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Ros Casares durante la entrevista.

«A los diez años estaba labrando y me dije: En la agricultura no hay futuro»

Reproducimos por su interés una entrevista con Francisco Ros Casares publicada por LAS PROVINCIAS en 2010 y en la que el empresario hace un repaso a su vida

pedro ortiz

Martes, 24 de junio 2014, 12:40

Poner "Francisco Ros Casares" en Google es encontrar 469.000 páginas. "Rita Barberá", también entre comillas, pero con solo dos apellidos, alcanza las 200.000 y "Jorge Alarte", las 99.000. Claro que Ros Casares tiene muchos significados: un equipo de baloncesto femenino, una ciudad con despachos ultramodernos, un gigante grupo siderúrgico. Pero detrás de todo ello hay un nombre, un valenciano de 82 años, que puede dar clases de muchas cuestiones: gastronomía, fútbol, empresa. Y de saber estar, de estar.

Quién es Francisco Ros Casares, la persona?

Pues eso: una persona normal que entró en este negocio de la siderurgia de casualidad. Yo empecé trabajando en el campo en Vinalesa, mi pueblo, con mis padres. Y vino un momento en que me dije: esto no es para mí.

¿De agricultor-agricultor o de propietario?

En la huerta. Mis padres eran eso que entonces decían una familia acomodada. En nuestras huerta trabajábamos dos o tres de fuera de casa, mi padre y yo, que era mayor que mi otro hermano y que mis dos hermanas. Mi padre me hacía trabajar a los 10 años surcando con en el caballo.

¿A los 10 años?

Eran tiempos difíciles. Era el año 1937. Como mi abuelo había sido 17 años alcalde de Vinalesa, lo pasamos muy mal en la guerra. Mis padres y mi abuelo tuvieron que estar escondidos; el secretario les avisaba: que vienen a por vosotros esta noche.

Y usted, con 10 años, de hombre fuerte de la familia. ¿A qué laborales agrícolas se dedicaba?

A todas. A la naranja, a las patatas, a surcar con el caballo, a toda clase de trabajos agrícolas. Lo peor es que no había tractores, se tenía que hacer todo con caballerías.

Las guerras son terribles.

Sí, en las guerras ya sabemos lo que pasa. Por eso siempre he dicho que a pesar de que allí mataron a mucha gente y a gente de la familia, aquello hay que olvidarlo.

Pero dijo adiós al campo.

Me planteé que un día me tendría que casar y a mí me parecía que aquello no era lo mejor para mantener una familia digna y tener una vida económica adecuada. Y eso que tras la guerra ya nos ayudaba gente que había venido de Teruel y esos sitios. Pero seguía trabajando y al terminar tenía que guisar para los obreros: arroz con bacalao para el mediodía y arroz con bacalao para la noche.

Ya veo cómo acabó: de agricultura nada

De salud también iba un poco malucho; lo que había entonces: todo el mundo tenía tuberculosis. Y trabajar en el campo para la salud que yo tenía no era lo mejor. Fue una cosa benigna, aunque entonces parecía que era más, pero de eso murió muy poca gente. Yo creía que no podía trabajar. A los 24 años me decidí a buscar mi propio negocio.

Se dice fácil pero parece difícil y más en aquella época.

Fíjese que como yo no quería saber nada del campo, las tertulias en el pueblo las tenía con el farmacéutico, con el médico y con el alcalde. También me busqué amigos en Valencia, fuera del pueblo, fuera de la agricultura, y venía del pueblo aquí con el autobús los jueves por la tarde un rato y los domingos. Fue el padre de uno de estos amigos quien comenzó a ayudarme.

¿A ayudarle en qué?

Vi que en la siderurgia, un almacén de hierros. me podía ir bien. Y el padre de uno de estos amigos me dejó una planta baja. Los padres de mis amigos siempre me han apreciado a mí como si fuera un hijo. Era un señor de Benetússer.

El primer almacén Ros Casares. ¿Dónde estaba?

En el número 25 de la calle Císcar. Cuando era hierro largo teníamos que pedir permiso a los vecinos de las plantas bajas de enfrente o cercanas para poder maniobrar y entrarlo. Esto sería a mediados de los 50.

¿Cómo obtenía el hierro?

Empecé a comprar cupos, porque entonces el hierro se vendía por cupos. Yo lo compraba a gente que estaba en el negocio muchos años; esta gente lo compraba en Sagunto, a Altos Hornos de Vizcaya, y lo pagaban a seis pesetas el kilo; a mí me lo vendían a doce, ¡doblaban el dinero!, y yo lo vendía a 12,5.

Poco margen se quedaba.

Pero tres años después yo tenía todo el dinero que había ganado. Me dedicaba a ahorrar. Sólo comía bocadillos que me hacía mi madre y el único gasto era el tranvía para ir y venir de Vinalesa a Valencia. Y de la noche a la mañana vino una crisis.

Y se aprovechó de sus ahorros.

Los altos hornos estuvieron tiempo y tiempo sin poder vender: los almacenes llenos, los trenes parados. Era el mes de agosto y todos estaban de vacaciones. Como yo ya tenía mi mercado y me olí que la cosa se iba a animar, hice una operación: les compré todo el material que tenían en la fábrica y además les pagué para que los trenes, que estaban parados, trabajaran para mí.

¿Y los demás?

Los demás se habían quedado vegetando. Hasta que llegó el un momento en el que se encontraron con que no podían comprar nada porque todas las existencias eran mías. Y entonces comenzaron una campaña contra mí: este chavalín, decían, este pobre diablo, no les va a pagar. ¡Si no tiene dinero, si ha empezado hace cuatro días! Hasta que desde Altos Hornos les recordaron que ellos pagaban a 90 días y yo lo hacía al contado, cuando me llevaba la mercancía.

