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En el principio, fue el campo. Los cultivos que rodean Ontinyent, destino profesional de tantos hijos de la población y su comarca durante siglos. El futuro que aguardaba a Enrique Terol, un jovencito que se empezó a ganarse el sustento tirando de azada, hasta que el azar puso en su camino otro porvenir: enrolarse en el imperio textil que entonces (hace más de un siglo) se empezaba a forjar en este rincón de la Comunitat. Ontinyent, y otras localidades cercanas como Alcoy o Bocairent, encarnaban el prometedor auge de la industria de tejidos, un horizonte más luminoso para el joven Terol. Nacía así una biografía apasionante, que sus herederos llevaron a otra dimensión. Enrique adaptó su apellido al tipo de negocio que aspiraba a forjar (de Terol a Manterol: lo tenía fácil) y levantó con un esfuerzo homérico, admirable ingenio y espíritu audaz ese gigante que resiste desde su sede en el polígono de la Lloma.
Antaño, a orillas del río Clariano se levantaban otros emblemas de la ciudad y de su actividad textil. Hoy, aquellos días de gloria son un recuerdo que atesoran los más veteranos de la localidad. Aunque Ontinyent mantiene vivo su carácter industrioso, y las factorías de tejidos siguen distinguiendo su oferta económica y laboral, de aquellas marcas que construyeron su leyenda como el municipio de donde salían las mantas que abrigaron a media España, sólo Manterol puede presumir de seguir fiel a aquel pasado memorable.
Un día de julio, de visita en sus instalaciones, confirma este diagnóstico. De buena mañana, el tráfico de operarios, camiones que entran y salen del amplio aparcamiento de la factoría, los repartos de mercancía que aseguran que fluya la producción y el ir y venir de la clientela que acude atraída por el 'outlet' que saluda a la entrada corroboran la buena salud de la firma fundada por los Terol.
Los mejores tiempos, pasaron, por supuesto. Aquellos años en que la empresa llegó a emplear a 320 operarios, más unos 400 que también trabajaban para Manterol fuera de Ontinyent, encargados de las demás ocupaciones ajenas a la confección que necesitaban de otras manos. Son cifras que recuerda con formidable memoria Enrique Terol, el patriarca de la saga. Cumple 93 años en otoño y no es ajeno por lo tanto a los achaques de la edad, pero preserva ese olfato afilado del buen empresario, la sonrisa cordial del buen vendedor y el gesto amable del gran patrón: el tipo de emprendedor que entendía su negocio como una continuación de su familia y que se distinguía por detalles como los que recopila su sobrino Rafael Ferrero, autor del libro que recorrió su historia cuando cumplió sus bodas de oro.
Aquella efeméride ocurrió hace un cuarto de siglo. Manterol cumple en consecuencia este 2024 sus bodas de diamante: 75 años de prolífica trayectoria, convertida durante décadas en algo más que una marca. Las mantas que salían de Ontinyent, a un ritmo que hacia 1992 alcanzó su récord, con la impresionante cifra de 7.000 al día como subraya Enrique, se diseminaron por toda España y abrigaron a esa generación de la naciente clase media que se abrazaba a otros iconos del momento (el Seat 600 y la segunda residencia) y necesitaba un confort adicional para superar el largo invierno del franquismo.
Hoy, al patrón le duele algo ver cómo ha declinado el negocio, pero en cuanto hace memoria, coge carrerilla y da cuenta de la extraordinaria aventura que protagonizó junto a sus hermanos y luego la segunda generación que ahora comanda la factoría: en total, tres sagas de Terol que se desvivieron por poner su empresa en el mapa de España y de medio mundo. Lo prueba el libro publicado por su cincuentenario, donde vemos al señor Terol viajando por el globo con una mercancía imbatible: aquella manta que nació en 1967, cuando Enrique localizó en Hamburgo una maquinaria cuya tecnología adaptó por primera vez en nuestro país añ servocop de su ingenio textil. Un aparato donde residió la clave de su éxito: la fabricación de las llamadas mantas de pelo cortado, que no pesaban apenas pero calentaban igual que sus hermanas. Un unicornio para su época: la pieza que convirtió a Manterol en un emblema nacional en el sector del textil adaptado al hogar.
