La automoción valenciana siempre está centrada en gigantes como Ford o Volkswagen, pero a su alrededor tienen infinidad de empresas, muchas de carácter familiar, que revelan valores de resiliencia y casos de éxito. Una de ellas es Galol, la firma asentada el l'Olleria que ha dirigido Vicente Mompó, galardonado con el premio trayectoria del clúster valenciano de la automoción y la movilidad Avia.
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Mompó recibe a este diario para repasar la vida de una firma que nació en 1972 tras adquirir unas máquinas para revestir lámparas y sillas y que hace pocos meses fue comprada por una multinacional del tamaño de Kamax, dedicada a la fabricación de tornillos.
El empresario recuerda cómo la empresa, que en sus primeros años tenía poco más de 20 empleados, vivió en primera persona el desembarco de un gigante de la talla de Ford, cuyos recién estrenados proveedores necesitaban tratar sus piezas, lo que llevó a las familias impulsoras a transformar la empresa.
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Entonces comenzó una carrera de fondo que llevó a que el municipio de l'Olleria se erigiese como un motor industrial de la comarca de la Vall d'Albaida. Realizaban el cromado de todo tipo de piezas para actores que trabajaban para la firma del óvalo.
La empresa se ganó un nombre hasta el punto de que cuando Opel abrió su factoría en Zaragoza les contrató. Un contacto que les fuerza a cambiar de mentalidad y a buscar homologaciones que en esos años no eran tan habituales, lo que les permitió adelantarse y posicionarse mejor en el mercado. En este contexto llega la década de los 90, cuando el socio tecnológico y gerente abandona Galol y las familias deciden situar a Vicente Mompó al frente, dando comienzo una era de crecimiento exponencial. «Lo primero que hice al llegar fue decir que o crecíamos o nos matábamos», asegura Mompó. Y le hicieron caso.
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En en salto al nuevo siglo se abren fábricas –por medios propios o compartidos– en Madrid, Barcelona, País Vasco, Toledo, Gerona y Sant Andreu de la Barca. Incluso inauguran una delegación en Corea, que cerró a los pocos años, y alcanzan el casi medio millar de empleados que daban servicios a todo tipo de empresas de la automoción. Pero llega la crisis y la facturación cae en poco meses nada menos que un 60%, lo que les obliga a cerrar plantas o venderlas. Todas menos la de Sant Andreu y l'Olleria.
Mompó recuerda que lo más duro fue plantear recortes en su municipio, donde tienen un importante arraigo. «Tenías que decirles a tus vecinos que se quedaban sin trabajo», recuerda visiblemente emocionado. Así que decidió explicar la situación en la asamblea de empleados y que votasen. Aceptaron los recortes y la plantilla de 240 personas se redujo a 70. Pero lograron sobrevivir.
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Gracias a ello, cuando Ford y otros gigantes se recuperaron pudieron volver a contratar a casi la totalidad de los despedidos. Eso sí, descartando volver a crecer con otras plantas. El envite de la crisis fue tan grande que la pandemia luego se sorteó con facilidad y es tras ella cuando su principal cliente, Kamax, les hace una oferta de compra que no pueden rechazar. Y, aunque fue difícil, se aceptó con la condición de que la factoría de 200 empleados y 20 millones de facturación se quedase en el pueblo. Entonces se inicia una época de transición en la que codirige aún la empresa hasta 2024.
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