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F. P. PUCHE
Domingo, 17 de diciembre 2017, 00:25
Mi buen amigo Tano Reig, una vez, me habló de su pasaporte, un documento que hoy debería estar custodiado en algún museo. Porque tenía cuños de entrada y salida de no menos de noventa países del planeta. Y es que, siendo de profesión agente comercial, tenía la suerte de llevar por el mundo uno de los catálogos más cómodos, más rentables, más generosos del mundo: el de Porcelanas Lladró.
«La verdad es que fue un tiempo muy bonito: llegabas al mejor hotel de Managua, de Caracas o de Veracruz, y te instalabas en una suite. Después, ya no era preciso que te movieras mucho: sin separarte demasiado de la piscina, ibas recibiendo a los propietarios de las mejores tiendas de regalos de cada ciudad, que por lo general venían con sus pedidos preparados. Con unos cócteles por delante, el trabajo consistía en mostrarles las novedades de la temporada, redactar otro pedido mayor y ser amable con ellos...», me recordaba. Tano Reig, uno de los primeros comerciales de Lladró, recorría de norte a sur el continente americano, haciendo amigos y consolidando clientes. Eran los tiempos de la expansión, el momento en que Juan, Pepe y Vicente Lladró, que en 1953 empezaron a cocer figurillas de porcelana en un horno moruno instalado en el patio trasero de la casa familiar, estaban consolidando una red comercial basada en las virtudes de los vendedores valencianos.
Mi primo Julián Puche formó parte de la primera hornada de técnicos llamados a la empresa para hacerse cargo de unos ordenadores, grandes como pianos, que necesitaban mucho cariño, batas blancas y ventilación. Y su hermano menor, Pepe Puche, formaba en la corte más selecta de la casa: la de los artistas que eran llamados a dejar las fallas unos años para dibujar sin prisa, modelar con líneas suaves y pintar con colores pastel unas piezas de porcelana que el mundo se disputaba. Porque estamos hablando de los años gloriosos de Porcelanas Lladró, una de las firmas valencianas que había dado el salto a la fama internacional, una de esas empresas que, de vez en cuando, surgen de la base y conquistan las alturas.
Un día, en la familia, supimos con admiración que el primo Pepe, compañero de obrador de los maestros Juan Huerta y Salvador Debón, había sido llevado en volandas al Japón, junto con su banco y sus herramientas. Como si estuviera en los talleres de la casa, Pepe Puche pasaba el día, en Tokio, modelando figuras de barro en un centro comercial de lujo, a la vista de un selecto público que, a la hora estipulada, aguardaba turno para que el artesano español les firmara un certificado de garantía.
Juan Lladró, con sus hermanos, ha sido protagonista, en el siglo XX, de una de las más singulares aventuras artísticas, manufactureras y comerciales. Porque elevar la pequeña artesanía de la porcelana a los niveles del coleccionismo internacional es un fenómeno que requiere la confluencia de al menos tres virtudes que se dan generosamente en tierras valencianas: capacidad de creación e innovación, intuición para el desarrollo artístico y facilidad para las relaciones comerciales en el exterior.
En la fábrica, era raro el mes que no se registrara una visita ilustre. Podía ser la esposa de un ministro o el presidente de alguna república perdida en el mapa. Los jeques árabes aterrizaban en Lladró para hacer acopio de novedades y de paso tomar unas horchatas en Casa Daniel. Aunque la visita más celebrada fue la Michael Jackson, la estrella del rock, que pasó por la factoría de Tavernes Blanques en septiembre de 1992 y poco después se convirtió en una de las piezas del catálogo más codiciadas por los coleccionistas. Y es que, durante años, las piezas de artesanía de los Lladró eran un bien codiciado en el mundo; la empresa disponía de un servicio que mantenía a los abonados informados de las novedades y se las enviaba.
La tienda estuvo en la calle Poeta Querol. Con dependientas de la tierra, como las entrañables Pepa y María Amparo. Sin proponérselo, le armonía suave de la porcelana sembró la semilla que hizo que una calle nacida en los sesenta se convirtiera en la Milla de Oro. Pero la expansión de Porcelanas Lladró le llevó a abrir una tienda espectacular en un edificio de ocho plantas de la calle 57 de Nueva York, a pocos pasos de la Quinta Avenida y del Metropolitan.
La tienda de Manhattan nació en 1988. Pero en 1997 la empresa apostó por la necesidad de abrir sus puertas en Los Ángeles, en el curso de unas fiestas a las que este cronista tuvo la suerte de asistir. La tienda, como no podía ser menos, se ubicó en la calle Rodeo Drive, el paraíso de las compras, popularizado en el mundo por la película «Pretty Woman», estrenada pocos años antes. Docenas de invitados valencianos fuimos alojados en el hotel que protagoniza la película junto con Julia Roberts y Richard Gere, el Regent Beverly Wilshire.
En la pasada primavera se cumplieron veinte años de aquellas celebraciones espectaculares. Fue el momento culminante de la fama mundial de la empresa valenciana. Durante varias jornadas, los tres hermanos Lladró fueron llamados una y otra vez a posar bajo la Senyera, la bandera española y la enseña de los Estados Unidos, como símbolo de su fama y su poder comercial. Posaron también en la opulenta escalera central de la tienda, cuajada de arañas, abigarrada de luces y elementos decorativos. La imagen de los tres, juntos, ya era difícil de conseguir en aquellos tiempos. Pero el mundo giraba feliz al compás de miles de coleccionistas que esperaban las novedades del catálogo para confirmar el pedido.
Enfundados ellos en los reglamentarios tuxedos, y ellas con las mejores galas de fiesta nocturna, la ceremonia de inauguración de los Lladró contó con la presencia de Tippy Hedren y Lauren Bacall, en cabeza de una serie de actores y veteranos que acuden a dar glamur a momentos estelares a beneficio de una caja de pensionistas de la profesión. Es así como el astronauta Buzz Aldrin, aquella noche, posó junto a todos los invitados, como hicieron Janeth Leigh, Charlton Heston, Michael Douglas, Michael York y otras ilustres figuras del espectáculo.
Limusinas, pajaritas, escotes, flashes y alfombra roja... Todo, en Rodeo Drive, se puso al servicio de la delicada textura de porcelanas nacidas, hace ya sesenta años, en el tallercito de una casa familiar de la huerta. Es la epopeya de una empresa valenciana. Que ha prestado al mundo su apellido como sinónimo de ese toque de suave elegancia que aparece en un estante de millones de casas del mundo.
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