Colchas, responden hoy los empresarios, capitaneados por Nicolás Terol al frente de la actual generación, cuando se les pregunta por la principal joya de la corona Manterol. Mientras recorremos por la factoría guiados por José Luis Terol, es inevitable contraponer el peso de la historia con la imagen actual, pero en la imagen final sale su empresa muy favorecida: ahí sigue, produciendo su mercancía a buen ritmo, mientras otros competidores dijeron adiós a este mundo. Cuestión de carácter. Los Terol, duros como el pedernal (según corrobora su patriarca, un nonagenario de estupenda estampa), forjaron su naturaleza frente a la adversidad.
Dejaron atrás el taller de la calle Santa Faz, se trasladaron luego a la sede radicada en la calle Dos de Mayo, más tarde a Pintor Segrelles y, convertida ya en la referencia mundial que llegó a ser, inauguró sus actuales instalaciones, donde recibieron en su día la visita de los entonces Reyes de España, Juan Carlos y Sofía. La factoría que sigue siendo motivo de orgullo para toda la familia Terol. Su marca cuenta por cierto con su propio equipo de diseño, clave para aguantar la competencia feroz de los fabricantes asiáticos en un mercado salvaje como pocos, un mérito extraordinario que se debe atribuir a su tenaz carácter. Desde la azotea del edificio, coronada por una piscina que cumple una doble función: (para el ocio y para almacenar el agua necesaria en caso de incendio) descendemos a la planta donde Manterol se custodia el archivo de la factoría barcelonesa La España Industrial, un mito del siglo pasado, que acabó en manos de los Terol luego de una operación mercantil que trajo este tesoro hasta Ontinyent: un extraordinario archivo de consulta obligada para las gentes del sector y estudiosos de la historia textil, porque contiene en sus 400 tomos miles de páginas memorables que aún sirven de inspiración a los diseños más modernos. En ellas palpita el símbolo que hizo grande a Manterol: la continua vocación por el aprendizaje y la pasión por innovar, que le llevó en su momento a colaborar con otro gigante, la farmacéutica Bayer, para alcanzar un primor inigualable en sus tejidos.
Lo cuenta Enrique Terol mientras se despide luego de repasar su proteica vida como si fuera una lección de historia. Personal y empresarial, porque durante largo tiempo se resistió a dejar el timón de Manterol en manos de la siguiente generación que ahora pilota su empresa. Fue druante toda su vida laboral un auténtico luchador que despide a los visitantes con una frase para enmarcar: «He trabajado mucho pero he trabajado muy a gusto. ¿Y sabe por qué? Porque para mí estar al frente de Manterol no era trabajar: era disfrutar».
A la sala donde está depositada la colección de La España Industrial, aquel tótem del siglo pasado que daba nombre casi a un barrio entero de Barcelona e incluso bautizó con esa denominación a la plaza así llamada, la plaza de España, llegaban hasta hace no tantos años expertos de todo el país de distintas ramas del conocimiento para interesarse por una colección que llamaba la atención de profesionales de la industria, historiadores y eruditos del mundo textil. Es un auténtico lujo disponer de sus 400 tomos en la factoría de Manterol en Ontinyent, como observan los primos José Terol y Rafael Ferrero mientras se admiran del valor que contienen esas páginas de bellísima factura, donde está deposita una rica tradición textil: muestras de tejidos que en su día, cuando visitó la factoría, dejaron maravillada a la reina Sofía, como recuerda Ferrero. «No se quería ir del archivo», sonríe. Y su primo José añade otra anécdota: según parece, Jordi Pujol se molestó cuando supo que ese patrimonio de origen catalán dormía en la Comunitat desde que el patriarca de los Terol se hizo con él para cerrar una operación mercantil. «Se lo quería llevar a Cataluña», rememora. «Pero va a ser que no».
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Juan Sanchis | Valencia
Ivia Ugalde, Josemi Benítez e Isabel Toledo
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