La falta de un relevo generacional cualificado es una de las grandes amenazas para el pequeño y mediano comercio. Según las cifras que maneja la Unión de Profesional y Trabajadores Autónomos (UPTA), en el próximo lustro se jubilarán 108.000 trabajadores autónomos, cuyos negocios no ... tendrán otra alternativa posible que el cierre definitivo. Entre ellos, miles de comercios situados en las localidades más afectadas por la DANA, que, inevitablemente, se verán obligados a bajar la persiana en los próximos meses después de haber sobrevivido varias décadas ofreciendo un servicio cercano y de calidad a la ciudadanía.
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La incertidumbre respecto a las ayudas y sus plazos de entrega, la imposibilidad de hacer frente a pérdidas equivalentes a más de un año de trabajo y el desgaste físico y psicológico tras varias semanas en las que la limpieza ha sido la prioridad complican la continuidad de negocios tradicionales como hornos, mercerías, carnicerías; pero también de otro tipo de establecimientos vinculados al comercio minorista o incluso relacionados con la venta ambulante.
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Elísabeth Rodríguez
Todavía no hay una cifra concreta de cuántos decidirán dar por concluida su andadura profesional, pero las primeras estimaciones ofrecidas por Cámara Valencia indicaban que de los 8.106 comercios minoristas con establecimiento físico en los municipios afectados, se estima que unos 3.500 habrían sufrido daños graves. De hecho, hasta el momento, la Conselleria de Innovación, Industria, Comercio y Turismo ha recibido 3.672 peticiones de empresas comerciales, turísticas, de servicios y otros tipos de actividad para recibir las ayudas directas destinadas al mantenimiento del empleo y a la reactivación de la economía.
La Generalitat ha movilizado 140 millones de euros en forma de ayudas directas para el pequeño comercio y los trabajadores autónomos. Desde el Gobierno se ha habilitado un paquete de subvenciones directas de 10.000 euros, para empresas con volumen de operaciones inferior a 1 millón de euros, así como un plan para otorgar ayudas de 5.000 euros para todos los autónomos. Además, se han aprobado diversas exenciones fiscales y se han abierto diversas líneas de financiación con bonificaciones tanto del Instituto Valenciano de Finanzas (IVF) como de la Generalitat. Pese a ello, la confianza de los afectados respecto a estos programas es ínfima. No creen que la cantidad que puedan percibir, sumando las ayudas y las indemnizaciones del Consorcio, sea suficiente como para reponer los daños causados por la catástrofe. Ante tal panorama, ¿cuál es la solución?
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Si se tienen en cuenta los cálculos realizados por Confecomerç, la patronal valenciana del comercio, que estima que entre el 25% y el 40% de negocios afectados por la DANA sufre riesgo potencial de baja, las consecuencias de la riada podrían provocar el cierre de entre 900 y 1.500 comercios, en su mayoría negocios locales y de proximidad, en las zonas afectadas. Desde la Asociación de Trabajadores Autónomos de la Comunitat (ATA-CV) hacen un cálculo similar. «La sensatez dice que una persona que ronda los sesenta años y tiene que hacer frente a un daño de 120.000 o 150.000 euros opte por cerrar», explica Alberto Ara, presidente del organismo, quien considera que uno de cada cuatro autónomos opte por no volver a abrir su negocio tras el desastre.
Puri, Batiste o José son solo tres de los muchos pequeños empresarios que sobrevivían a la amenaza de no tener un relevo generacional de cara al futuro, pero que no han sido capaces de aguantar el letal azote de la DANA.
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Batiste Vendedor ambulante de Catarroja
Batiste era vendedor ambulante. Hasta la tarde de la tragedia trabajaba con su hermana Inma vendiendo ropa y accesorios de bebé por los mercados de la provincia de Valencia. El día 29, el agua arrasó con un negocio familiar que él heredó de sus padres, pero que no deseaba para su descendencia: «Todo padre desea lo mejor para sus hijos y eso no es estar pendiente de si un día llueve o no para saber si puedes trabajar».
Pese a no ser un trabajo sencillo ni contar con un plan de futuro que pudiera ofrecer garantías, Batiste le tenía un enorme cariño a su negocio. «Me hubiera gustado jubilarme de esto», explica después de mostrarse firme a la hora de asegurar que «cuando acabe el cese de actividad» no seguirá adelante.
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La tarde previa al desastre Batiste y su hermana compraron todo el género de la temporada de invierno, con una inversión aproximada de 8.000 euros, que terminó «en un contenedor» tras la riada.
Un año antes, un accidente de tráfico les obligó a comprarse una furgoneta nueva y un remolque. Perdieron el camión-tienda con el que trabajan habitualmente, pero fueron capaces de volver a los mercados en cuestión de meses. Sin embargo, el golpe de la DANA es incontestable. «Recuperar la actividad solo a mí, y sin tener en cuenta que me tengo que comprar un coche, me costaría como mínimo 30.000 euros. Resulta imposible», indica Batiste.