Y con la mejora de los precios

Pero nunca cobré el doble, que era lo que ellos cobraban. Yo, sobre todo, me aproveché de los descuentos que me hacían por comprar tanta cantidad. Pero tengo el orgullo de que nunca me puede decir nadie que yo le he dejado de pagar un céntimo y que incluso a veces he pagado letras que entonces decían de pelota. Yo he llegado a pagar una letra sin haberle comprado nunca nada a ese señor.

Parece que el secreto fue el ahorro

El primer año yo gané millón y medio de pesetas. Y el año 59 cuando fue el crack gané 200 millones. El mercado era mío. Entonces me compré mi primer coche, un Volkswagen de segunda mano, un escarabajo, matrícula 144.404 de Madrid.

¿Cuál es ahora el beneficio de Ros Casares?

Ahora Ros Casares gana unos 30 millones de euros anuales.

¿Recuerda a su primer trabajador?

Fue un empleado de un banco que al principio venía por las tardes a llevar las cuentas; después ya se vino a trabajar conmigo. Y ya seguí contratando: dos ahora, tres después.Alquilé bajos para almacenes, construí otros... Ahora tenemos 40 o 50 almacenes en toda España, más los de Francia y Polonia. Sólo en Vitoria tenemos casi 200.000 metros cuadrados y el de Císcar era de 200. Y somos 1.500 personas.

De la agricultura a los negocios: ¿Cómo se cambia el chip, como se diría ahora?

Mis padres no querían que estudiara y sólo fui a la escuela hasta los 12 años. Pero la mejor universidad es la vida, el mundo: fijarse en la gente que triunfa y por qué triunfa; hacer el bien, cumplir todos los compromisos. Y adelantarte a las circunstancias siempre: cuando más dinero he ganado ha sido en los momentos de crisis.

Muchos y buenos consejos.

Y otra cosa que a mí me ha valido mucho: yo antes que clientes tengo amigos. Los clientes han de tener confianza en ti, que sepan que no les vas a engañar, que les vas a servir y a ser útil para ellos.

Vayamos al deporte: fue presidente del Valencia CF durante tres años.

Yo empecé a ir al fútbol con aquellos amigos de juventud de Valencia, pero nunca pensé en ser directivo. Cuando Julio de Miguel se fue, Ramos Costa, que trabajaba para mí, me ofreció la vicepresidencia, pero otros amigos me convencieron para ir de presidente. Nos presentamos el arquitecto Pascual, Pepe Ramos y yo. Yo saqué más votos que ellos dos juntos.

¿Qué propósito tenía?

Tener un club saneado, como siempre me ha gustado. Lo primero que hice fue suprimir el 90 por ciento de las 4.000 entradas que se regalaban a Hacienda, al Ayuntamiento, a los bomberos. Y eso, aunque no quieras, te trae enemigos. Pero pagamos los atrasos, duplicamos el presupuesto en dos años, devolvimos los créditos, los jugadores cobraban al día y dejé en la cuenta corriente 36 millones.

¿Podría volver ahora en 2010, por favor?

Han cambiado las circunstancias y se ha gastado un poco alegremente. Soler gastó mirando más, dada su actividad, al negocio de la construcción. Se creían que los buenos tiempos iban a durar mucho más y decidieron hacer el nuevo estadio, que además nunca se debió haber hecho allí. Yo compré y pagué todos los terrenos de Paterna con la intención de que el campo nuevo fuera allí, porque en Alemania, en Francia los campos están alejados de las ciudades. El día que se inaugure el nuevo estadio se va a organizar un follón de mil pares de pelotas.

¿Por qué lo dejó?

No tenía tiempo y se lo quitaba a mis negocios. Además viajaba mucho y no podía ir al campo. Y un periodicucho en Valencia que se llamaba Récord se metía conmigo todos los días de mala manera. Me cansé.

Y el baloncesto

Es cosa de mis hijos incluido el nombre. Igual que han puesto el nombre de Ciudad Ros Casares en mi honor. Pero yo no le dedico mucho tiempo. Hace unos días, en Azerbaiyán me felicitaron por la victoria. Yo sabía que jugaba fuera, pero ni me acordaba dónde.

Nunca ha querido usted tener una vida pública empresarial o política, más allá del deporte.

No. No podía perder el tiempo, que es lo que me pasaba en el fútbol. Y menos a la política; yo voto cuando voto a quien me gusta y punto. Mi hijo (Francisco Juan Ros García) sí que está de presidente en la APD (Asociación para el Progreso de la Dirección). Él tampoco tiene tiempo, pero es muy trabajador.

¿Y de agricultura, tampoco nada?

Sí, como yo nací en el campo, siempre me ha tirado la parte agrícola. Tenemos una finca de olivos en Tortosa, otra de kiwis en Galicia y lógicamente de naranjos por Sagunto.

Pues la agricultura está fatal.

Sí que es verdad que la agricultura está muy mal. Lo que cobra el agricultor a uno, luego se vende a diez. Hoy la agricultura no es rentable.

¿Cuándo vamos a salir de la crisis?

Yo creo que hay para rato. Dos o tres años no nos los quita nadie.

¿Todavía hace aquel arroz con bacalao?

He hecho paellas hasta en Londres o en París: cuando empecé, siempre llevaba en el coche, el arreglo para hacer una paella y la paella. Con cualquier amigo con el que hacía un negocio acabábamos comiendo paella, en el garaje, en el jardín, en la cocina. Y sigo haciendo las mejores paellas del mundo, con bacalao o con lo que sea.

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