescindible para preservar los valores medioambientales de los parques naturales de La Albufera y del Marjal de Pego-Oliva, porque sin arrozales, esos paisajes no serían lo mismo».
Los hechos son claros: la Albufera y el marjal de Pego-Oliva dependen de los arrozales que conforman con las lagunas los parques naturales. No en balde es obligatorio cultivar sólo arroz en esos campos de alrededor, no se puede poner otra cosa. Y los arrozales, además de contribuir a configurar unos paisajes admirables y admirados, sirven para aportar mejores hábitats a la fauna -comida incluida, a costa de los agricultores- y para depurar los caudales de agua. Cualquiera puede ver cómo entra el agua en los campos de arroz más alejados y cómo sale de limpia al final.
Una realidad que suele ser poco conocida es que la pervivencia de la Albufera depende en gran parte de que perviva el arrozal contiguo, porque de él depende el agua, tanto en calidad como en cantidad. Se impone una visión de conjunto. Los caudales que pueden llegar hasta el lago tienen tres procedencias: los muy ocasionales a través de barrancos, cuando llueve fuerte; los provenientes de aguas residuales urbanas e industriales, más o menos depuradas, y los que llegan a través de las acequias. El mayor aporte asegurado es el de la Acequia Real del Júcar. Lo que ocurre ahora es que las superficies de cítricos, frutales y hortalizas dependientes de esta comunidad de regantes se están transformando a riego por goteo, con lo que ya no llegan al lago los sobrantes y escorrentías de antaño. Sólamente cuando se llenan los arrozales y cuando se destinan caudales adicionales de reservas, que se transportan a través de las mismas acequias, que no se hicieron en su día pensando tal uso, naturalmente, sino para regar y hacer productivos los campos. El nuevo uso satisface a todos, pero sin descuidar el origen.
Se trata de una situación que con el paso del tiempo se ha ido dejando de lado en buena medida, no cuenta con el reconocimiento debido, cuando todo ello forma parte de una gran cadena: el lago depende del arrozal y éste no es rentable porque el arroz se paga poco y únicamente alcanza mínima viabilidad mediante las ayudas públicas. Si estas ayudas se reducen, el cultivo peligra y el riesgo de deterioro se extiende entre los cultivadores y alcanza a los mismos parques naturales.
No fue ninguna casualidad que cuando se implantó el actual sistema de ayudas de la PAC, el precio de mercado del arroz se redujera de inmediato en igual cuantía. La cadena comercial/industrial de suministro de arroz a los consumidores vino a señalarles tácitamente a los productores, por la vía de las cotizaciones pagadas en origen: con las nuevas subvenciones, se puede reducir el precio y no perdéis. Y los precios bajaron enseguida en el campo. Como llegaban las ayudas, las tímidas protestas quedaron mitigadas.
Pero la nueva preocupación consiste en que puede romperse definitivamente el endeble equilibrio resultante. El agricultor cobra el arroz a 0,30-0,33 el kilo. Un precio que viene muy justo para cubrir los 2.200-2.400 euros de coste ordinario por hectárea. En muchos casos falta dinero. Pero se cuenta con los 1.200 euros de ayuda por hectárea, que representan alrededor de 15 céntimos por kilo que no paga el mercado, lo que lleva a que muchos se pregunten: ¿Quién es realmente el subvencionado, el agricultor o el consumidor, para que pueda comprar más barato lo que come?
Si se recortan esos 1.200 euros (se habla de ir a bastante menos de mil) por hectárea, como se propone, el cultivo quedará en entredicho y muchos pueden plantearse que les saldría más rentable dejar su tierra en barbecho. Total, seguirían cobrando ayudas sin necesidad de trabajar. Recibirían menos, sí, al no cultivar, pero tampoco tendrían gastos ni que esforzarse. ¿Es esto lo que se busca?
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