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Las ayudas que reciban serán insuficientes. Al igual que la indemnización del Consorcio de Seguros, que sólo se hará cargo del siniestro de la furgoneta y de los dos coches de los hermanos, pero no de toda la mercancía, que al estar guardada en el interior del vehículo no contaba con ningún tipo de seguro.
Con tal panorama, y con dos familias dependientes de los ingresos de la venta ambulante, tanto él, que a sus 48 años reclama soluciones para el resto de vendedores a los que la DANA les ha afectado de manera indirecta, como su hermana, de 58 años, irán al paro antes de poder jubilarse.
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Vicente y Paqui Propietarios de Mercería Paqui de Catarroja
La dedicación de Paqui y Vicente con su negocio puede palparse nada más entrar a la calla Alicante de Catarroja. Todo el mundo se detiene a hablar con el matrimonio y todo son palabras de afecto hacia ellos. La histórica Mercería Paqui, que según Marien, hija de la propietaria y gerente durante los últimos cinco años del negocio, era como «un Corte Inglés, pero en pequeño», ha dado servicio al pueblo durante más de medio siglo.
En apenas media hora, el agua, que alcanzó una altura superior a los dos metros en ese punto de la localidad, arrasó con el comercio y con la casa, que se ubicaba en la planta baja colindante, del matrimonio de 81 y 76 años. De hecho, Vicente y Paqui se salvaron de milagro gracias a la heroicidad de un Policía Nacional que pudo rescatarles cuando el agua comenzó a entrar en su local.
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Ahora, Paqui, con la tristeza instaurada en su mirada, recibe visitas de vecinas y conocidas que tratan de animarla sin demasiado éxito. «Han estado toda la vida trabajando y luchando para que sus hijos tuvieran algo y ahora de repente se ven con una mano delante y otra detrás», explica la hija del matrimonio, a la que le queda menos de una década para la jubilación.
De momento y hasta que no lleguen las ayudas ve inviable poder reabrir de algún modo el negocio: «Estamos solos ante el peligro y yo no puedo reactivar un negocio así como así».
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Sin embargo, la familia guarda algo de esperanza. «Igual no podemos tenerlo todo como antes, pero hacer algo pequeñito allí al fono», plantea, optimista, Vicente. Sin ayudas parece imposible. Los procesos son lentos y la hija de Vicente y Paqui empieza a desesperarse ante la cantidad de trabas burocráticas que debe esquivar para solicitar una subvención. En juego mucho más que un negocio: la vida de Paqui y Vicente.
Para él, al igual que para su mujer, todo cambió por completo cuando llegó la DANA: «Nuestra vida se nos fue en cuestión de treinta minutos. Yo he tenido una vida hasta el día 28 y otra a partir de ese momento».
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José Propietario del Horno José Ordoñez de Paiporta
De elaborar 10.000 barras de pan a la semana a enfundarse las botas y disparar agua a presión con una hidrolimpiadora. José Ordoñez, de 59 años, heredó el negocio de sus padres sin dudarlo. «Mi vida en sí era el horno. Llevaba aquí desde el 98», comenta antes de resumir de la forma más clara posible la deprimente situación que atraviesa: «26 años que se han ido a tomar por saco en una tarde».
El agua y los coches que golpeaban contra las persianas de su establecimiento arrasaron uno de los escasos hornos tradicionales que quedaban en Paiporta. El propio José estima que las pérdidas entre materia prima y maquinaria pueden dispararse hasta los 250.000 euros, lo que le genera muchas dudas sobre una posible reapertura. «Si las ayudas fuesen rápidas, te lo planteas, pero viendo cómo está la situación es imposible», protesta el propietario de dos locales que desde el día 29 «lo único que dan son pérdidas».
Las dudas acerca de las indemnizaciones del Consorcio y de las posibles ayudas le llevan a pensar en un más que posible cierre precipitado, cuando todavía le quedan seis o siete años para la jubilación: «Dentro de poco hago 60 años, yo lo que quiero son ayudas que no tenga que devolver».
No obstante, el arraigo a su pueblo le hace verlo con otros ojos. «Si cierro o me voy, me jodería, porque da la sensación de que estoy huyendo y dejando al pueblo de la mano de Dios», comenta José, que reclama una mayor colaboración de la Administración para los comercios locales.
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El horno de José sólo cerraba en Año Nuevo, en Navidad y en agosto por vacaciones. El día del desastre cerró a las 14:30 horas y eso le salvó. Desde su casa contempló la magnitud de la tragedia antes de regresar a un negocio que ha sido su vida durante más de dos décadas. No olvidará ese momento: «Al día siguiente vine al horno, levanté la persiana porque los motores estaban en la parte de arriba y el cuadro de luz no sufrió daños, vi lo que había y se me cayó el mundo encima». Se dio media vuelta, cerró y solo ha vuelto a abrir para limpiar.
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