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Á. M.
VALENCIA.
Domingo, 14 de enero 2018, 00:41
Hay quien imagina el mundo de la empresa como un espacio de combate, una piscina de tiburones en la que reina la codicia y no hay más horizonte que la ganancia a cualquier precio. Pero, al conocer a Paco Pons, todos esos tópicos se venían abajo.
Al frente de una de las empresas más relevantes de la Comunitat Valenciana desde 1996, Importaco, y presidente entre 2003 y 2011 del 'lobby' de las grandes fortunas, la Asociación Valenciana de Empresarios, había un hombre de sonrisa franca, mente muy despierta y una honestidad «a prueba de bombas», según todos los que le acompañaron en sus distintas facetas.
Firme en sus ideas y amable en sus palabras, sus dotes como conversador era tremendas, al igual que un sentido del humor y amplitud de inquietudes. Esto hizo, por ejemplo que regalara a todos sus compañeros de AVE para unas Navidades la trilogía en DVD de la saga de 'El Padrino' de Francis Ford Coppola. Ante la sorpresa de muchos, advertía: «Hay que fijarse en lo importante. Es la historia de una empresa familiar con todos los problemas, errores y soluciones, pero contado así es mucho más entretenido que en un manual», apuntaba.
Para seguir rompiendo tópicos, este empresario era una referencia desde los años 70 en el mundo cooperativo. Mientras su hermano Juan Antonio tomaba el mando de Casa Pons, él puso las bases de la cooperativa de crédito Caixa Popular y de la cadena de supermercados Consum, a través de la cual llegó a ser vicepresidente de una de las referencias nacionales de este modelo empresarial, la cadena Eroski, del Grupo Mondragón.
Cuando parecía que ese era su camino, el fallecimiento de su hermano lo obligó a volver a la empresa familiar para mantenerla hasta hacer la llegar a manos de su sobrino, Juan Antonio Pons Casañ. Así llegó a presidir AVE, mientras se estaba cebando la burbuja inmobiliaria y financiera, y eso que él ejercía y defendía la condición de empresario productor desde el mundo agroindustrial, cargado de sensatez y lejos de cualquier mancha de vanidad o esnobismo.
El origen de ese temperamento podría estar en su infancia, que recordaba lo deslucido que puede ser la condición de 'hijo del jefe' en una empresa de compraventa de frutos secos de Beniparrell en plena postguerra.
«Un día te mandaban a pasar la escoba, otro cosías sacos y, a la hora de cargarlos, los cargábamos como todos», recordaba. Teniendo en cuenta que se trataba de sacas de unos 80 kilos que echarse a la espalda, el trabajo era agotador y cuando se tenía que ir a destajo para cumplir con los pedidos, recordaba como les terminaba sangrando la espalda por las rozaduras de la tela de arpillera.
La familia era pequeña, el abuelo era el que mandaba y empleados, hijos y nietos se sentaban en la misma mesa para comer lo que preparaban las mujeres de la casa. Sin embargo, él pudo compaginar el trabajo con el estudio hasta los 14 años en el Colegio de los Padres Salesianos y, más adelante, los de Profesor Mercantil, estudiando de noche para presentarse por libre. Esto hacía que, muchas veces viera por primera vez al profesor el día del examen. Entre medias y, para terminar de hacer menos fáciles las cosas, en 1963 fue llamado a quintas y el sorteo le mandó... a Santiago de Compostela.
No era un hombre que se quejara, sino que buscaba transmitir un optimismo sensato hasta en los momentos más complicados. En una fecha tan triste como esta, encontrar una práctica unanimidad a la hora de valorarle confirma lo que siempre se dijo de él: 'Era un home bo'.
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